La lápida del obispo Antonio Cardona y Riera. | Toni Escobar

La mayoría de los turistas y residentes que visitan la Catedral de Eivissa lo hacen mirando al frente o a las alturas pero nunca en el suelo. Sin embargo, es precisamente bajo sus pies donde este templo consagrado a Santa María guarda importantes secretos a través de tumbas y criptas que recogen enterramientos prácticamente desde el siglo XIII hasta 1787, cuando una Real Cédula prohibió dar sepultura en los templos «para combatir las inhumaciones indiscriminadas que creaban un ambiente corrupto en el interior del edificio».

Según las arqueólogas Rosa Gurrea y Nines Martín, autoras del libro Excavaciones arqueológicas en la Catedral de Eivissa, ya en un documento del año 1419 los jurados de la Universitat aseguraban que «desde tiempo inmemorial» tenían autoridad para permitir los enterramientos en el templo a cambio de dinero. Algo que confirma una lápida, en el centro de la nave del templo y bajo los bancos, en la que se informa que en 1437 allí fue enterrado el entonces alcalde Antoni Arabí.

También está datado históricamente que en aquella época importantes familias ibicencas de Dalt Vila recibieron cristiana sepultura en el lugar. Así, junto a la sepultura de Arabí, se conservan otras cuatro importantes lápidas en distintos puntos del pavimento de la iglesia, aunque según el canónico de la Catedral, Francesc Xavier Torres Peters, «algunas no coinciden exactamente con el lugar donde están enterrados su propietarios».

La más antigua perteneció a la familia Balanzat. Situada a la izquierda del presbiterio, junto a la silla de autoridades, y cubierta con azulejos del siglo XIX en los que se ven un escudo con los blasones de los Balansat, Tur y Orvay, se indica que en el templo fue enterrado un hombre el 23 de septiembre de 1460. Junto a ellas, destaca en un rincón de la capilla de la Comunió la de la familia Francolí, de un formato diferente al resto pues simula un cuadrado adaptado y en la que aún a día de hoy se puede leer Sepultura dels Francolins dins la capella de les Animas de purgatori feta en l’any MCCCCCXXXVIII (1538); el sepulcro de los Vidal, una importante familia de notarios del siglo XV; y la de los Llovet, del siglo XVI y que aún conserva su escudo de armas grabado sobre mármol genovés mientras espera un lugar adecuado para ser expuesta.

Enterrados dos obispos

Además Torres Peters destaca dos tumbas de dos obispos de Eivissa ya que éstos, por su cargo, tenían derecho a ser enterrados en la Catedral. Frente a una capilla, a la derecha de la nave central, está la lápida de Antonio Cardona Riera, «segundo obispo administrador apostólico y séptimo titular», y mirando al altar, en el presbiterio, la de Basilio Antonio Carrasco Hernando, obispo de la isla desde 1831 a 1852 y que, según reza en su epitafio, era el «defensor de los derechos de la Iglesia, gloria de este pueblo, ejemplar de virtudes, consejero de obispos, sexta gloria de los obispos de esta sede, padre de los pobres, martillo de la herejía e incansable pregonero del Evangelio».

No sólo las familias importantes y los obispos están enterrados en la Catedral. Bajo el suelo de distintas capillas hay cientos de ciudadanos pertenecientes a algunos gremios, identificados con su escudo, como los carpinteros o maestros de hacha, los hortelanos, en el lugar que en el siglo XIV mandó construir el general Ponç Sacoma, o el de los sastres. Y justo enfrente del altar, en el inicio de la nave central, se encuentra una lápida que recuerda que allí están enterrados el centenar de ciudadanos fusilados en el Castillo el 13 de septiembre de 1936 por anarquistas incontrolados llegados desde la Península.

Varias criptas

Igualmente, Rosa Gurrea y Nines Martín hablan de varias criptas donde se han encontrado más cuerpos. La más grande, con cuatro salas o nichos situados a los lados de un pasillo central, es la que se encuentra justo debajo del presbiterio, aunque los trabajos de excavación también han permitido conocer la fecha de la cripta que el médico Antoni Carreres construyó delante de la capilla de Sant Antoni en 1681, y que «contaba con un pozo de entrada escalonado bajo el suelo de la capilla y con una cámara funeraria bajo la nave». Igualmente, se sabe que en las obras de la catedral, entre 1712 y 1728, se construyeron nuevas criptas como la de la capilla de la Soletat, que pertenecía a los Nicolaus.

Incluso, un informe mandado realizar por el obispo Abad y Lasierra en 1784 constata la existencia de tres fosas comunes en medio del templo y doce sepulturas ubicadas en la nave y en las capillas que pertenecían a distintas familias importantes ibicencas. Así, según las arqueólogas actualmente se sabe, entre otras cosas, que a finales del siglo XVIII bajo el presbiterio estaría la cripta de la Comunidad o del Cabildo, y que la familia de los Nicolaus estaba enterrada en la capilla de la Soletat, la familia de Isabel Anna Llaneres en la del Cor de Jesús, la de los Ferrer en la de Sant Josep o de los carpinteros, la de los Francolí en la de Sant Gregori, la de Antoni Carreres en la de Sant Antoni, la de los Jovers delante de la capilla de Sant Pere, la del gremio de los sastres en la de Sant Ciriac y la de los Llobets justo a los pies de la nave, delante del baptisterio.

Sin embargo, tres años después de este informe una Real Cédula emitida en 1787 supuso el fin de la costumbre de enterrar en la Catedral. Aún así los expertos siguen encontrando restos en los anexos del templo y es que la actual plaza era un cementerio del que ya se tiene constancia en un sumario abierto a causa de una pelea de 1289 y en el testamento de Ponç Sacoma, datado en 1389. Pero eso, ya es otra historia.