Iglesia de Santo Tomás de Canterbury, Avilés 2016.

A lo largo de los siglos el humano siempre ha estado buscando explicaciones en torno a su procedencia y por consiguiente a todo lo que nos rodea. También el sentido de la vida fue y es una ocupación permanente. Curiosamente todas estas cuestiones aparecen en momentos de duda, en aquellas situaciones en que tropezamos con nuestra propia existencia. Son momentos difíciles. Situaciones, a las que quisiéramos no haber llegado.

Pero sin duda, gracias a estos tumultos interiores somos capaces de plantearnos posibles soluciones, explicaciones que justifican de alguna manera nuestro andar cotidiano con todas sus consecuencias. Logramos así superar de alguna manera estas desavenencias humanas. Sí, ciertamente nuestras, aunque iniciemos la búsqueda en nuestro exterior, realmente la clave se ubica generalmente en el propio interior.

Depende posiblemente de la perspectiva desde la cual se esté analizando un proceder, un acontecimiento o un resultado. Según el enfoque logramos los más diversos análisis que a su vez nos ofrecen visiones con características propias.

Volviendo al sentido de la vida, fue una respuesta en concreto de un humano ya experimentado, que me ofreció el siguiente planteamiento, sencillo y contundente: "...el sentido de la vida, es darle un sentido a la vida". Imaginemos por un momento estar envueltos en los sonidos de canto gregoriano, el órgano y esa a capela fantástica que no necesita aclaración alguna... y por ejemplo un claustro o similar acariciado por ese juego de luces y sombras cambiante y siempre vivo.

Ha llegado el momento de interiorizar, de descubrir esas máscaras tan habituales en nuestro acontecer social, y extraer lo que habitualmente escondemos. El entorno sacro ayuda a desenvolver el silencio necesario para desarrollar plenamente el rebobinado y análisis de lo que nos ocupa. No importa la creencia, no importa el envoltorio. La oferta es tan variada cómo variado es el humano. No es necesario en estos instantes enumerar los monumentos más ejemplares para entender lo comentado.

La variedad es tan amplia, que engloba desde lo más cargado hasta los espacios más austeros. Sí que cabe destacar que las grandes obras, por recargadas que sean, se caracterizan sobre todo por mantener equilibrio, unas por tener que albergar y mostrar gran cantidad de imágenes y otras por su monumentalidad sencilla que precisamente gracias a esa ausencia de añadidos labrados, resalta aún más la estructura imponente de su construcción.

Me gustaría en este instante compartir una vivencia propia, aunque proceda de una opinión no determinada por alguna de las creencias más reconocidas, sí sostiene admiración por esos espacios creados para la fidelidad, en el sentido que, aunque en muchas ocasiones céntricos siempre invitan a un respiro, invitan a centrarse y disfrutar como no, con sentido la vida en un entorno elaborado i digno para la ocasión.

Un paseo matutino anterior al desarrollo activo de los mercados, las calles aún desiertas que en silencio acogen con recibo el amanecer. Cuando los primeros rayos del sol acarician sigilosos los contornos y entornos urbanos, introduciéndose con respeto por accesos, cristaleras y rosetones... Es un instante más en el que constatamos conscientes la belleza del arte sacro, de la imagen que reclama nuestra atención, animando a la reflexión, a la plenitud. Cómo no disfrutar en momentos de felicidad la meditación existencial, simplemente agradeciendo a quién corresponda, que podamos disfrutar en este instante el arte de vivir.