El sonido de los tambores indios se prolongó durante toda la noche hasta la mañana del domingo. FOTO: G. G. LAMA

La luna no se quedó sola la noche del sábado. Las estrellas tampoco. Y es que las más de 500 personas que asistieron a la fiesta de los tambores de Benirràs acompañaron en todo momento la espléndida noche que caía sobre sus cabezas. Guiados por el misticismo de los tambores y animados por el ambiente festivo y amistoso que transmitía la magia de la cala de Benirràs, en el término municipal de Sant Joan, los menos afortunados que llegaron pasadas las diez de la noche en coche tuvieron que arribar hasta la playa andando. Un dispositivo de la Guardia Civil cortaba el paso a los conductores en el cruce de la carretera de Sant Miquel con el objetivo de evitar aglomeraciones y facilitar el paso de los vehículos de emergencia en caso necesario.

Así, los más atrevidos y tardíos tuvieron la osadía de andar los 6 kilómetros que separan el cruce de la playa. «Menos mal que llevamos mucha comida y agua y que a ritmo de la guitarra no nos aburrimos porque sino no sabemos si llegaríamos hasta la cala», comentaba una chica de Zamora.

Una vez sobrepasado este trámite geográfico, la reunión de «hippies», nostálgicos del tambor, familias, niños y demás amantes de la luna llena comenzó pasadas las diez. Muchos estaban ataviados sólo con un pareo o un bañador, otros llevaban jerseis para resguardarse del frío y algún otro se vio por ahí sin nada puesto. En grupos de no más de seis personas, los «nuevos» inquilinos de Benirràs instalaron sus pertenencias y disfrutaron de la paz, el diálogo, y la tranquilidad que emana de la percusión. Sólo se vio alguna guitarra acompañar el cante de los tambores.