Josefa Espigares es una granadina, nacida en Baza, que el próximo 24 de mayo cumplirá los 78 años. Esta mujer de marcado acento andaluz inició muy pronto el vuelo, pues con apenas 13 años contrajo matrimonio con su novio de 19.

Sin embargo, no fue un enlace sencillo pues el cura se negaba a casarles. «Aunque no quería casarnos a mí me dio igual, yo dije ‘me voy con él’ y me fui».

De esta manera comienza el relato de Josefa, quién vivió sus primeros años de el relato de Josefa, quién vivió sus primeros años de matrimonio en su Granada natal donde se dedicó a las labores propias del campo. «Allí nos ganábamos la vida con la recogida de la aceituna, segando las tierras, recogiendo cosechas... Había que trabajar duro para poder comer», explica. También realizaba labores con la pleita de esparto trenzado con la que se fabricaba esteras, sombreros y otras cosas.

Cinco años después de casarse vino al mundo su hija mayor, que ahora tiene 58, y después fueron llegando los demás con un intervalo de dos años entre uno y otro hasta nacer los cinco mayores. «Y cuando la pequeña cumplió once años nació el último, que no nos lo esperábamos. Fue toda una sorpresa y un regalo», claro que tampoco se esperaba convertirse en madre de otra pequeña que quedó huérfana, con tan sólo tres meses, tras la muerte de su madre, que tenía 25 años. «Era una cuñada mía y dejó el bebé a mi cargo, por eso, para mí son siete hijos».

Cambio de residencia

Pero aún no habían nacido todos cuando Josefa se plantó con los cinco mayores en Eivissa. «Mi marido encontró trabajo aquí de albañil, en nuestra tierra faltaba faena, y se tuvo que trasladar». Así pasaron un tiempo en el que él iba y venía cada dos meses para visitarles, «pero me harté de vivir sola con los niños allí, eso no era vida ni para mí ni para ellos». Con lo que, ni corta ni perezosa, se embarcó –con todos– rumbo a la Isla Blanca. Recuerda entre risas que su marido se quedó asustado al verlos llegar y que le preguntó «si estaba bien de la cabeza», a lo que ella muy ufana le respondió que se había cansado de la distancia.

Comenzaron viviendo en una casa en ses Salines, de la que luego se trasladaron, y Josefa empezó a trabajar limpiando casas. «No fue una vida sencilla pero lo íbamos llevando, porque como yo digo, estando comidos y limpios ‘¿qué más te pide la vida?’. No fue una vida de lujos pero éramos felices». Tanto que ninguno de sus hijos se ha marchado de Eivissa, una vez han crecido; «los tengo a todos casados y con sus trabajos. Ninguno quiere oír hablar de dejar la isla».

Una madre coraje que afirma que «no hay más remedio que tirar para adelante con todo». Así han pasado afirma que «no hay más remedio que tirar para adelante con todo». Así han pasado ya 50 años en los que ha visto aumentar a su familia, con 13 nietos y 7 biznietos, que la han colmado de una felicidad; tan sólo enturbiada por la pérdida hace cuatro años de su marido, justo 17 días antes de cumplir los 60 años de casados.

El baile, su pasión

Pero en su vida ha tenido también una notoria presencia su pasión por la danza e incluso dio clases como profesora de bailes de salón en el Llar d’Eivissa hace unos años. «Tenía yo 65, más o menos, y daba clases de sevillanas, tango, etc. y estaba muy contenta». Comenta que esta etapa duró de 3 a 4 años y que le encantaba enseñar a las personas mayores que ya casi no podían, y el ver cómo a ellas también les gustaba.

«Eso es algo que lo lleva una en la sangre. En mi tierra no bailas más que eso, allí todo es alegría. Y yo que vivía en un barrio de gitanos aprendí mucho del baile y de siempre me ha encantado». Por eso, ahora que le fallan las piernas y los brazos, y ya no puede dar clases, lo cha mucho en falta. Pero Josefa no deja de ser una parte muy activa del Llar y sigue sistiendo asiduamente: «No lo dejo, para lo que se presente siempre ayudo», concluye.