Los residentes de este edificio situado en la confluencia de las calles Jacint Aquenza y Cosme Vidal Lláser lo han ido transformando tapiando incluso las ventanas de las viviendas en las que se iban a construir los bajos. | Toni Escobar

La temporada estival en Eivissa suele ser el reclamo perfecto para personas que llegan de todas partes del mundo en busca de un trabajo que les permita ganar el dinero suficiente con el que poder subsistir durante el resto del año. Sin embargo, desde que llegó la crisis ya no hay ocupación para todos y son muchos los que descubren de golpe que no es oro todo lo que reluce en la isla.

Así, son muchos los que por el día acuden a las calles de Vila con la vana esperanza de que la caridad de turistas y residentes les permita sobrevivir un día más o los que recurren a los servicios de Cruz Roja o Cáritas para comer algo caliente. Y después, por la noche, con tal de no dormir en los cajeros o al raso, estos mismos buscan edificios abandonados o sin terminar donde dar con sus huesos.

Uno de los más conocidos es el que se encuentra en el barrio de Es Viver, situado en la confluencia de las calles Jacint Aquenza y Cosme Vidal Llácer. Lo que iba a ser una «próxima promoción de seis viviendas de lujo de 90 metros cuadrados con tres dormitorios», según recoge un cartel informativo que junto a una grua de obra aún domina el patio de la obra, se ha convertido en una pequeña comunidad en la que residen medio centenar de personas, cada uno con un drama personal a sus espaldas.

«No hacemos nada malo, sólo intentamos sobrevivir como podemos, sin hacer daño a nadie y buscando molestar lo menos posible a los vecinos», explicó a este periódico un joven andaluz que reside en el edificio desde que hace algo más de seis meses llegó en busca de un trabajo que nunca llegó. «¿Qué quieres que te cuente? Estaba en el paro en la Península y me prometieron un trabajo en Eivissa como reponedor, empeñé lo poco que tenía para venir pero cuando llegué el puesto ya lo habían ocupado y, desde entonces, mi vida entró en barrena hasta límites insospechados», continúa este joven de 31 años al que los estragos de la vida ha dejado duras huellas en su cara y su cuerpo.

En el edificio de Es Viver ha encontrado algo parecido a un hogar y por eso junto a otro compañero, que asiente con la cabeza pero no habla, piden «por favor» que no se les expulse del edificio. «Se que cualquiera que pase por aquí puede pensar que no vivimos en las mejores condiciones pero es mucho mejor que pasar la noche en la calle cuando no tenemos nada», concluyó antes de emprender camino hacia Vila donde buscará que le den unos euros «para el día a día».

Una pequeña comunidad

Lo cierto es que a pesar de que las condiciones de salubridad dejan mucho que desear, con ingentes cantidades de basura, entre colchones, cajas, somieres y otros muchos utensilios acumuladas en los laterales, en el interior de la finca se ha formado una pequeña comunidad en la que sus inquilinos han ido habilitando distintas habitáculos, de apenas diez metros cuadrados, a modo de «viviendas». La mayoría ha cerrado las ventanas que dan al exterior para evitar que penetre el frío y la humedad con lo que han encontrado, desde maderas y bolsas de basura, hasta pareos, telas y algún somier, y han ido trayendo pequeños muebles encontrados entre los escombros de Vila.

Además, en lo que seguramente los arquitectos diseñaron como un bajo se ha instalado una cristalera y una puerta, e, incluso, un sofá protegido del sol con una gran sombrilla. Igualmente, en las terrazas sin acabar de los pisos superiores asoman pequeños tendederos y sillas de todo tipo, y alguien ha colocado macetas con alguna que otra planta.