Mary Roig. | DE

Se llama María Antonia Roig Planells, «pero siempre me han llamado Mary», nos indica al principio de la entrevista, así que Mary la llamaremos a partir de ahora. Nació en Sant Jordi, en la carretera de Sant Josep para ser más exactos, hace muchos años. Y aunque no nos quiere decir la cifra exacta sabemos por su experiencia y la historia que nos relata que bien podría estar ya en edad de jubilarse. Una idea sobre la que ha meditado, aunque después siempre parece llegar a la misma conclusión, «¿qué voy a hacer si me retiro? Es toda mi vida, yo no he hecho otra cosa y, aunque a veces lo piense, al final no lo hago».

Desde una temprana edad lleva en contacto con el mundo de la estética, pues con apenas 10 años comenzó a ayudar en una peluquería de Sant Antoni lavando cabezas a las clientas. «Era verano y mis padres trabajaban. Por eso, para que no estuviera en la calle mi madre me mandó a ayudar en una peluquería a una señora que era soltera con una hija». Reconoce que era tan pequeña que no alcanzaba siquiera a los lavacabezas, por lo que la señora tuvo que construirle un cajón de madera para que llegara bien. «No eran como los que hay ahora modernos, eran lavacabezas antiguos, aclarábamos con un cazo mezclando el agua fría y caliente y se tiraba el agua al wáter».

Han cambiado muchísimo las peluquerías desde entonces. Era a principios de los 60 y lo que comenzó como un trabajo temporal se convirtió en su vida. «Cuando terminaba el verano volvíamos al colegio y cada temporada de vacaciones hacíamos lo mismo». Así pasaron varios años hasta que comenzó en una peluquería del Puerto de Vila, ahí contaba ya con la edad de 15 años. «Trabajé entonces con un peluquero llamado Antonio, que primero tuvo una peluquería en Calle Castelar y luego se compró un piso y puso una peluquería grande, moderna y con más lujos. Venían las señoras de Eivissa».

Ahí estuvo 9 años para después saltar a otra peluquería en la Calle Aragón, que ya tampoco existe. «Fue entonces cuando pensé ¿por qué estoy dándole negocio a esta señora, si puedo montar una peluquería para mí? Al final la única que trabajaba era yo, porque ella nunca iba, yo le llevaba la peluquería y el negocio era de ella». Ganaba 600 pesetas al mes y pensó que era mejor sacarse el título de peluquera en Palma y ser su jefa. Y dicho y hecho. «Me compré dos secadores de rulos, que era lo que más se llevaba entonces, y alquilé en la Avenida de España una casa, me puse allí, y tuve mucho éxito».

Su comienzo no fue complicado porque ya tenía una clientela fiel que la siguió a su nuevo negocio y porque en aquel entonces había poca competencia. «Eso ha cambiado ahora mucho, hay más peluquerías y muchas chinas que nos hacen competencia desleal a precios tan bajos contra los que no se puede hacer nada». Y eso que en Peluquería Mary te puedes cortar el pelo por sólo 12 euros.

«Ahora la gente joven casi no va a la peluquería, sólo de vez en cuando para cortarse las puntas», por eso, asegura que su mejor clientela son las señoras mayores y lo corroboran las cifras. «La gente mayor viene todas las semanas, viernes o sábado, para tener el pelo bien el domingo. Y quieren lo de siempre rulitos, peinados y mucha laca». Ahora han cambiado mucho los peinados y la gente va más natural.

Sin embargo, está orgullosa de poder decir que mantiene aún clientela de cuando era joven, con muchas señoras que han envejecido con ella y por las que continúa teniendo tres secadores de rulos. Y aunque afirma que la crisis se notó, «como tenemos una clientela de hace muchos años la gente no ha dejado de venir semanalmente, continuando con la costumbre». Lo que más afectó al negocio, además de la dura competencia, fue la subida del IVA pues de un 8 pasaron a pagar el 21 por ciento.

Pero ahí sigue, al pie del cañón de la segunda peluquería que lleva su nombre. La primera estaba en el salón de su propia casa. «Mi ilusión había sido tener un bajo toda mi vida. Pasaron muchos años y cuando mis hijos acabaron la carrera miré y encontré éste», dice mirando a su alrededor y viendo cumplido su sueño. Y todo a pesar de la oposición de su padre que no quería que fuese peluquera: «Me decía que no ganaría nada». Pero ella demostró que siendo emprendedora y trabajadora podía con eso y mucho más.