Martín Candioti aprendió con su familia a trabajar en la apicultura.

Se cumplen siete días desde que Martín Candioti salió en libertad provisional tras pasar un año en prisión acusado de ser el culpable de originar el incendio que asoló cerca de 1.500 hectáreas en la sierra de Morna. A este apicultor argentino de 51 años aún se le humedecen los ojos cuando recuerda aquel día en el que, caprichos del destino, cumplía 22 años de estancia en la Isla. Sin embargo, esa misma mirada se vuelve dura cuando recuerda cómo sucedió todo y los cambios que se han producido en su vida durante su estancia en la cárcel.

—Después de un año en la cárcel, ¿cómo se siente?

—(Risas) Pues rozando la plenitud. Es algo que no se puede explicar con palabras.

—¿Cuál fue la sensación al recibir la noticia de que iba a ser liberado?

—Fue de gran sorpresa. A pesar de que la plataforma de mis amigos llevaba mucho tiempo luchando porque este sueño se hiciera realidad no me esperaba que fuera tan rápido. Fue una alegría inmensa para todos, incluidos algunos funcionarios de la prisión, que siempre estuvieron de mi lado y no entendían que siguiera preso.

—¿En este último año le ha cambiado mucho la vida?

—Sí. Ha sido un año de transición muy duro porque, aunque siempre he sostenido que soy inocente y que todo lo que me ha pasado es una injusticia, en ningún momento sabía qué me iba a deparar el futuro.

—Usted estaba preso como alarma social y sin salir en libertad por falta de arraigo, ¿cómo se sentía al leer eso?

—Pues muy sorprendido. Puede ser que en algún momento pudiera estar justificado pero a los tres meses podía haber salido en libertad provisional. Enseguida todo el mundo que trabajaba en la cárcel se dio cuenta de que no tengo el perfil de un delincuente y que no era el culpable del incendio.

—¿Pero llegó a pensar en algún momento que podría tener alguna culpa?

—Aunque muchos entran en prisión pensando que son inocentes y después con el tiempo empiezan a creer que no lo son a mí me pasó al contrario. En el año que pasé en la cárcel y por más que repasé los hechos no encontré el momento en el que me pudiera haber equivocado y haber provocado el fuego.

—¿Dedicó mucho tiempo a pensar en prisión?

—(Risas). Sí, pero también a otras muchas otras cosas. Hice de traductor a muchos funcionarios que están estudiando inglés y me destinaron como interno de apoyo a los nuevos presos extranjeros para que les diera clases de castellano y que les ayudara a integrarse mejor en una cárcel española. Además, estuve trabajando en la codificación de unos 3.000 volúmenes de la biblioteca de la prisión que estaban archivados en fichas.

—Me imagino que todo será un poco más sencillo si se cuenta con el récord de visitas en la cárcel.

—(Risas). Claro que sí. Fue para mi un estímulo fundamental para seguir con la cabeza alta en mi lucha. Gracias a las visitas todos los fines de semana, a todas las cartas que recibí y al apoyo que me contaban que estaba recibiendo de tanta gente de Eivissa nunca alcancé a deprimirme por la situación que estaba viviendo. Cuando estaba cabizbajo siempre tenía una mano a la que agarrarme.