Cinco euros con cuarenta céntimos por estas aceitunas rellenas», solicita con voz grave el vendedor. E inmediatamente, después de rebuscar en la cartera para encontrar otro billete, la clienta, una mujer de unos cuarenta años, sorprendida al ver la bolsa con apenas diez pequeños productos, comenta: «Salen un poco caras las aceitunas, ¿no? Podríais poner los precios». Pero el vendedor no responde. Pone cara de circunstancias, da el cambio de diez euros y sigue atendiendo. Finalmente, todo termina con la clienta siguiendo camino, refunfuñando y mirando incrédula a su bolsa y su cartera.

Esta escena que podría haber salido de un guión de una película de cine es completamente real. Se vivió ayer al mediodía muy cerca del Ayuntamiento de Vila, en Can Botino, durante la segunda jornada de la feria Eivissa Medieval y vuelve a poner de manifiesto uno de los grandes problemas de los que adolece la feria de Eivissa, los altos precios que sufren las miles de personas que pasean durante estos cuatro días.

Por ejemplo, Antonia, una vecina de Sant Josep, también destacaba lo mismo, pero en esta ocasión en el Baluard de Santa Llúcia, donde todos los años se combinan sudores con mojitos y limonadas, y abanicos con platos de churrascos y costillas en dirección a mesas abarrotadas en las que conseguir un lugar libre es como encontrar un tesoro. «Es inmoral cobrar diez euros por un plato de pulpo y además cobrar aparte la bebida», explicaba esta mujer que visitaba la feria junto a su marido Antonio, quien también aseguraba que «comer nos va a salir por más de 30 euros por cabeza y eso es mucho para pensionistas como nosotros».

De igual manera los precios de los bocadillos y las bebidas, que oscilan entre tres, cinco y ocho euros euros, también fueron motivo de queja. «No puede ser que por uno de jamón nos pidan esta barbaridad por mucho que venga de Extremadura y el pan sea artesanal, porque con los niños, cuatro bocadillos y cuatro bebidas acabas pagando casi cincuenta euros», contaba Miguel, paseando en compañía de su mujer Joanna y sus hijos Enzo y Marcelo.

Andando con la comida

Por eso, muchos visitantes volvieron a optar, como en años anteriores, por comprar comida en los puestos e ir comiéndola por el camino. Aunque hay menos donde elegir que otros años, sigue habiendo tartas, bollos, dónuts, quesos de todas partes de España y que han ganado todos los premios que uno se pueda imaginar, gominolas ‘artesanales’ con sabores muy variopintos, productos árabes, pan de espelta, helados, batidos, embutidos de ciervo, avestruz, caballo, ternera o toro, rosquillas de anís fritas, o aceitunas rellenas hasta de queso.

Pero de todos los puestos, uno volvió a ser el protagonista. El de las pastas caseras de las monjas. «Vengo todos los años y siempre le digo a mis hijos que hay que esperar para llegar aquí, donde las cocas, las orelletes, o los cocarrois están muy buenos y además tienen un precio un poco más ajustado, que nos podemos permitir», explicaba Pedro, de Sant Miguel, junto a sus hijos Roger y Alain.

Así que, ya lo saben, como dicen Pedro, Antonia, Antonio o Miguel, si se quiere comer en la feria Eivissa Medieval lleven la cartera llena.