Un camarero de un puesto ofrece una tabla con distintos trozos de chorizos y salchicha en el baluarte de Santa Llúcia desafiando el fuerte calor.

«Madre mía qué calor hace aquí», comentaba Marilina mientras se abanicaba a mediodía en el baluarte de Santa Llúcia donde la sensación térmica superaba los cuarenta grados debido a la enorme paella para 70 raciones y a un cochinillo que se tostaba en las brasas.

Este lugar es ya un clásico para reponer fuerzas en la feria Eivissa Medieval, combinándose sudores con mojitos y limonadas, y abanicos con platos de churrascos y costillas en dirección a mesas abarrotadas en las que conseguir un lugar libre era como lograr un tesoro.

Sin embargo, una vez más los altos precios fueron la principal queja de los visitantes. «Es inmoral cobrar diez euros por un plato de paella y además pagar aparte la bebida», explicaba Miguela, una señora de Zaragoza que viajaba con el Imserso junto a su marido Antonio, quien aseguraba que «comer nos va a salir a 30 euros por cabeza y eso es mucho para pensionistas como nosotros».

De igual manera los precios de los bocadillos, que oscilaban entre los ocho y los cinco euros, también fueron motivo de queja. «No puede ser que por uno de jamón nos pidan esta barbaridad por mucho que venga de Extremadura y el pan sea artesanal porque con los niños, cuatro bocadillos y cuatro bebidas acabas pagando casi cincuenta euros», contaba Manuel en compañía de su mujer Miranda y sus hijos Joan y Ricard.

Por eso, muchos visitantes optaron por comprar comida en los puestos e ir comiéndola por el camino. Y había para elegir con más de dos tercios de los 180 puestos dedicados a tartas, bollos, panes, quesos de todas partes de España, gominolas ‘artesanales’ con sabores muy variopintos, productos árabes como pinchos morunos, pan de pita, cous cous o falafel, cecinas artesanas de ciervo, avestruz, caballo, ternera o toro, rosquillas de anís fritas, anchoas y boquerones del Cantábrico y hasta uno de pizza pan.

Pero de todos, una vez más, uno de los que más éxito tuvo fue el de pastas caseras de las monjas. «Vengo todos los años y, aunque cada vez hay más donde elegir, siempre acabo aquí porque las cocas, las orelletes, o los cocarrois están muy buenas», explicaba Carles mientras pagaba dos euros y medio por una empanada de carne.M