Hasta no hace mucho tiempo, el pequeño pueblo de Sant Vicent (oficialmente y en todas las señales viales Sant Vicent de Sa Cala) fue el lugar más aislado de Ibiza al no estar comunicado ni siquiera por carretera. Ahora, la cosa no ha cambiado mucho aunque ya se haya construido una carretera sinuosa que permite llegar disfrutando de unas maravillosas vistas al mar y a los acantilados.

Tal vez por ello esta pequeña población perteneciente al municipio de Sant Joan celebró ayer su día grande casi en familia con apenas un centenar de personas en torno a su precioso templo de una sola nave, altar mayor y seis capillas, encalado de blanco e inaugurado el 15 de agosto de 1838, once años después del comienzo de sus obras. A pesar de ello, había una amplia representación de ciudadanos llegados desde prácticamente todo el mundo. Estaba la familia francesa Papa, Philipe, Fecille y su hijo Benjamín, todos ellos vestidos para realizar el mejor y más complicados de los trekings; el simpático matrimonio formado por Aure y Rosa María, llegados desde Barcelona para que ella le enseñara la isla en la que veraneó hasta que tuvo tres años; una pareja de madrileños formada por Julián Martín Gómez y Mercedes Sanz Cano; el cuarteto de catalanes compuesto por las hermanas Dalmau, María Eugenia y Montserrat, y sus respectivas parejas, Antoni Servitja y Lluis Torrentsgenerós y el matrimonio Capitán. Compuesto por Edith Weisheit y Antonio – un ibicenco nacido en Vila hace 76 años que trabajó durante más de cuatro décadas en el Consulado español de Suiza – ambos se conocieron cuando ella tenía 12 años y pasaba sus vacaciones en Ibiza con sus padres y desde entonces han consumado una relación «maravillosa» que ha dado como resultado un hijo «medio español medio suizo». Y allí estaban, juntos, de la mano, con un envidiable aspecto juvenil y disfrutando al sol de un día grande de Sa Cala, una localidad a la que Antoni lleva viniendo «más de cincuenta años».

Representaciones regionales al margen, lo que más había en Sant Vicent eran caleros, es decir, habitantes de Sa Cala. Para distinguirlos era sumamente fácil. Más allá de ir vestidos de gala, con los mejores vestidos tal y como corresponde la celebración del día grande de su pueblo, sólo había que preguntarles nombre y apellido.

Entre el medio centenar de mujeres que se dieron cita para seguir la misa, la procesión y el ball pagès, una treintena de ellas se llamaban María Marí Marí, y entre los hombres, la fórmula se repetía sin cesar, aunque cambiando el María por Joan, Pep, Toni o Vicent.

Todos ellos, incluido el alcalde de Sant Joan, Antoni Marí Marí, Carraca, se lo pasaron en grande disfrutando con los austeros pero vistosos actos que se prepararon ayer y con los sabrosos bunyols y orelletes que se repartieron junto al vi de la terra, refrescos y las botellas de agua. Hubo misa, oficiada en este caso por el cura de Santa Eulària, Vicente Ribas en lugar del obispo de Ibiza y Formentera, Vicente Juan Segura, lo que extrañó a más de uno de los presentes, procesión compuesta por cinco imágenes, la última la del patrono del pueblo, San Vicente Ferrer, y por supuesto ball pagès, a cargo en esta ocasión de una decena de balladors y sonadors de Sa Colla de Labritja.

Once años para terminar la iglesia

La iglesia de Sant Vicent de Sa Cala es un pequeño y acogedor templo que se empezó a construir en 1827 y se inauguró el 15 de agosto de 1838 debido a la escasez de habitantes y recursos económicos que permitieran sufragar la obra. Está compuesta de una sola nave, es de planta rectangular y se caracteriza por estar desnuda de adornos. Tiene un altar mayor y seis capillas secundarias y la talla principal corresponde a San Vicente Ferrer, que sale en procesión en los días señalados. Además, está rematada con un sencillo campanario y su porche no está delante del templo, como en otras parroquias, sino a la izquierda, en la parte occidental de la nave. Desde él se accede a un salón parroquial contiguo, donde también se celebran conciertos y espectáculos.

Sant Vicent era conocida en 1478 como Cala d’en Maians

Según la página web ibiza5sentidos, «el historiador Joan Marí Cardona cuenta en sus escritos que Cala de Sant Vicent era conocida en 1478 como la Cala d’en Maians, porque el propietario de la gran hacienda de la zona era Pascual Maians. Éste, a causa de problemas económicos, se vio obligado a subastar aquellas tierras que permanecieron prácticamente despobladas hasta el siglo XVIII cuando se vivió la gran explosión demográfica de la isla. Hasta entonces, la zona se consideraba los confines de Ibiza, donde no había trabajo ni comida para quienes no poseían tierras. En 1840, recién rematada la iglesia, Sant Vicent contaba con 580 habitantes y era la parroquia con menos feligreses. Sin embargo, en los albores del siglo XX, la localidad pasó a ser conocida como el punto de amarre del cable telegráfico que unía Ibiza y Mallorca y por el encanto de su pequeño pueblo de pescadores, privilegiado por la amplia cala con salida directa al mar. Finalmente, en los 60 se convirtió en un núcleo urbano volcado en el turismo, que todavía conserva su enorme atractivo y que en invierno representa una balsa de quietud».