José María Escandell lleva 24 años siendo el guía de la Cova de Can Marçà, pero viendo el interés con que vivió ayer por la mañana la visita al lugar el pequeño Jaime, podemos asegurar que el futuro del puesto está asegurado.

Y es que este pequeño de apenas tres años, fue el gran protagonista de la visita que organizó ayer el Institut d'Estudis Eivissencs a esta cueva, que se encuentra en el Port de Sant Miquel a 20 kilómetros de Vila, y en la que apenas participaron sus padres, Pilar y Javi, y Kevin y Sofía, acompañados de su pequeña María.

Todos ellos realizaron el recorrido de cerca de cuarenta minutos a este lugar que tiene más de cien mil años guiados por la luz de la pequeña linterna de Jaime y por las explicaciones de José María que, después de tanto tiempo, «considera a esta cueva como mi segunda casa».

Por eso, es un lujo visitarla escuchándole hablar de leyendas de los contrabandistas que la descubrieron y que marcaban con colores negros y rojos los lugares de salidas alternativas para cuando había peligro; de huesos y fósiles de especies extinguidas de roedores que se han remitido al Museo de Historia Natural para su catalogación; de recuerdos que han ido dejando las musarañas; o del conocido como templo de Buda y que «es uno de los lugares que más gustan a los visitantes por lo sorprendente de su ubicación».

Las joyas de la corona

Sin embargo, según el guía, la estrella de la visita es la formidable cascada «que reproduce lo que en su día fue una caída de agua natural mediante un fabuloso espectáculo de luz y sonido que durante unos minutos sorprende de tal manera que no deja a nadie indiferente».

Lo mismo sucede con la gran cantidad de pequeños lagos que se encuentra a su paso el visitante en los apenas 350 metros que tiene la cueva. Unos lagos, que según asegura Jose María, «no son naturales sino provocados por el hombre con la intención de que la cueva no se seque y para que con la humedad se puedan mantener la gran cantidad de figuras creadas por las estalactitas y las estalagmitas».

En medio de todos ellos hay un lugar que resulta sencillamente embrujador. Se trata del lugar conocido como 'El Lago de los Deseos' donde, como informa Jose María mientras Jaime no para de tirar fotografías con la máquina de su padre, «el agua se vuelve verde gracias a la fluoresceína, una sustancia descubierta a principios del siglo XX y que, combinado con la oscuridad de la zona hace que este lugar mágico que nadie olvida nunca cuando visita la cueva».

Tal es así, que casi se hace necesario lanzar una moneda a ese agua misteriosa y pedir un deseo como dice la tradición. Nadie falta a ello, incluyendo las dos familias y un Jaime que, aunque al principio duda un poco que hacer, casi deja sin dinero a sus progenitores intentando acertar con el agua verde.

Con ello, se va acercando el final ante las quejas del joven guía, puesto que tras recorrer algunas zonas en las que las figuras de la roca se vuelven más blancas por la falta de humedad, se sale a la luz del exterior mediante un conducto mucho más estrecho en el que se pueden divisar huecos de apenas 50 o 60 centímetros de altura.
Afuera ya esperan las vistas maravillosas de un entorno natural con vistas incomparables a la bahía del Port de Sant Miquel, con las islas Murada y Ferradura vigilando pacientemente a todos los que por allí pasan y disfrutan de este inolvidable paraje, como Jaime, que seguramente guardará para siempre en su retina a la Cova de Can Marçà.