Los alumnos que aprendieron a leer y a escribir con él definieron a Antoni Albert i Nieto como el mejor maestro que ha tenido Eivissa. La enseñanza la llevaba en los genes. Hijo de un maestro catalán y de una ibicenca, Albert nació en 1867 y se dedicó a este oficio durante casi medio siglo. En 1890 fundó su propia escuela, el Colegio Albert, en el barrio de la Marina, que pronto se quedó pequeña para albergar a los alumnos que se matriculaban.

Durante un tiempo fue también profesor del Colegio Municipal de Enseñanza Media pero una de sus etapas donde más reconocimiento obtuvo como maestro fue al frente de la escuela del Pòsit de Pescadors ubicada en el puerto de Vila.

Sus alumnos destacaban de él la seriedad con la que se tomaba el oficio de maestro. Los niños le ponían incluso piedras en la puerta para que don Antonio, como le llamaban, no pudiera entrar y no diera clase pero el maestro rompía el paño si era necesario y siempre acababa entrando para dar clases.

Albert era un hombre muy serio y nunca hacía bromas a sus alumnos. El libro Antoni Albert i Nieto, un mestre eivissenc, de Antònia Cardona, cuenta que cuando no le hacían caso repetía siempre la misma frase: «Hacer bien a villanos es echar agua al mar».

Las personas que le conocieron decían de él que tenía un defecto, que es que decía lo que sentía, lo que hizo ganarse muchas antipatías. Unos le admiraban por su valentía y otros le detestaban por su forma de pensar.

Su compromiso con los ideales republicanos hizo que ocupara diferentes cargos políticos y sociales como presidente del ‘Casino Republicano’ de Eivissa o secretario de la Sociedad Económica Ibicenca de Amigos del País. Como político, defendió la descentralización del estado y la autonomía balear y fue concejal del Ayuntamiento de Eivissa en dos ocasiones.

Precisamente, su condición de republicano hizo que lo detuvieran al principio de la Guerra Civil española por «haber colaborado con los rojos» y estuviera preso, primero en Eivissa y más tarde en Palma. Durante su encarcelamiento perdió 22 kilos de peso, y envejeció sensiblemente a causa de la diabetes y la bronquitis crónica que padecía.

En 1939 consiguió la libertad condicional y murió 6 años después, viejo y cansado, a los 78 años de edad.