La noche comienza a las 8 de la tarde para los voluntarios de la Cruz Roja. Un equipo formado por tres personas sale de lunes a viernes con la Unidad Móvil de Emergencias Sociales (UES) a recorrer las calles de Vila para proporcionar sopa, leche caliente y bollería a las personas que no tienen ni un techo ni una cama para pasar la noche. La mayoría de ellos son ya viejos conocidos. Los voluntarios llaman a todos por su nombre. Saben dónde duermen, qué hacen durante el día y la dura historia que cada uno de ellos tiene a sus espaldas.

Mientras acaban de cargar la furgoneta, María nos cuenta que lleva seis años como voluntaria durante los cuales ha conocido historias muy duras, como la de un inglés alcohólico que les llamaba «los ángeles de la Cruz Roja» y que fue encontrado ahogado en la playa de Figueretes. Para recorrer las calles como voluntario se necesita «un poco de psicología», dice María. Cuando se acercan por primera vez a pedir comida, las personas que viven en la calle «son siempre reacios a hablar aunque les convencemos de que somos buena gente y al final confían en nosotros», señala.

La UES sale a las nueve menos cuarto de la noche y se dirige a los hornos y pastelerías que colaboran desde hace años con esta ONG: Flor y Nata, Harinus y el horno La Granja de es Viver. Los voluntarios recogen bolsas y cajas de bollería que ha sobrado del día. Con la furgoneta llena de comida, se dirigen al primer destino de la noche. Paran enmedio de una calle oscura junto al edificio okupa de es Viver donde viven entre 20 y 30 personas. Tocan el claxon y, en apenas unos segundos, empiezan a llegar las primeras personas. Entre ellas, Joaquín. No quiere ser fotografiado porque la semana que viene vuelve a trabajar y teme que le pueda ocasionar problemas. Si todo va bien alquilará una habitación y dejará de dormir en el edificio abandonado. Joaquín vive aquí junto a su novia, quien se queja de los altos precios que se cobran en la isla por la vivienda. «Este año está todavía peor. Yo pensaba conseguir algo en invierno pero piden 400 euros por una habitación», señala.

Uno de los momentos más duros de la noche se produce en el siguiente punto de la ruta. Manuela y Abraham bajan de la furgoneta en el paseo de Figueretes para ver cómo se encuentra Mohamed. Con una linterna se adentran en un portal donde se vislumbra un bulto que aparentemente corresponde a una persona. Le llaman por su nombre pero no responde. Abraham dice que respira y que el otro día intentó despertarle pero le gritó para que se fuera. La de Mohamed es, según Manuela, una de las historias más duras porque no se puede hacer nada. Jamás ha aceptado ni comida ni ayuda. A pesar de ello, pasan diariamente para ver cómo se encuentra.

Manuela es la que más habla con la gente. Se dirige a ellos con una sonrisa y una amabilidad extrema, como si fueran de su propia familia. Esta voluntaria destaca los momentos «satisfactorios» que ha vivido cuando algunas personas han salido de la calle y han vuelto a casa con sus familiares. Para ella, el voluntariado en la UES es «un toma y daca». «Yo les ayudo pero ellos también me ayudan a mí. Te ayudan a ver la vida desde otro prisma. y, sobre todo, a no juzgar», afirma con rotundidad.
Son las 10 de la noche y el furgón estaciona en la Plaça del Parc. Una pareja de italianos está esperando su llegada y unos segundos después empieza el goteo de gente, la mayoría extranjeros. Una decena de personas que tienen como única pertenencia unas bolsas y un par de mantas con las que duermen en un banco o un portal de Vila. Entre todos ellos, destaca la mirada azul de Salvador a quien la suerte parece haberle cambiado en las últimas semanas. Hace un mes que está trabajando en la construcción aunque todavía sigue durmiendo en la calle. «Mi objetivo es salir del hoyo. Con este trabajo me ha tocado la lotería», dice.

La noche avanza y va llegando la hora de acabar el recorrido. Pero antes se dirigen a un cajero del Mercat Nou donde duermen dos hombres y que, dadas las condiciones en que viven otros, son unos privilegiados. Al menos aquí no hace frío. «Normalmente estamos hasta las 8 de la mañana. Los del banco están encantados porque así les guardamos el dinero», bromea Abderá.
El punto final de la noche lo pone Leoncio. Duerme en el suelo bajo un árbol junto a un portal en Isidor Macabich. Manuela le dice que tiene que buscar un sitio mejor y le arropa con la manta mientras Abraham le trae un poco de zumo. Leoncio es una de las caras más amargas de la pobreza. La semana pasada durmió unos días en el albergue municipal pero ahora vuelve a estar en la calle.

La labor de la Cruz Roja es imprescindible pero no deja de ser un parche que no resuelve el problema de la falta de residencias en Eivissa y, sobre todo, no es una solución para que las personas deshauciadas por la sociedad puedan, como dice Salvador, salir de ese hoyo.

EN DETALLE

20'00''

Sede de la Cruz Roja

Los voluntarios de la Cruz Roja calientan la leche y la sopa en la sede de la Cruz Roja en Vila. Antes de salir a recorrer las calles de la ciudad cogen zumos, agua, mantas o chubasqueros.

20'00''

Recogida de alimentos

La ruta comienza en los hornos y pastelerías que donan la bollería que les ha sobrado. Los voluntarios de la Cruz Roja recogen cruasanes, ensaimadas o pizzas del día para repartirlos.

21'30''

Edificio ocupa de es Viver

La furgoneta de la Cruz Roja para en el edificio ocupado donde viven entre 20 y 30 personas. Muchas de ellas lo abandonan en verano cuando consiguen un trabajo en temporada.


22'00''

Plaça del Parc

La parada más larga se hace a pie de muralla. Una decena de personas de diferentes nacionalidades acuden al punto de encuentro. Algunos piden mantas para pasar la noche al raso.


L A N O T A

Poner un granito de arena haciéndose voluntario

Abraham, uno de los voluntarios de la UES, es pintor de profesión. Recientemente se mudó a un piso cerca de la Cruz Roja en Vila hasta que hace dos meses decidió entrar en la sede y hacerse voluntario. Los responsables de esta ONG quieren que cunda su ejemplo y, por eso, anima a todas las personas con ganas de colaborar a que se hagan voluntarios.

Además de tiempo, necesitan también recursos económicos. La UES funciona gracias a la subvención de La Caixa y el apoyo del Ayuntamiento de Vila, el Consell, empresas y particulares a los que hacen un llamamiento porque ahora faltan zumos, leche y alimentos en conserva.