No era el Dream Team ni el estadio Santiago Bernabeu pero los espectadores que contemplaron ayer por la tarde en Platja d'en Bossa el peculiar partido de fútbol que allí se disputaba vibraron como si fuera la final de la Copa de Europa.

El escenario, un modesto campo en el que dos equipos, como siempre, se veían las caras frente a frente y donde lo que menos importaba era un resultado que se decidió con un empate. Un aluvión de goles, siete para cada formación, cuyas cabezas visibles eran Camacho, entrenador de la selección española, y Cristóbal, defensa del Espanyol. Junto a ellos, talentos locales como el jugador de la Peña Deportiva, Julián Marcos o el portero del Eivissa, Marc, hicieron sus pinitos con figuras del firmamento deportivo, aprovechando el eclipse veraniego de la liga. Original composición para un guión en el que ni siquiera había árbitro, pero sí muchas ganas. El ritmo del partido fue fluido, con ocasiones por ambas partes que culminaron en un marcador justo.

El técnico nacional, que aprovecha su estancia en Eivissa, -donde se quedará cerca de un mes- «para darle vueltas a algunos asuntos», según propias declaraciones, confesó sentirse aliviado «cuando no se tiene la presión de un país detrás». De hecho, ni siquiera se preocupó de conocer el desenlace del encuentro. Por su parte, el defensa «periquito» mostró su entusiasmo por la isla, en la que aparca algo de tiempo para jugar y de la que ya es un habitual cada verano. Sobre su permanencia en el equipo catalán, afirmó encontrarse «muy a gusto» por lo que no se plantea, «al menos hasta que empiece la temporada», su traspaso a otro club. El buen ambiente que reinó en todo momento en el campo hace creer que el tópico «lo que importa no es ganar, sino participar», puede ser cierto, al menos cuando no hay colores de por medio.