«No es habitual que el artista funda sus obras», relata Pedro Hormigo, en la imagen superior, «aunque a mí es algo que me fascina». | Dani Manau

El escultor ibicenco Pedro Hormigo ha trabajado estos últimos días hasta la extenuación, soportando altas temperaturas y habiendo dormido apenas tres horas en dos largos días, para entregar al Grupo Ciudades Patrimonio de la Humanidad nuevas copias del Premio Patrimonio.

El artista diseñó en 2008 una estatuilla de unos 20 centímetros de altura realizada en bronce que representa la superposición de distintas culturas y que anualmente concede la entidad a las iniciativas que promueven la conservación y difusión de los conjuntos históricos declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

La institución, falta de unidades, encargó recientemente nuevas copias al escultor, quien las debía entregar antes de diciembre. «Antes pedían ocho o diez de una vez, ahora solo me han pedido dos», señalaba el autor.

Así, encerrado en su taller de Sant Antoni, el artista ha elaborado nuevos moldes de mortero, que invierten los originales hechos de cera.

Paralelamente, un horno -siempre bajo la atenta vigilancia de Hormigo- calentaba el bronce hasta conseguir una temperatura de unos 1.100 grados centígrados. Había tardado casi 36 horas en completar el proceso, pero aún quedaba la operación más delicada: verter el metal fundido -pura lava incandescente- sobre los moldes.

De vez en cuando, el escultor ibicenco insertaba una vara en el metal en estado líquido y verificaba la consistencia del mismo para comprobar si había llegado al punto óptimo.

En el momento justo, el artista y un ayudante -protegidos con prendas de cuero y máscaras de soldador- volcaban el bronce en los pequeños moldes gracias a unas enormes tenazas.

El entusiasmo en el taller, que albergaba a algunos amigos reunidos la noche del pasado sábado para la ocasión, se desbordaba al ver los hilos de lava que llenaban los huecos de cada molde.

Las piezas de bronce aún tardarían horas en enfriarse, dejando para el domingo «la parte más bestia: cargarse los moldes», explicaba Hormigo, visiblemente excitado.

«No es habitual que el artista funda sus obras», relata Pedro Hormigo, «aunque a mí es algo que me fascina, me parece un proceso casi ancestral».