Aspecto que presentaba ayer el interior del piso donde se iniciaron las llamas hace una semana en el número 28 de la calle Vara de Rey de Sant Antoni. | Arguiñe Escandón

Un penetrante e insoportable hedor a hollín vive instalado en el número 28 de la calle Vara de Rey de Sant Antoni desde hace una semana. El pasado lunes, José María S.S. abandonaba el bloque cumpliendo su amenaza de prender fuego al edificio. El autor confeso de las llamas fue detenido ese mismo día y, tras declarar ante el juez, pasó a prisión provisional. Sus antiguos vecinos, que fueron desalojados ese fatídico lunes, pudieron regresar al cabo de un día.

Sin embargo, para ellos la pesadilla no ha terminado. El pasado viernes los peritos de las aseguradoras inspeccionaron el lugar para determinar qué desperfectos cubrirán las respectivas pólizas.

Ayer, los vecinos esperaban que se empezara a limpiar la escalera. «Nos dijeron que vendrían esta mañana, pero en el ayuntamiento no saben nada y dicen que es algo privado, que es cosa de la propiedad», asegura una vecina.

Pocos minutos más tarde, aparecen los empleados de una empresa contratada por las dos propietarias de la finca para revisar el estado del inmueble y proceder a la limpieza, desescombro y apuntalamiento de los tres pisos directamente afectados por el fuego.

Tras observar el lugar, un portavoz de la empresa coincidió con los primeros informes técnicos, que certificaban que la estructura del edificio no se encontraba dañada. No obstante, esta fuente advirtió que habrá que esperar «como mínimo una semana más» para empezar a limpiar y retirar los escombros.

Y es que , además de la aprobación del presupuesto y de la confirmación de la cobertura de las aseguradoras, también será necesario el informe de un arquitecto para el apuntalamiento de los pisos. Las propietarias «querían que entráramos ya el sábado y empezáramos a limpiar, pero no es posible ir tan rápido», lamentó.

Regreso

Por otra parte, la mayor parte de vecinos ha logrado reubicarse en el domicilio de algún familiar o amigo, pero no todos. Una familia, por propia voluntad, regresó a su casa en cuanto se les permitió, al día siguiente del siniestro. En la primera planta, justo enfrente de la vivienda donde se originó el incendio, vive la familia Solís Melcón, formada por un matrimonio y su hijo mediano, el único de los tres que todavía no se ha emancipado.

«Por la noche no puedo pegar ojo, tengo angustia y miedo», señala Ana María, de 56 años. «Es como estar frente a la boca del lobo», dice al tratar de describir los sentimientos que le atormentan desde hace una semana.

Ella se encontraba en el edificio cuando se desencadenó el incendio. «Me llamó una vecina, me asomé y casi me da algo», recuerda. Explica que, de manera instintiva, desconectó de la red algunos electrodomésticos, cerró las ventanas que daban directamente hacia las llamas y salió «disparada» del piso, únicamente con «las llaves y el móvil».

Una semana más tarde, el intenso olor a quemado, perceptible casi desde la calle, persiste en todo el interior del edificio e incluso afecta a los vecinos de los bloques colindantes. A Ana María esta situación le obliga a entrar y salir de su casa con mascarilla. Mantiene tanto en la puerta de su casa como en las ventanas una toalla para evitar el paso de el intenso olor de quemado y de partículas que podrían resultar dañinas. «Es tóxico y tenemos que tener cerrado todo el día, con los ventiladores sin parar, pero por lo menos estamos en casa», comentaba ayer.

Todavía le cambia la cara cuando dirige su mirada hacia la parte incendiada del edificio y espera poder regresar «lo antes posible» a la normalidad. Afirma que una semana más frente al hollín y al recuerdo físico del infierno que vivió se le hace «demasiado cuesta arriba».

Temor a posibles intrusos

Peor rememorar las llamas no es lo único que la atormenta. A la traumática experiencia se le añade otro temor: la entrada de extraños al interior del edificio. «Mi hijo está convencido que han entrado de noche», sostiene Ana María, quien añade que algún otro vecino pasa las noches «en su terraza» por miedo a que alguien acceda a su domicilio y lo ocupe o se haga con sus pertenencias. Su mujer, que se encuentra alojada junto a sus tres hijos en casa de unos amigos, le visitaba ayer por la mañana. «Los niños no pueden estar aquí, pero ¿qué vamos a hacer? Sólo podemos esperar a que se arregle todo», decía resignada.