Dos turistas le compran a un vendedor ambulante un vaso con cortes de fruta. | D.M.

Como en otras playas de las Pitiüses, la venta ambulante se ha disparado en ses Salines hasta alcanzar cotas alarmantes. Lucas, que lleva nueve años trabajando como camarero en esta zona, explica que en su primera temporada «solo eran dos o tres», mientras que actualmente «hay más de 50 personas vendiendo».

Otros empleados de los establecimientos y las concesiones de ses Salines elevan la cifra por encima del centenar. Uno de ellos afirmó que resulta «muy agobiante, cada dos minutos pasa uno».

También señalaron que los vendedores ambulantes «están muy organizados» y actúan «como una banda». Además, explicaron que algunos de ellos permanecen en el parking situado en el acceso a la playa y, en caso de redada policial, avisan al resto mediante walkie-talkies antes de que los agentes lleguen a la arena.

Asimismo, indicaron que su actitud es distinta según qué cuerpo de seguridad actúe. De esta manera, ignoran a los policías locales si se presentan en ses Salines y «solo temen» a los agentes de la Guardia Civil. «Solo sería efectivo si hubiera una patrulla todos los días, pero parece que no hay efectivos», dijo uno de los trabajadores de los establecimientos de la playa.

Por otro lado, varios empleados remarcaron que los vendedores ambulantes «incordian a los clientes, tratan de influir en los niños para que sus padres compren, ensucian la playa». También sospechan que «están detrás de algún robo que se ha producido». Además, ante tal situación, los empresarios y concesionarios se han visto obligados a contratar seguridad que, no obstante, no puede intervenir en primera línea.

Comprensivos

Por su parte, los bañistas consultados por este periódico se mostraron más bien comprensivos con este fenómeno.

Es el caso de Francisco Ruiz, un madrileño que suele veranear en Eivissa y que ocupaba una hamaca en uno de los establecimientos de la playa. «No molestan mucho [los vendedores], pero se ven», apuntó el visitante, quien opinó que se trata de una situación «de economía de subsistencia» y que «el problema está en quien compra, no en quien vende».

A su vez, Tatiana y Bernard, una pareja de brasileños que visita estos días Eivissa, no solo manifestaron su conformidad con la venta ambulante sino que encontraban «normal» adquirir un vaso con piezas de fruta cortada, aunque no cumpliera ningún control sanitario: «En Brasil es común, sucede en todas las playas», comentó la joven tras abonar 4 euros por unos pocos trozos de melón, sandía y piña.

También le restó importancia a la venta ambulante Jorge, un turista argentino que afirma que en su país, este fenómeno se da «por todos lados, en la playa, en la ciudad y en cualquier sitio».

Sin embargo, considera «muy antihigiénico» comprar alimentos o bebidas: «Prefiero ir al chiringuito, que por lo menos sé que lo sacan de la nevera». Tampoco es partidario de adquirir en la playa gafas de sol u otros artículos «porque no son de calidad».