Tanto en la Biblioteca Nacional de España como en el Archivo Histórico Nacional se encuentran las biografías manuscritas, solapadas y divertidas de personajes que anduvieron por Ibiza.

El primer Obispo de Ibiza y los pozos fétidos

Uno de estos personajes fue el primer obispo de Ibiza, Manuel Abad y Lasierra (Huesca 1729-Zaragoza 1826). Ateo o no, basta echarle un vistazo al manuscrito 5905 de la Biblioteca Nacional de España, que antes estuvo en la librería del Obispado de Ibiza estante 4, para darse cuenta de que lo primero que hizo al llegar a Ibiza en 1782 este jerarca fue hincar los codos y estudiar a fondo su negociado para luego mejorarlo.

Sobre su Diócesis escribió un informe de 78 folios y con letra muy clarita. En él, anotó que la iglesia de Santa María la Mayor que iba a ser, por bula de Pío VI, su catedral, echaba un montón de peste porque su suelo estaba hueco y lleno de tumbas y, por si fuera poco, comunicaba con dos pozos donde cada dos o tres días se tiraba a los muertos tiernos «que no tenían sepulcro particular» y allí se iban descomponiendo en sus jugos fétidos. Tal es así que los feligreses desde hacía siglos o se ponían una pinza en las narices o tenían que irse del templo por el hedor.

Finalmente el obispo cerró esos pozos, alicató el suelo, mando hacer un cementerio extramuros, mejoró los recursos de cada parroquia ibicenca y la vida de las monjas agustinas cuyo monasterio encontró «tan pobre y miserable en su fábrica y rentas que no se distingue de una casa particular».

Registrador de la propiedad aficionado a la paella

Lo mismo que hay médicos humanistas hay registradores de la propiedad de alta cultura como lo fue uno que estuvo registrando propiedades en Ibiza desde el 16 de diciembre de 1896 al 15 de enero de 1897, Víctor Navarro Reig. También ejerció en Albacete, Benavente, Astudillo, Lucerna, Alcoy, Monóvar, Guía (Las Palmas) y su expediente está en el Archivo Histórico Nacional.

Una cosa que solía hacer a la hora de pedir cambio de plaza y ciudad, uno de los méritos que incluía, era el de ser el autor de Costumbres Pitiusas (1901), libro premiado por la Academia de Ciencias Políticas y Morales de Madrid y que incluso fue enviado al ministro de la Gobernación. Hay que agradecerle que en su periplo como registrador prestará lo mejor de su erudición, de su etnología y de su inteligencia a Ibiza. Para él los ibicencos tenían exceso de amor propio. Recuerda «que a la generalidad de los españoles tan desconocida les es la isla de Ibiza como puede serlo el país de los aschantis o la Tierra de Fuego». Escribió también un recetario sobre las 24 maneras de hacer paella valenciana (al forn, rosetjat, con pato y pata), y todas esas formas también las registró de las costumbres ibicencas.

El masón que no era masón y sí un bocazas

La abolición de la Inquisición a finales de la primavera de 1813, según el profesor de la UIB Miquel Bennásar «debió influir en la sociedad ibicenca aunque no hubo noticias de revueltas o protestas como Mallorca a finales de abril de aquel año». En la Biblioteca Nacional hay un opúsculo raro impreso en la políticamente convulsa Cádiz de 1812 en el que el obispo de Ibiza, Blas Jacobo, arremete contra «muratores o masónicos» y aprovecha para pedirle al rey que refuerce la Inquisición porque sólo cuenta con «dos ministros para hacer diligencias» y las investigaciones que el Santo Tribunal tiene pendientes no «permiten evacuar con prestez todos los asuntos que ocurren en la isla». Parece que en 1812 la Inquisición era muy lenta pese al poco trabajo que tenía en Ibiza. Recordemos que la isla en la Guerra de la Independencia no paso de ser un lugar de vigilancia de un número menor de prisioneros franceses, la mayoría oficiales, que campaban a sus anchas en su presidio celebrando incluso el día de San Napoleón.

No fue ese el caso de un ibicenco, Marcos Tur, un fantasma que no tuvo mejor ocurrencia que ir a la barbería en 1814 y decir que era sordomudo, masón y que si alguien se quería apuntar a la masonería que se lo dijera. La broma le salió cara, corrió como la pólvora y los inquisidores de Mallorca lo llamaron a hasta que comprobaron que era solo un bocazas. Este expediente inquisitorial tan jugoso se encuentra en el Archivo Histórico Nacional.