Viernes por la noche. Segunda jornada de la Eivissa Medieval 2017. Son las 20.30 horas de la noche y las calles son un hervidero de personas de todas las nacionalidades que suben y bajan por la estrecha Dalt Vila entre los puestos de todo tipo de productos, los personajes que pueblan la feria e, incluso, un desfile al ritmo de batucada. Sin embargo, ir a contrareloj y sin apenas ver nada merece la pena porque en la calle Major, a apenas cien metros de la Catedral de Ibiza, nos espera un plan de esos que no se olvidan en la vida: participar en la cena medieval que todos los años organiza en su vivienda de Dalt Vila la popular pareja de artesanos Isabel Delgado y Jesús García, conocidos popularmente como Traspas y Torijano.

Cuando llegamos allí, apenas unos minutos antes de las 21.00 horas, la tienda de Jesús es un hervidero de nervios. Mientras él habla con unos amigos, su hija Twinky y su mujer, Isabel, suben y bajan por unas estrechas escaleras apenas visibles a la izquierda de la tienda. Dan a la vivienda y allí, unos y otros, se afanan en que todo luzca perfecto mientras el hijo pequeño, Necer, da los últimos toques a una ensalada payesa.

Lo primero que llama la atención de la escena es que allí todo el mundo va vestido de época como si de repente hubiéramos descendido varios siglos en el tiempo. Y es que si hay un único requisito obligatorio en esta cena que llevan organizando desde hace 16 años con enorme éxito Traspas y Torijano con motivo de la feria Eivissa Medieval es que todo el mundo tiene que ir vestido con traje medieval, incluidos los ideólogos de la iniciativa, que predican con el ejemplo luciendo varios modelos durante la jornada, a cada cual más espectacular.

Afortunadamente, lo que a priori puede parecer un problema se convierte en algo apasionante puesto que esta familia tiene más de cuarenta trajes de época que ha ido elaborando la matriarca a partir de vestidos que ha ido comprando en multitud de lugares. Así, entre risas y confidencias, en solo unos minutos, la comitiva compuesta por dos amigas ibicencas llegadas desde Suiza y que visitan Eivissa Medieval por primera vez, una profesora de historia de Sa Colomina, un matrimonio argentino, la familia García Delgado y allegados y por supuesto el que escribe y su mujer, muta y parece sacado de una película de Hollywood.

Después, tras las fotos de rigor a la puerta de la tienda y sin que en esta ocasión se haga el tradicional paseillo con el estandarte de la Asociación Amigos de Eivissa Medieval que Traspas y Torijano crearon con unos amigos, toca sentarse a la mesa que luce con un precioso mantel rojo y unos bancos blancos. Tras soportar algún que otro comentario fuera de tono y muchos otros más agradables, comenzamos a degustar un increíble menú compuesto de cus cus, ensalada payesa, decenas de pollos picantones, choricitos, torreznos, pan elaborado en casa, unas sabrosísimas torrijas cocinadas por Isabel, unas pastas de origen argentino y los mejores vinos servidos en una cubertería medieval comprada a lo largo de los años por los organizadores. Un menú sabroso y abundante que sabe aún mejor gracias al sentido del humor que se destila a lo largo de la cena, con bromas y juegos constantes entre los participantes, sobre todo cada vez que un turista o visitante pasaba por delante y decía «¡¡qué aproveche!!»

Así, entre risas, chascarrillos, anécdotas, y confidencias, las horas van pasando y cuando uno se quiere dar cuenta apenas hay visitantes en las calles. Miramos el reloj, único vestigio no medieval junto a algunas gafas de ver, y nos damos cuenta que son casi las dos de la mañana. La cena se ha pasado volando, en un suspiro, sin importarnos siquiera que la temperatura fuera bajando según avanzaba la noche. Por ello, con lástima porque avistamos el final, toca recoger, arrimando todos nuestro hombro, y tras una amena charla con Traspas y Torijano procedemos a desvestirnos y regresar al siglo XXI. Algo que hacemos con cierta pena porque nos hemos sentido como en casa, nos han tratado genial y porque, es una lástima que algo tan bien organizado y con tanto éxito no despierte el interés que merece por parte del Ayuntamiento de Ibiza.

Y así, sin más, tras los besos de rigor y los eternos agradecimientos, procedemos a descender por unas desiertas calles de Dalt Vila hasta donde tenemos el coche. Muy lejos de allí y muy lejos de una velada que ha sido inolvidable y que, ya soñamos con repetir.