Si logramos seducir con arte o el arte logra seducirnos hemos llegado al inicio de una interminable odisea, que culmina en la confrontación de las diferentes visiones, sin llegar a tener que debatir sobre estímulos aparentemente distantes.

Es un ir y venir de posibilidades toleradas en cuanto procuran siempre enmarcar de manera más sensible toda afluencia de opinión, partiendo siempre de lo elemental, lo sincero, lo puro y sin vulnerar la opinión distinta a la propia.

Es un festival de culturas y emociones que navega al ritmo del vaivén de la inquietud humana. Colabora con propuestas de nueva experiencia y califica la curiosidad por descubrir el olvido. Determina de alguna manera sin llegar a ser finalista un sendero libre de las barreras creadas por juicios preconcebidos, abriendo nuestra mente al mundo, a la diversidad y la compresión.

¿Y qué tiene que ver esto con el arte? Pues no deja de ser un modus vivendi, una manera de ser consciente a diario de lo que nos rodea. No pasar cada día por la misma calle sin percatarnos que han florecido los árboles que durante el estío nos protegen del sol y durante la época más gélida permiten que se acerque a nosotros.

Este ejemplo tan elemental describe una situación de sencilla superación que nos capacita a ser observadores conscientes. No es necesario esperar al fin de semana o a la época vacacional para poder disfrutar aquello que a diario olvidamos. No nos engañemos: el tiempo para disfrutar la belleza, lo diferente, lo estimulante, existe y se precisa tan poco que, simplemente siendo conscientes, disfrutaremos experiencias eternas.

¿Y desde cuándo una planta es arte? A esta pregunta responderemos con otra: ¿Desde cuándo una persona que acaba de lograr cualquier acción de lo más cotidiana se merece la exclamación: ¡Eres un artista! Cuando lo único que acaba de hacer es apretar un tornillo.

La planta por lo menos ha florecido… ¿Pues por qué no? Si la creatividad humana merece determinación artística, la sabia naturaleza con más razón. Volvemos a la consigna, volvemos para recoger la memoria depositada. Recuperemos, gracias a la inercia de los sueños vividos la ilusión, qué ilusión nos hace. Y precisamente la incansable y no por ello no fatídica experiencia de una corta alegría por experimentar, revive en algún sueño inalcanzado hasta ahora…

Pues esto es arte, el arte de vivir, de entender la vida. Disfrutar ese detalle que tal vez en otro momento se nos pasó. Descubrir esas peculiaridades que a lo mejor el propio creador de la obra no ha sido capaz de ver, al estar concentrado en otras cosas que le merecían más atención en un momento determinado de su vida. Inducir a la adversidad, bajo el pretexto que la propia opinión es la única y válida, dispone de una fecha de caducidad demasiado cercana. Seamos por ello cautos a la hora de juzgar con premura evoluciones creativas susceptibles de ser descatalogadas con demasiada rapidez y sin recibir la posibilidad de madurar a lo largo del tiempo.

Una puerta recién cerrada abre otra, y así sucesivamente. Aunque seamos críticos no debemos ser tajantes, inflexibles, intolerantes y rígidos. Una experiencia aparentemente negativa siempre mostrará un camino nuevo a seguir y por lo tanto automáticamente se convierte en aprendizaje, en reflexión, en reválida de lo recién vivido. Es así como el arte se convierte en un sistema evolutivo vivo.