Durante la Fira de la Sal se hizo una demostración de cómo se hacía la extracción manual de este producto. El sector salinero llegó a emplear a unos mil ibicencos y, hasta la llegada del turismo, fue la principal fuente de riqueza de la isla. | MARCELO SASTRE

Antes de la llegada del turismo, la industria de la sal, principal fuente de riqueza de la isla, llegó a emplear alrededor de mil trabajadores que, hasta la mecanización del trabajo en 1955, se dejaron la piel en el duro oficio de salinero. A todos esos salineros rinde homenaje la II Fira de la Sal, que se inauguró ayer con la programación de diferentes actividades para poner en valor este patrimonio cultural y medioambiental.

Un fogueró, encendido por el alcalde de Sant Josep, Josep Marí Ribas Agustinet y el conseller insular de Cultura i Patrimoni, David Ribas, inauguró esta feria como símbolo del fuego que hacían los salineros para avisar a los habitantes del resto de la isla de que comenzaba la cosecha de la sal. Pep Carabassó, salinero jubilado, se erigió ayer en guía improvisado y, micrófono en mano, explicó al numeroso público presente el significado de este fuego: hacían dividir el humo en diferentes columnas para indicar cuántos trabajadores se necesitaban, y encendían el fuego en lugares diferentes en función del trabajo que se requerían. Carabassó, salinero durante 18 años, relataba sus inicios en el oficio con sólo 13 años y recordaba que un solo hombre debía cargar con sus manos un vagón de tren con capacidad de una tonelada de sal.

Para concienciar a los visitantes de la dureza del oficio, un grupo de salineros, entre los que se encontraba Vicent Marí Palermet, hicieron una demostración de una cosecha manual de sal. Con sus palas llenaban senallons de sal que luego transportaban sobre sus cabezas para amontonarla en un gran montón para que se la llevaran.

Con motivo de esta feria, también se presentó en la antigua nave salinera hoy reconvertida en espacio cultural el manuscrito Salinas de las Islas Yviza y Formentera, una transcripción de diferentes manuscritos de los siglos XVIII y XIX que se conservan en el Museo Naval de Madrid y que han sido recopilados por Antoni Ferrer Abárzuza, Miquel Frontera y Antoni Tur. Otro homenaje a los salineros que, en palabras de Ferrer Abárzuza durante la presentación del libro, «dentro de 200 años serán los equivalentes a los camareros y las camareras de pisos de hoy, la masa obrera que permite que funcione un sector».