Paris Hilton, la nieta de uno de los mayores magnates hoteleros del mundo, quien se hizo famosa por protagonizar un vídeo pornográfico y fue desheredada por su vida disoluta, se jacta estos días en Ibiza de ser la tercera DJ con el caché más alto del mundo. Con esa extraña voz, propia de un adicto a los globos de helio, confiesa sin pudor que cobra la nada desdeñable cantidad de 260.000 euros por hora en sus sesiones en nuestra isla.

Tras leer esa noticia (días antes de conocer la existencia de un champagne cuya botella cuesta más de un millón de euros y de saber que hay un restaurante donde cobran 1.500 euros por un menú degustación), decidí no volver a poner en duda la inteligencia de una rubia (por la cuenta que me trae).

La profesión de DJ es una de esas actividades que, disculpen mi ignorancia, me cuesta entender. Será porque soy una hortera musical reconocida y disfruto más en conciertos de grupos nacionales o locales en los que pueda cantar y donde no necesite tomar una copa para saber cómo se baila. Pero es de tal importancia este mundo de la mezcla del "chunda-chunda" que incluso la revista Forbes le ha dedicado uno de sus populares ranking.

En el número uno no aparece el afamado David Guetta, con el que me cruzo todas las semanas en mi barrio y que en un callejón me haría salir corriendo del miedo, sino que este puesto le corresponde a DJ Tiesto, un veterano que ha ganado casi 18 millones de euros en los últimos doce meses y cuyo caché ronda los 201.000 euros por actuación (y yo que me reía de su nombre artístico, ¡qué buena planta!).

El segundo puesto es para Skrillex, con unos 12 millones de euros en su hucha anual, seguido por el trío escandinavo Swedish House Mafia, que hace muy poco se separó pese a haber amasado una fortuna de 11 millones de euros en 2011. En esta lista, por cierto, y diga lo que diga, a lo Raphael, nuestra lista Paris no corona, ni es siquiera mencionada, y es que una cosa es que te paguen una pasta puntual por actuar cuatro veces y otra muy distinta ser considerada una genio de los "platos" (disculpen mi falta de jerga, pero desde que se pincha con ordenador no tengo claro en qué consiste esta labor).

Que conste que tengo grandes amigos que hacen una encomiable labor y que se ganan la vida con mucha dignidad en este mundo, y seguro que ellos tampoco entienden que a mi me paguen por hablar y escribir, pero al menos no insultan mi iluminada testa provocándome un apagón al saber cuánto cobran sin carrera, trayectoria ni esfuerzo.

La Hilton se pasea por nuestra isla luciendo una sonrisa teñida de rosa, con gafas de corazones y con los ojos tan maquillados que estoy segura de que cuando despierta por las mañanas se mantienen como los de aquella Barbie periodista que tan feliz me hizo en mi infancia. Y así, de esa guisa, decenas de personas, conquistadas por su sex appeal, se agolpaban estos días en Vara de Rey para fotografiarse con ella por el módico precio de 25 euros en productos de la cadena que la aúpa a la fama. No me entiendan mal, la estrategia de marketing me parece impoluta, pero lo que realmente me pone la carne de gallina es saber qué les pasaba por la cabella a quienes hicieron esa cola para sacarse una foto con ella.

En esta isla de oro en la que el Rey Midas se sentiría como en casa, ya que todo lo que tocamos vale un quintal, parece que el valor del dinero está devaluado. Si lo pensamos un poco, trabajamos cada día más horas buscando ganar más con el fin de poder comprar cosas que no necesitamos y acudir a lugares que ni siquiera nos gustan, cada vez con menos asiduidad porque apenas tenemos tiempo.

Llegará un momento en el que la burbuja explote, como lo hizo el ladrillo, y recuperaremos la cordura perdida y el valor del dinero. Yo, por el momento, seguiré tomando cava en vez de champagne, o espumosos ibicencos que están deliciosos, y acudiendo a restaurantes donde salga con la cartera y el estómago llenos.

Tal vez, para entonces, Paris se redima y vuelva al redil para dirigir esos ostentosos hoteles en los que no podremos alojarnos. Sea como fuere, ella siempre ganará.