Eran las 15:30 horas cuando Mahy Marrero Sosa abandonaba el salón de plenos del Ayuntamiento de Sant Josep. Lo hacía acompañado por agentes de la Policía Local de Sant Josep le custodiaron hasta el exterior para localizar un taxi que lo llevase de regreso a Vila. Detrás suya, minutos después, bajaban las escaleras varios integrantes de una familia con caras desencajadas y alguna lágrima en las mejillas.

«No hay derecho, no hay derecho», repetían mordiéndose los labios. Era la explosión final de rabia e indignación generada entre muchos de los asistentes que no entendían las maneras del «hombre de la mochila» ni tampoco la modalidad de subasta que había planteado el Ayuntamiento de Sant Josep.

«La antigüedad debería valer para algo. Esta gente (en referencia a Mahy Marrero) no sabemos qué intenciones trae o quizá sí, pero mejor callarnos», señaló uno de los 97 licitadores iniciales.

Antes, en la sala se había escuchado todo tipo de palabras gruesas contra el licitador llegado desde las Canarias. «En cuanto acabe la subasta marcho y volveré en unos días para formalizar todo», apuntó Marrero Sosa, quien tuvo que escuchar descalificativos de todo tipo. Preguntado por lo elevado de sus pujas, señaló en tono jocoso que «podría ser un topo».

Dentro de la sala, también hubo momentos de gloria para José Alguacil o José Antonio Bonet, quienes respiraban cuando Ribas les adjudicó sus lotes.