Éste es el estado que presenta la fachada de la iglesia de Jesús sin el enlucido típico.

Los trabajos para la restauración de la iglesia de Nuestra Señora de Jesús han dejado al descubierto el frente de piedra caliza del templo erigido en el siglo XV. Una visión que, a primera vista, impacta al transeúnte, acostumbrado al blanco inmaculado de las iglesias rurales pitiusas, con la única excepción de la de Sant Ferran de ses Roques, en Formentera, que nunca fue encalada.

El principal objetivo de los trabajos que el Obispado de Ibiza y Formentera está llevando a cabo en la iglesia de Jesús es el de poder mejorar la conservación del retablo, la obra de arte sacro más importante de las Pitiusas. «Se están quitando los enlucidos de cemento y pintura plástica que impiden que el edificio ‘respire’ para volver al mortero de cal auténtica y que el templo tenga el grado de humedad y temperatura adecuados para conservar el retablo, además de para la propia dignidad del edificio», apuntó ayer el canónigo e historiador Francesc Xavier Torres Peters, quien añadió que «se vuelve al sistema de construcción tradicional, el que ha funcionado siempre y el que se ha demostrado que es el mejor».

Torres Peters señaló que en la construcción de las iglesias se utilizada el mismo criterio que con el de las casas payesas, es decir, «enlucir y encalar las partes más visibles y nobles, como la fachada y poco más». «De hecho, hay muchas iglesias que no están emblanquinades en sus laterales y en su parte trasera», destacó el clérigo.

Torres Peters explicó que a finales del siglo XIX, cuando se levantó la iglesia de Sant Ferran, «existía la tendencia de quitar el blanco de las iglesias. En Sant Elm, en época del vicario Rafael Oliver, «la pintaron de un color terroso ‘para que tenga más apariencia de iglesia’, porque parecía una casa, un edificio como los demás». Una práctica que también llevaron acabo en el interior de la de Jesús, «pero después se volvió a encalar», apuntó el canónigo.

El retablo gótico de la iglesia de Jesús, realizado en los talleres valencianos de los Osona a finales del siglo XV, ha sido restaurado en los últimos años después de que hubiera sufrido daños por culpa de la humedad del templo y la acción de los aires acondicionados y calefactores instalados años atrás.