El grupo ibicenco Rock Garage, en un momento de su actuación, que hizo bailar al público sin descanso. | TONI MILIAN

Buena música, gastronomía pitiüsa y espectáculos. Tres ingredientes que hicieron de la del sábado una noche para recordar. Era el punto y final de la V Diada de las Pitiüses en Barcelona y tocaba celebrarlo a lo grande. Ya desde las 18,00 horas, la Plaça de la Vila acogía diferentes exhibiciones a cargo de las agrupaciones más tradicionales de Cataluña y les Pitiüses. Estos fueron los trabucaires, empuñando sus potentes arcabuces; los bastoners, al son de su pegadiza música; los castellers, que mostraban su habilidad como equilibristas; y los siempre sorprendentes dimonis.
Acompañándoles, el Grup Folklòric Brisa de Portmany, que representó, con sus mejores balladors y sonadors, el arte del ball pagès al barrio de Gràcia. Una vez todos habían mostrado su habilidad, se formaba una procesión que desembocaría en la Plaça del Diamant pasadas las ocho de la tarde.
Y a partir de aquí, fiesta. La noche comenzaba con ensalada payesa, ensaimadas y embutidos para todos. Los más curiosos no querían dejar de probar las especialidades isleñas. Como comentaba un grupo de chicas catalanas, «el butifarró tiene un sabor fuerte, pero nos ha encantado. De postre hay hierbas ibicencas, que también queremos probar».
Y dicho y hecho. Con el grupo de música catalán Qui hi ha? tocando de fondo, los asistentes se animaban a probar este dulce licor que, sin duda, causó más de una carcajada entre la gente.
Sobre las diez, era el turno de Rock Garage con sus nuevos temas Adicció y Fugir u otros como una versión propia de la conocidísima Born to be wild. Desde la Associació Vuit d'Agost, organizadora del evento, se comentaba el éxito cosechado: «La comida era para 400 personas y se ha acabado todo». Como actuación final, llegaba el turno de los formenterenses 4 de Copes.
Con el entusiasmo hasta arriba y algunos chupitos de más, el público bailaba y cantaba enérgicamente las canciones. Para gusto de muchos, la noche se alargó hasta pasadas las dos de la madrugada, cuando las luces del escenario se apagaban y los asistentes apuraban los últimos tragos de la noche.