Dos personas observan un cartel de Alcohólicos Anónimos en el grupo de Área 14 Baleares.

El mensaje, por más crudo que resulte, no se despega un ápice de la realidad. Es la realidad para millones de personas –se estima que 1.700.000 en toda España– que reconocen consumir alcohol con exceso. De ellas, alrededor de 10.000 acude a las reuniones que organiza Alcohólicos Anónimos, una comunidad de hombres y mujeres que, como reza su lema, «comparten su mutua experiencia, fortaleza y esperanza para resolver su problema común y ayudar a otros a recuperarse del alcoholismo».

En Eivissa y Formentera el drama se intensifica por el terrible estigma de las drogas. «Hay un problema muy gordo entre los jóvenes. Personas de nuestra generación son adictas sólo al alcohol, mientras que muchos jóvenes son poliadictos, al alcohol, a las drogas, al juego... Conozco casos de chicos que venían con 18 años a las reuniones hechos polvo. Aquí en Eivissa las drogas están al alcance de los jóvenes y sabemos que se trapichea a la puerta de los colegios», exponen Pedro y Joseph, dos de los portavoces de este colectivo, en un enriquecedor encuentro en Periódico de Ibiza.

En Eivissa existen cinco grupos de Alcohólicos Anónimos, dos en Vila, uno en Sant Antoni y otro en Santa Eulària, más un grupo internacional. Se reúnen con frecuencia –el grupo Renacer Eivissa sólo descansa los domingos– y a ellos acuden de media entre 10 y 13 personas. Sus responsables calculan que en Eivissa hay unas 60 ó 65 personas en recuperación. En Formentera es más difícil abrir un grupo «porque «son comunidad pequeñas donde se conocen todos y sienten vergüenza».

En las reuniones, cada asistente exterioriza sus vivencias y sentimientos más profundos. Es el momento de poner sobre la mesa los 12 pasos o 12 tradiciones, «una serie de reglas o recomendaciones que nos ayudan a cambiar de hábitos», sostienen. Una guía «espiritual», fundamental para no recaer en una enfermedad que no sólo destruye a la persona que consume alcohol, sino a sus seres más cercanos.

«A veces la recuperación va muy rápida o a veces lentamente, he visto recuperarse a personas en pocos meses», indica Joseph, quien perdió la adicción física en un mes después de 30 años ligado a la bebida. «Es sorprendente», confiesa. Pedro reconoce que bebió durante 40 años y que muchas veces trató de dejarlo: «Llegó un momento que tenía que hacerlo por mi. Creas malestar a la familia, a tu pareja, en el trabajo, en la calle... Pero lo tenemos que hacer por nosotros, no por ellos porque si no, no tiene éxito la cosa. Lo más complicado es reconocer que tenemos un problema. Suele fracasar cuando una persona va obligada. Yo ahora soy Pedro, antes era una mierda».

El alcoholismo, que no entiende de clases, sexo ni edad, puede provocar fatales «lagunas mentales» que, en el peor de los casos, torturan a sus enfermos con traumas imborrables. «Yo he destrozado tres coches, aunque nunca he pegado a nadie. Pero hay gente que dice, he tenido accidentes y no sé si he matado a alguien», admite compungido Pedro, quien reconoce que el alcohol «te mata lentamente y te deja la cabeza tonta». Su compañero afirma que son comunes los accidentes de coche «que no salen en los periódicos» o la «violencia de género», dos graves desenlaces de una adicción que tarda en ser asumida por quien la padece.

Siempre alerta

Por la experiencia que ambos atesoran aplican una expresión: «Nosotros decimos que para que se te vayan los efectos son 90 días-90 reuniones». Pero la huida hacia adelante es engañosa, como recuerda Pedro: «Después de muchos años de no beber, ese sabor todavía me quedaba en la boca; de decir, joder, ahora me bebería esto, pero no se puede hacer. Esta enfermedad es para toda la vida. Nosotros la tenemos parada, pero en el momento en que volvamos a beber caeríamos». «Lo más difícil no es dejar de beber, es cambiar los actos y actitudes para no volver a beber, y esta tarea dura toda la vida», apostilla Joseph.

Aparece la cuestión de género en la conversación. «La mujer tiene el problema de que bebe a escondidas en su casa. Al hombre le da igual estar borracho en un bar», sostienen. La experiencia les ha hecho percatarse de que hoy en día acuden más mujeres a las reuniones de alcohólicos anónimos que hace años, y algunos estudios les conducen a afirmar que a las mujeres «les afecta una copa lo que al hombre le afectan dos». «La enfermedad tiene otro curso en hombres que en mujeres», concluyen. En Eivissa estiman que acuden a las reuniones un 70 por ciento de hombres y un 30% de mujeres.

Jóvenes vulnerables

La problemática de la juventud y la singularidad ibicenca vuelven a centrar su exposición. «Se tendría que tocar este problema en escuelas e institutos. Los jóvenes dicen, ya lo dejaré, ya lo dejaré, hasta que ya no pueden. Muchos drogodependientes empiezan con el alcohol, luego para rebajar los efectos toman cocaína, y luego para aumentar los efectos vuelven a tomar alcohol», indica Pedro, quien recuerda que con 15 años ya conocía la existencia en Eivissa de drogas fuertes. Su compañero se crió en el norte de Europa, donde no recuerda la presencia de este tipo de sustancias. «Aunque quisiera probarlas, no las había. Tiene que ver con la sociedad; cuando algo no está disponible, no puedes hacerte adicto», asegura. Algo que, en su opinión, está a la orden del día en Eivissa: «Aquí muchos se ganan la vida con la fiesta y la fiesta muchas veces es tomar drogas, parece que está incluido en el paquete. Lo pongo un poco en el extremo, pero es así».

Sin embargo, el problema, interviene Pedro, es que las drogas «hay que ir a buscarlas y el alcohol está al alcance de cualquiera». «Y socialmente está aceptado -prosigue Joseph- y en eso se equivoca la gente. Cuando invitas a alguien a tu casa, es raro que te ofrezcan un café o un vaso de agua».

Por eso resulta tan valioso acudir a Alcohólicos Anónimos: «Nosotros nos recuperamos por el contacto entre nosotros en las reuniones. Lo bueno de esto es que no se te impone nada y da igual tu religión, raza o color de piel. Cualquiera es bienvenido».

Para escapar del alcoholismo no existe cura, pero sí hábitos de vida como los que ponen en práctica desde hace años Joseph y Pedro: «No ir a los mismos bares ni con la misma gente. Retomar aficiones que habíamos perdidos y, sobre todo, coger un libro y leer».