El espeleólogo Van den Abeele (derecha) junto al último contrabandista de Sant Miquel, Vicent des Port, esta misma semana.

En los años 70 llegó a la población de Sant Miquel el espeleólogo belga Jean Pierre Van den Abeele, quien se interesó en la Cova de Can Marçà. Los habitantes de Sant Miquel le ayudaron a localizar en los acantilados del puerto la entrada y salida de la cueva. Empezaron poco después los trabajos para hacer posible la accesibilidad y posterior visita a la misma.
Después de un camino excavado en la roca se llega a la entrada de la cueva en una cota de 12/14 metros sobre el nivel del mar, desde donde se inicia la visita. La cueva tiene una antigüedad de más de 100.000 años y se formó por fallas telúricas. Ha pasado por glaciaciones y calores tropicales, estando en la actualidad casi fosilizada, salvo en las más profundas galerías, donde el goteo continúa formando bellas estalactitas y estalagmitas.

La cavidad denominada Can Marçà fue descubierta y utilizada por contrabandistas, quienes escondían en ella bultos de mercancías izándolas desde el mar desde una abertura situada en una cota de 8/10 metros.
Actualmente se pueden distinguir claramente las señales de pintura, roja o negra, que marcaban el camino hacia otra salida en caso de huída o emergencia.

En las formas geológicas quedan patentes la riqueza del curso de aguas subterráneas que discurrían, quedando fosilizadas las cascadas y cursos de las aguas.
Los materiales que se aprecian en el interior de la cueva, son básicamente carbonato cálcico, óxido de hierro, magnesio, arcilla, etc.

Las aportaciones de los geólogos y espeleólogos que han intervenido para la puesta a punto de la cueva han consistido en reproducir lo que existió en tiempos remotos, recuperando las cascadas y los cursos que existieron en aquellos tiempos.
Se han encontrado huesos y fósiles de animales roedores de especies extinguidas, cuyos esqueletos fueron trasladados al Museo de Historia Natural para su correspondiente catalogación y para enriquecer la fauna prehistórica de nuestras viejas tierras mediterráneas.

Desde el primer mirador se divisa toda la perspectiva de la bahía del Port Sant Miquel, también llamado Port Balanzat, con la isla Murada al fondo, donde existe una especie única de lagartija muradensis con colores intensos y formas prehistóricas.