La temporada turística ha empezado en la Marina con algunas bajas entre los comercios de este popular barrio de Vila que, este año, perderá parte del sabor auténtico que le proporcionan las tiendas históricas, sustituidas en muchos casos por negocios destinados al turismo y regentados en su mayoría por extranjeros.

La lista de comercios que no levantará este año la persiana es larga: la histórica tienda de tejidos Can Casetas de tres siglos de antigüedad, Can Pascual, dedicada desde 1942 en la calle de sa Creu a la venta de velas, o la pastelería Los Andenes que, tras cumplir 75 años, decidió el pasado mes de noviembre echar el cierre sin que de momento este establecimiento situado en primera línea del puerto sea ocupado por otro negocio.

Desde la Federación de Comerciantes la Marina-Puerto de Eivissa lamentan que muchos locales tradicionales hayan decidido bajar la persiana y la razón que esgrimen es que el barrio de la Marina se está revalorizando y los dueños de los locales de toda la vida reciben «ofertas tentadoras» que pocos pueden rechazar. «Si cierran el negocio es porque les han hecho una buena oferta y les vale más la pena dejar los negocios que seguir», señalan los comerciantes.
De hecho, las pocas personas que siguen al pie del cañón son dueños de los locales. Los que tenían el bajo en alquiler han tenido que abandonarlo tras la aprobación la nueva Ley de Arrendamientos Urbanos que entró en vigor el 1 de enero de 2015 y que acababa con los alquileres de renta antigua. «Muchos negocios pagaban unos alquileres muy bajos pero con la nueva ley se han actualizado los precios y a la mayoría no les sale rentable pagar esas cantidades con el tipo de negocio que tenían», dicen desde la federación.

Un bajo comercial en la Marina cuesta de media entre 2.500 y 3.000 euros al mes, aunque llegan a pedir hasta 6.000, y normalmente se alquilan durante todo el año pese a que el establecimiento solo abra durante la temporada turística. Entre 20.000 y 25.000 euros al año que no salen a cuenta si el negocio no es rentable, como sucede con muchas tiendas tradicionales.

Los representantes de los comerciantes creen que una posible solución al masivo cierre de tiendas antiguas es adaptar el negocio a los nuevos tiempos y a los gustos de los turistas. «Hay mucha gente con negocios que hoy en día no tienen mucha salida comercial porque se han quedado desfasados», argumentan.

A todo ello se suma que el cambio generacional no se ha producido en muchos de estos comercios. Los hijos de los dueños han estudiado y prefieren dedicarse a otra actividad, por lo que la continuidad del negocio se acaba.
No es el caso de Elisa Pomar, que pertenece a la cuarta generación que se dedica a la joyería en el mismo local. Una excepción porque, en la actualidad, la mayor parte de estos establecimientos están regentados por extranjeros que no tienen arraigo en la isla y que vienen a hacer la temporada, lo que provoca además que, de un año a otro, un mismo local tenga diferentes negocios.

Pomar, no obstante, es «optimista» respecto a las previsiones de esta temporada ante el anuncio de la llegada de un mayor número de turistas aunque asegura que le gustaría que los comercios no cerraran el 31 de octubre y abriesen «los 365 días del año». «La mayoría se ha acostumbrado a trabajar solo seis meses pero, si queremos que la Marina funcione, lo tenemos que hacer entre todos», afirma la joyera.

EL DETALLE

Los últimos supervivientes que se resisten a cerrar sus negocios

«Durará lo que Dios quiera». Pilar Marí, propietaria de Can Vadell, despeja con esta frase el futuro de la mítica pastelería de la calle Anníbal inaugurada en el año 1923. Este negocio es uno de los pocos que sobreviven en la Marina a los nuevos tiempos pero, como ellos, todavía hay algunas tiendas que se resisten a tirar la toalla.

Vicenta Riera sigue, a sus 88 años, al pie del cañón al frente de Can Vinyes. A pesar de que las ventas han caído en los últimos años porque, según dice, «no hay dinero», Vicenta asegura que continuará al frente de esta tienda de cestos «hasta que me muera», entre otras cosas porque es propietaria del local.

Lo mismo opinan en Can Rich, una minúscula tienda de 80 años de historia donde puedes hacer una quiniela y comprarte unas alpargatas, o en Can Verdera donde, más de cuarenta años después, todavía venden productos de pintura a los vecinos del barrio.