Sant Josep celebró ayer por todo lo grande la festividad de Sant Isidre, patrón del campo, por lo que la jornada se convirtió en un multitudinario y colorido homenaje a las tradiciones rurales en una jornada en la que el tiempo fue espléndido.

A lo largo de la principal vía de la localidad y en los aledaños de la iglesia se dispusieron durante todo el día una gran cantidad de puestos que ofrecían todo tipo de productos de la tierra: artesanías, alimentos de producción local, equipamiento para la agricultura y un sinfín de ancestrales oficios, como el de elaborar espardenyes, castanyoles o senallons de esparto.

Conforme caía el sol, sobre las 19.00 horas, llegó el momento estelar de la tarde, que congrega cada año a residentes y turistas: el desfile de carros. Una treintena de carros tirados por caballos, otros por ponis y una amplia representación de jinetes (bastantes más que otros años, según se oyó entre el público) arremolinaron los centenares de personas a los dos lados de la calle.

El recorrido se repitió una segunda vez, quizás para que todo el mundo pudiera registrar tamaño espectáculo en sus móviles, tabletas o cámaras. A buen seguro, las redes sociales darán fe de la enorme cantidad de imágenes que deparó la caravana, desde todos los ángulos, con todos los enfoques posibles y relatando los detalles más desapercibidos.

Tras el desfile, se ofició una solemne misa cantada en el interior de la iglesia, con el templo a rebosar y la todavía alcaldesa, Neus Marí, presidiendo la fila de autoridades. Mientras, la actividad seguía en la calle, con algunos concejales y candidatos de diversos partidos departiendo a una semana de las elecciones municipales. La discreción mandaba no inmiscuirse entre las conversaciones que mantenían unos y otros.

La ceremonia religiosa finalizó con la imprescindible procesión de la imagen de Sant Isidre, una procesión que ya contó con menos público, pero no por ello exenta de expectación y seguimiento.

El ball pagès, las orelletes y el vi de la terra enfilaron la parte final de la celebración, muy disfrutada por los asistentes. Caía el sol y, tras una larga y brillante jornada dominical, Sant Josep y, poco a poco, los vecinos y turistas se fueron diluyendo, aunque pasadas las 21.00 horas todavía sonaban las castanyoles.