Pasaban unos pocos minutos de las doce de la mañana de ayer cuando las tortugas marinas Pilar y Rigoberta recobraron de nuevo la libertad y pudieron volver a nadar por los mares de Eivissa de vuelta a su hogar.

Con ello, dejaron atrás unos cuantos meses de tratamiento y sanación en el Centre de Recuperació d’Espècies Marines de la Cova de ses Llagostes tras haber llegado hasta allí en estado muy grave. «Pilar, que tiene unos cinco años, apareció aquí después de que se hubiera quedado enganchada en una red dañándose gravemente sus aletas traseras, mientras que Rigoberta, la más joven, fue hallada en un saco en Formentera con sus dos aletas traseras infectadas y prácticamente podridas», explicó la bióloga del centro, Elisa Langley.

A ambos animales se les tuvo que hacer un tratamiento de choque, consistente en la amputación de alguna de sus extremidades, para evitar que las infecciones se pudieran extender al resto del cuerpo y acabar falleciendo. Afortunadamente, gracias al trabajo del personal del centro todo salió bien y en apenas tres meses las dos están prácticamente recuperadas. Una evolución que ha sorprendido hasta los propios biólogos. Según la propia Elisa Langley, «las tortugas suelen utilizar las dos aletas delanteras para impulsarse dentro del agua y las dos traseras para marcar la dirección, de forma parecida al timón de un barco, y ellas, a pesar de no contar con algunas de sus extremidades han conseguido volver al agua sin necesitarlas».

Gran expectación

Pilar y Rigoberta se convirtieron en las grandes protagonistas durante toda la jornada. Su acto de regreso a mar abierto congregó a numerosas personas, entre curiosos, periodistas, autoridades y, una veintena de niños, de entre 8 y 12 años, pertenecientes a la Escuela de Vela del Club Nàutic de Sant Antoni.

«Los más pequeños son los que más se emocionan cuando ven de cerca animales como estos y cuando tienen la posibilidad de observar cómo se les libera para que vuelvan a nadar libremente en alta mar», explicaba Enrique Mas, director técnico del club, momentos después de desembarcar en el centro.

Por eso, a lo largo la larga travesía que llevó a la expedición hasta las inmediaciones de la isla de Sa Conillera, y en la que también hubo tiempo para disfrutar con las evoluciones de cuatro delfines, las caras de los jóvenes marineros estaban plagadas de sonrisas de ilusión.

Después, cuando llegó el momento de parar las embarcaciones, las expresiones mutaron en emoción y concentración. Ninguno se quería perder el momento en el que Pilar y Rigoberta volvieran de nuevo a nadar en mar abierto saliendo desde la borda del barco ‘Ondina’. «Tenéis que estar muy atentos porque una vez que las dejamos y las soltamos en el agua se vuelven superrápidas desapareciendo casi sin que os deis cuenta», advertía Elisa, mientras sujetaba con sus manos a la joven Rigoberta.

Ella fue la primera en tomar contacto con el agua y en hacer buenas las palabras de la joven bióloga. Rápidamente, y ante la mirada de asombro de los pequeños, comenzó a nadar demostrando que, afortunadamente, sus heridas eran sólo un mal recuerdo.

Por su parte, Pilar, más voluminosa y tranquila, parecía sentirse como una auténtica ‘celebrity’ ante las cámaras de los medios de comunicación y las miradas de los niños. Después, y entre una gran ovación y entre algún grito emocionado de «¡Adios Pilar», salió de las manos de la joven bióloga para emprender camino a su hogar nadando igual de bien que si fuera la doble medallista olímpica Mireia Belmonte.

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