Tuve en el instituto una maravillosa profesora de literatura que siempre decía que «amante es el ama y estudiante el que estudia». En esencia, nos recordaba que no podíamos calificarnos de «estudiantes» por el simple motivo de acudir a clase, si no practicamos el noble arte de retener conocimientos, y que solamente seríamos «los perfectos amantes» al dar sentido a todas las connotaciones positivas y altruistas que supone amar a alguien: entrega, generosidad, admiración, amistad y nobleza. Para doña Emilia, calificar a una aventura de una noche como “amante” era una ofensa a esta hermosa palabra, desvirtuada por una connotación peyorativa que no le hace justicia. Por esta regla de tres, inoculada con acervo por aquella docente que realmente hacía honor a su cargo y era capaz de transmitir la importancia de la poesía y de la lectura a aquella horda de adolescentes perdidos que fuimos, asesino será quien mate a otras personas, delincuente quien cometa un delito y “puta” quien realice una transacción económica y consentida de dinero a cambio de su cuerpo.

Estos días hemos escuchado cómo un torero que perdía la vida en el ruedo era calificado de «asesino» y, lo que es más grave, cómo personas que se definían como defensores de los animales manifestaban su alegría por la muerte de un semejante. Toda una paradoja. Las redes sociales se han inundado de comentarios inapropiados y que atentan contra el honor de ese pobre chico que no podrá leerlos y de su familia.

Un hombre que afirmaba ser maestro mostraba, incluso, una falta de los valores que se supone que debe transmitir alguien que educa a niños, al desear la muerte a toda la familia del joven y al festejar su alegría por quien tildaba de «asesino». El argumento que esgrimía era que quienes se dedican a esta profesión de luces y sombras acuden a una plaza para acabar con un animal indefenso que no ha elegido estar allí. Si nos ceñimos con pulcritud a lo que dice la RAE asesino es quien «mata con ensañamiento a otro ser humano». Sea como fuere, aunque dicha palabra tenga otras acepciones, todos estamos de acuerdo en que se mide la humanidad de las personas en su trato a los animales, pero este argumento no puede servir como escudo para comportarnos como hienas y celebrar el fallecimiento de alguien de nuestra especie, independientemente de sus circunstancias. Personalmente no aprecio el mundo taurino, no disfruto con la llamada «fiesta nacional, ni comulgo con esta tradición, como tampoco entiendo qué le ven a los San Fermines quienes acuden a unas fiestas a correr delante de un toro y a emborracharse cada día. El hecho de que no lo comparta no significa que celebre las desgracias que les ocurran, del mismo modo que no me alegro de la muerte de los terroristas que se inmolan para, en este caso sí, asesinar a otras personas, ni de los ajusticiados en los países en los que existe la pena de muerte. El respeto por la vida debería extenderse a todas las especies y la educación debería ser la premisa en la que se base toda defensa de una postura, sea cual fuere.

Precisamente han sido también noticia esta semana las violaciones a mujeres en las fiestas de Pamplona en las que el alcohol y la desinhibición parecen ser justificantes para que grupos de hombres realicen tocamientos y abusen de jóvenes que «parece que se lo están buscando». De nuevo hemos tenido que leer sandeces como «si ellas se levantan la camiseta y enseñan los pechos, van como van y se exponen a ello, que no se escandalicen luego si les dan guerra”. Había olvidado ya esos comentarios de otro siglo en los que por llevar minifalda, maquillarnos, ser simpáticas, o enrollarnos con un chico se justificaba que “ese “no” era un «sí» velado». Una mujer que disfruta de su cuerpo y actúa con libertad llegando hasta donde considere no es una puta, y ya estamos cansadas de tener que enarbolar este punto. De nuevo hay quienes se comportan como animales en vez de como seres humanos demostrando su primitivismo al no entender que “no” siempre, siempre, siempre es “no”, y que nada justifica un abuso o una violación.

Perdonen que me extienda pero esta ha sido una semana de indignación extrapolada a muchos ámbitos y que quisiera cerrar con el último supuesto que les planteaba. Quien comete un delito, como por ejemplo una violación, será siempre un delincuente. Quien no declara sus beneficios fiscales, aunque esgrima el vago argumento de que no sabía lo que firmaba y confió en su albacea, comete un delito, y por ende, es también un delincuente.

Estamos ya cansados de princesas, cantantes, políticos, actores o futbolistas que se escudan en la ignorancia para engañar a todos los que pagamos religiosamente nuestros impuestos y contribuimos a que este país funcione, aunque sea a medias y sin gobierno. La campaña de defensa al delincuente Leo Messi por parte del Barça es un insulto a quienes vemos con impunidad cómo en este país quien tiene dinero se sale siempre con la suya y actúa de forma ignominiosa contra todos. Lo siento mucho por los amantes del fútbol, y lamento más todavía que consideren a estos jóvenes poco ilustrados «ejemplos para la ciudadanía», pero en este caso Messi no tienen defensa alguna y el dolo no afecta a su falta.

En esencia, ojalá hubiese más maestras como doña Emilia en nuestras vidas para recordarnos el valor de las palabras, cuándo, cómo y de qué manera deben usarse y evitarnos escuchar, leer o sufrir afrentas como las de estos días. En fin, mañana será lunes, y esperemos que esta semana nuestra gramática, ética y cordura se sientan menos dañadas. Quién sabe, tal vez nuestros políticos asuman su finalidad primigenia, que es gobernar escuchando la voz del pueblo, y se sienten a negociar de qué manera dar forma a lo que los electores hemos escogido: unas cortes plurales, sin mayorías, en las que cada uno eleve su voz para llegar a acuerdos globales que satisfagan y mejoren la vida de la mayoría de los ciudadanos. Lo sé, puede que doña Emilia no hiciese al final un buen trabajo conmigo, ya que me formó para ser idealista, creer en la justicia y defender un mundo mejor desde el conocimiento y el respeto. Al final lo que se presupone que debe ser la hoja de ruta de un periodista.