La imagen de Nuestra Señora Santa María Madre de la Iglesia al salir en procesión desde el templo de Puig d’en Valls. | DANIEL ESPINOSA

Como cada tercer domingo de mayo, Puig d’en Valls se vistió ayer con sus mejores galas para celebrar el día grande de una parroquia que guarda muchas peculiaridades. La primera de ellas es, precisamente, que sus Fiestas no coinciden con un día concreto del calendario ni del santoral.

Así lo decidieron los obreros de esta población hace casi medio siglo, según explica Antonio Torres Torres, presidente del club de mayores y durante muchos años miembro de la comisión de fiestas. «En 1967 se construyó la iglesia y en 1975 se nos reconoció como parroquia y organizamos las primeras fiestas del barrio», recuerda.

Ayer, los actos se iniciaron con una solemne misa, oficiada por el obispo de Eivissa y Formentera, Vicente Juan Segura, en la que el coro local se desempeñó en el aspecto musical.

Tras la eucaristía las melodías siguieron fuera de la iglesia, con la actuación de la Agrupación Musical del Santo Cristo Yaciente. Se arrancó con el himno nacional para, seguidamente, iniciar el solemne paso de un desfile que rendiría homenaje a dos imágenes: la de San Pedro –obsequio en su día del antiguo párroco Pep Costa– y la de Nuestra Señora Santa María Madre de la Iglesia. Tras ellas, la Colla de Puig d’en Valls y los Xacoters de sa Torre, seguidos de las autoridades locales, con el presidente del Consell d’Eivissa, Vicent Torres, y el alcalde de Santa Eulària, Vicent Marí, entre otros muchos representantes políticos.

A ritmo pausado y sin que nadie guiara la comitiva, el recorrido de la procesión avanzó por calles en las que no estaba previsto hacerlo, ofreciendo una de las primeras sorpresas de la jornada. Así, el desfile resultó más largo del previsto, aunque precisamente ello permitió que vecinos que no esperaban la visita de las dos imágenes las pudieran contemplar y venerar desde sus balcones.

Ya de nuevo frente al templo, la colla local dedicó a los vecinos una exhibición de ball pagès, durante la cual un joven sacerdote de la parroquia, vestido con sus hábitos, asombró a propios y extraños con una asombrosa demostración en el arte de las danzas locales típicas.

Tras el reparto de orelletes y vino payés, que despertó un gran revuelo a las puertas del templo, una quincena de carros y una pareja de jinetes hicieron un desfile que acaparó los últimos flashes de la mañana. Por la tarde, estaban programados algunos actos deportivos y culturales en las pistas deportivas.