Agustín tiene 12 años y una vida diferente a la del resto de niños de su edad. Su día a día empezó a complicarse hace casi tres años, durante el curso 2014-2015, cuando empezó a sufrir bullying en su colegio. «Se metían con él porque tenía sobrepeso», cuenta su madre, Vivian Alaniz. Una situación que se ha ido agravando con el paso del tiempo y que no solo afecta al niño, también a su familia.

«En casa esto se vive muy mal. Estás atado de pies y manos porque no te dan ninguna solución», explica Alaniz después de denunciar públicamente la situación que sufre su hijo por segunda vez. Si el curso pasado el colegio de Vila donde estudiaba activó el protocolo de acoso escolar tras detectar el caso, en apenas dos meses que llevamos de curso, su nuevo instituto también ha hecho saltar las alarmas. «Ahora estamos a la espera de la investigación porque hay 15 días para determinar qué procedimientos se van a empezar a seguir», señala la madre del pequeño, quien no confía en que la respuesta que le den ayude mucho a mejorar la situación que está viviendo Agustín. Y es que, a finales del curso pasado, su antiguo colegio le derivó a un psicólogo con el que tuvo una sesión semanal de una hora durante cinco semanas que, a ojos de su madre, no ha ayudado nada. «El psicólogo me dijo que cuando acabasen las sesiones me iba a dar un informe que ahora dice que no me puede facilitar, que solo me puede dar un registro de visitas que confirme que el niño ha ido a las sesiones», señala al tiempo que explica la importancia que tiene conocer el estado de su hijo para poder ayudarle.

Agustín ha tenido que aguantar insultos, que le tiren comida a la cara, que le bajen los pantalones en el patio del colegio e, incluso, que le peguen. «Un día llegó a casa con un golpe en el brazo. Le preguntamos cómo se lo había hecho y nos decía que no sabía. No quisimos insistir mucho porque veíamos que estaba mal», cuenta Alaniz. «Unos días después fui a recogerlo al instituto, hacía muchísimo calor y él salía con la chaqueta puesta. Me extrañó tanto que le dije que se la quitara y entonces vi que estaba manchada de tinta. Me dijo que se lo había hecho un compañero de clase, casualmente el mismo del moratón».

La situación ha llegado a tal extremo que el niño ha perdido más de 10 kilos y ha bajado, notablemente, su rendimiento académico. «Sus notas antes eran excelentes, ahora suspende y vemos que tiene la autoestima por los suelos, incluso dice que no sirve para nada», cuenta esta madre mientras explica cómo intentan solventar el problema desde casa. «Le damos mucho amor todo el tiempo y le decimos que nadie puede apagar su buena energía». Para más inri, Agustín padece episodios de epilepsia desde que empezó a sufrir abusos; motivo por el cual su actual instituto ha pedido a cuatro niños que le vigilen. «En realidad no es por la enfermedad, lo hacen por el acoso que sufre. Son como ‘niños policía’, pero ellos no lo saben».

La semana pasada acudieron a consulta con su neuropediatra para una revisión rutinaria. «Le conté lo que estaba pasando y dejó la epilepsia a un lado porque me dijo que es más grave la situación actual», matiza Alaniz, quien añade que ya han derivado al niño, con urgencia, a un psicólogo por síntomas de depresión. «Duele mucho saber que no quiere ir al colegio y tú, como madre, tengas que obligarlo. Duele que no se relacione y que ni siquiera quiera levantarse de la cama». Agustín lleva cinco años sin ser invitado a un cumpleaños y sin compartir su tiempo libre con amigos, algo que parece tan común para todos.

Miedo e impotencia

Madre e hijo viven en una zona de campo en la isla, sin duda, un medio que puede ayudar a calmar la ansiedad que sufre Agustín. Lo hacen rodeados de gallinas, perros, pájaros y gatos que consiguen distraerle en su tiempo libre. «La neuropediatra nos recomendó que trabajase en el campo porque ya tiene edad para coger responsabilidades que le permitan ganar seguridad en sí mismo, que sienta que sí que vale», cuenta Alaniz. Para muchos, su situación no va más allá de ser un «juego de niños» que, en los peores casos, tiene un trágico desenlace. «Tenemos muchísimo miedo de llegar a ese límite. Siempre decimos que son cosas de niños, pero la realidad es que mi hijo vive traumatizado». Palabras que duelen al que las vive de cerca y no encuentra soluciones que calmen el dolor. «Si esto sigue así tendremos que cambiar de centro, quizás a uno más pequeño donde pueda estar más controlado».

Agustín no solo sufre acoso por parte de un compañero, sino por varios. El caso es que uno de ellos también es víctima por parte de otros niños. «El problema no lo tiene el agredido, sino el agresor y la solución empieza en él», puntualiza Alaniz. «Mi hijo cree que la solución estaría en mandar a estos niños unos días a casa para que el resto vean las consecuencias».

En cuanto al problema que pueden generar las redes sociales en estos casos, su madre especifica que «apenas las usa» y cuando escribe en el grupo de whatsapp de clase, lo controlo». Y es que las nuevas tecnologías traen consigo numerosos problemas. De hecho, un niño de su colegio está subiendo vídeos a las redes nombrando a Alá dentro de una mezquita. «He avisado en el colegio porque esto suele traer consecuencias, pero me han dicho que como no lo hace dentro del recinto, no pueden hacer nada», critica.

LA NOTA

Protocolo de acoso escolar

La Conselleria d’Educació creó el año pasado el primer protocolo contra el bullying que establece una serie de pautas concretas a seguir cuando un centro educativo detecte un posible caso. Cabe recordar que durante el curso pasado se detectaron 14 casos de acoso escolar en los colegios de Ibiza.

Para que se valore como acoso tienen que darse unas conductas concretas, que se repitan en el tiempo con una victimización del menor por un abuso de poder y que haya una intencionalidad de daño por parte del acosador.