Museo Thyssen. Madrid, 2015.

La mente en blanco, cuantas veces nos ha pasado esto... Sin duda es una situación poco deseada en según qué momentos del quehacer cotidiano. Y no es necesario enumerar aquellas ocasiones, en que evidenciaríamos nuestro interior más vulnerable, si nos quedáramos en blanco.

Se le ha ido el santo al cielo, perdió el hilo, es que es despistado, son pocas de las tantas exclamaciones que recibe el afortunado cuando es superado por dicha situación. Digo afortunado, porque si nos lo proponemos, son contadas las personas que son capaces de conseguirlo. ¿El qué? ¡Quedarse en blanco!

Y sí se consigue, tras aceptar la propuesta, es un paso importante para reemprender la actividad. No deja de ser una manera para superar la saturación. Borrar conscientemente aquello que se ha creado hasta ahora, girar los lienzos, tapar las esculturas, simplemente cerrar los ojos y sentir la propia respiración, como quien renace cuando los párpados vuelven a dar paso a la luz.

La dificultad abre nuevos horizontes, un lienzo en blanco, un bloque de mármol, innumerables imágenes que quieren ser captadas, el boceto de un diseño convertido en algo amorfo, etcétera, etcétera…

Hay quien integra el blanco en sus obras, usando ese vacío como contraste ante aquella parte de la obra que refleja un contenido. Significa el aire que se da en fotografía para que nuestro personaje, el retrato, el bodegón, la composición pueda respirar. También se puede llegar a jugar con los elementos de manera opuesta, dándole la puerta en la frente, limitando la dirección evidente, sin considerar la lógica ergonométrica.

Sorprende lo necesario que puede llegar a ser el vacío, sobre todo cuando precisamente ese vacío es el causante de que la parte compositiva pueda llegar a desarrollarse en su plenitud, gracias a que permite precisamente eso, el respiro, la reflexión.

Imaginemos salas cargadas y pongamos al frente espacios amplios que invitan a ser visitados para disfrutar sin agobio las obras expuestas. Menos es más, sin duda. Pero precisamente la posibilidad comparativa nos facilita y evidencia, que para percibir información necesitamos ese aire que nos proporciona la reflexión.

Cuanto más compleja es la presentación, el envoltorio, más difícil es lograr alcanzar el momento evolutivo de la comprensión dentro de su propio entorno. Curiosa la conclusión alcanzada por los arqueólogos que en su determinación reduce nuestra visión actual de la acrópolis hacia la policromía, provocando de esta manera que desvanezca desenfrenadamente esa ilusión, que el mundo clásico se mecía en esa elegancia monocroma.

En las distintas épocas de la edad moderna, las modas sociales se van alternando, compitiendo entre sí, bien alejados en este caso, de intereses económicos. Cuesta lo mismo un espacio vacío, que un espacio cargado. Pero cuesta aún más conseguir que éste espacio digno y austero atraiga la atención humana. A veces. O no. Imaginemos la Torre Eiffel... en Paris. Acto seguido la de Las Vegas…

En cuanto a la grandeza de un elemento, observemos la luna cuando aparece sobre el horizonte. Es enorme mientras contamos con alguna referencia...