Hideki Aoyama fue uno de los primeros japoneses que se estableció en Eivissa, allá por 2003 cuando tenía 30 años. Ya entonces contaba con un largo recorrido y una amplia experiencia vital forjada a base de sus viajes por el mundo. «No me gustaba vivir en Japón», afirma y por eso, desde joven empezó a recorrer todos los continentes, pasando por América, Asia y aterrizando después en Europa.

Con 20 años se fue a Estados Unidos con la idea de estudiar, y cursó primero de Periodismo –interesado especialmente en el campo de la investigación–. Sin embargo «el primer año se estudiaban cosas más generales y lo terminé dejando porque no me cautivó». Fue entonces cuando comenzó a buscar trabajos temporales para ahorrar dinero y dedicarse a recorrer el país, aunque no tuvo éxito y unos meses más tarde volvería a Japón.

«A mi familia no le chocó nada mi forma de vida porque mi madre ya sabe cómo soy y que cada vez que volvía a Japón me daba el bajón, no sabía qué hacer con mi vida». Por eso, llenó su tiempo no sólo viajando sino también con la música.

«Desde que tenía 12 años me gustaba la música y estuve varios años tocando la guitarra, practicando mucho y haciendo directos con amigos, aunque nunca pensé en dedicarme a ello porque quizá me faltaba determinación».

Aún así, viajó por Estados Unidos siguiendo el estilo con el que más se identifica, el rock. Continuó después por Asia, pasando por la India y Tailandia donde se impregnó de la esencia hippy y donde escuchó por primera vez el nombre de Eivissa.

«He ido cuatro veces a la montaña de la India, he estado en el campamento base a 2.000 metros de altura donde se hacen fiestas y también a la altura de 6.000 donde sólo se ve naturaleza y nieve». Así, conectado con su parte más hippy regresó a Japón para vivir un tiempo con amigos pero sin tener claro qué hacer con su vida.

Tenía 28 años cuando decidió conocer Europa donde había planeado estar seis meses Primero estuvo en Reino Unido, y luego en otros países, para terminar en España. «Me gustó mucho Barcelona, aunque aún no hablaba nada de español, pero recuerdo llegar a las Ramblas y ver esa diversidad de gente, chicos con rastas y pensé ‘¡vaya país!’ así que me quedé los 5 meses restantes». Sin embargo, cuando regresó al verano siguiente se encontró con una cara diferente de la ciudad, demasiados turistas, por lo que probó entonces suerte en Eivissa.

Nada más llegar, y aún sin conocer el idioma, compartió piso y se rodeó de ingleses. No obstante, confiesa que con el tiempo sus amigos íntimos son todos ibicencos. La isla le dio una nueva idea, dedicarse a la cocina. «Los restaurantes japoneses se estaban poniendo de moda en Europa, aunque en España aún no eran tan populares, pero ya se veían algunos en Eivissa, aunque casi todos regentados por chefs extranjeros». Fue entonces cuando le vino la primera idea de montar un local, pensando que funcionaría.

Trayectoria

Claro que antes regresó a Japón para aprender la práctica, en una época en la que sólo había una escuela de sushi, y donde reconoce que pasó por un largo y estricto aprendizaje. «Era una pequeña escuela, pero muy dura, todo muy serio. El maestro de sushi es de ideas cerradas, ‘muy japonés’. Además, se avanza lentamente, primero sólo te dejan limpiar, luego ya vas tocando algo de pescado, después algo de arroz... muy poco a poco».

Con esta enseñanza a la espalda, pasó por la cocina de varios restaurantes y hoteles en la isla, entre ellos el Insotel Fenicia de Santa Eulalia, donde también había comida mediterránea, y un restaurante dentro del Gran Hotel. Pero hace cuatro años, y animado por su pareja, se embarcó en la aventura de abrir su propio negocio, Sushiya Aoyama, en el barrio de Sa Penya. «Al principio fue duro empezar en este barrio, pero ha ido cambiando con el tiempo y nos hemos hecho nuestro hueco». Y aunque este verano inicia su quinta temporada también será la última en la plaza de Sa Drassaneta, pues ya están buscando un nuevo local.