El pasado 1 de agosto se cumplieron cien años del apagado definitivo del faro de sa Punta Grossa, situado en la costa de Sant Vicent de sa Cala, y uno de los pocos fiascos en la trayectoria de Emili Pou. Este ingeniero mallorquín fue el encargado de llevar a cabo en Balears el Plan General de Alumbrado de las Costas Españolas aprobado en 1847, durante el reinado de Isabel II, que contemplaba la construcción de 111 faros a lo largo de todo el territorio nacional.

La ubicación de un nuevo faro en la costa noreste de la isla de Eivissa levantó discrepancias desde un primer momento, ya que las opiniones se dividían entre los partidarios de levantarlo donde está actualmente y los que pensaban que la mejor opción era ubicarlo en el islote de Tagomago. Finalmente se decidió erigir el nuevo faro en sa Punta Grossa, pero al poco tiempo se vio que la decisión tomada fue la errónea. La luz que emitía el faro, cuyo alcance era de 15 millas náuticas para un observador situado a 4 metros de altura sobre el mar, no conseguía que las embarcaciones evitaran los peligrosos bajíos frente a es Figueral y al poco empezó a construirse una nueva torre en Tagomago.

Las obras del faro de sa Punta Grossa duraron cerca de cuatro años y a las dificultadas intrínsecas que conlleva una torre en lo alto de un acantilado sin camino de acceso –el material tuvo que llevarse por mar– se le añadieron una epidemia de cólera y la necesidad de cambiar de canteras por ser de muy mala calidad la piedra extraída en el primer emplazamiento. Por todo ello, aunque los primeros torreros allí destinados llegaron a mediados de 1868, el faro no se inauguró hasta el 15 de septiembre de 1870.

Tanto esfuerzo por levantar el faro quedó en lo que hoy día podemos observar, ya que 46 años después de su inauguración su luz se apagó definitivamente después de que dos años antes se iluminara el faro de Tagomago.

Ahora, como entonces, contemplar este gigante es mucho más sencillo desde el mar. Acceder a él es complicado y peligrosísimo, ya que uno se arriesga a sufrir un patinazo por el estrechísimo sendero que conduce a él y caer irremediablemente al mar desde una altura imponente.

Un trayecto que en su día recorrieron los jóvenes de sa Cala para que los fareros que habitaban en sa Punta Grossa les enseñaran a leer y a escribir antes de que se levantara la primera escuela en el apartado pueblo del noreste de la isla.

En 1918 el faro se entregó el faro al Ministerio de Hacienda y en 1970 fue subastado y vendido. Sin embargo, su óptica todavía sigue funcionando ya que se instaló en el faro de Punta Ínsua, cerca del cabo Finisterre, en la provincia de La Coruña.