Cientos de personas volvieron a darse cita ayer por la mañana en los alrededores del Passeig de ses Fonts de Sant Antoni para celebrar el día grande de la localidad. Un año más, además de la misa, la procesión y el ball pagès a cargo de Sa Colla de Can Bonet, el principal atractivo para la mayoría de los presentes fue la bendición de animales a cargo del obispo de Ibiza y Formentera, Vicente Juan Segura, en la calle principal de la localidad.

Según dice la tradición y según explicó ayer el propio Segura durante su homilía matutina, San Antón fue un hombre que tras quedar huérfano y dejar a su hermana al cuidado de una escuela de religiosas, vendió todas sus posesiones, entregó su dinero a los pobres y se retiró a vivir de modo ascético durmiendo en una cueva sepulcral y seguir así las instrucciones de pobreza que indica Jesucristo para entrar en el reino de los cielos. Se cree que vivió 105 años en Egipto entre el 251 y el 356 a.C. y que, en medio de su austera vida, encontró la sabiduría y el amor gracias a su observación de la naturaleza y a la bendición de animales y plantas. Incluso, la historia cuenta que una vez se acercó a una jabalina para curar a sus jabatos se sufrían ceguera y que ésta jamás se retiró de sus pies protegiéndole de otros animales.

Posiblemente la amplia mayoría de los centenares de personas que ayer se dieron cita en Sant Antoni con sus mascotas desconozcan la historia. Como también desconozcan que el motivo de que la imagen que sale la última cada 17 de enero en procesión lleva un cerdo en los pies debido a su episodio con la jabalina y sus cachorros. Y seguramente también si hoy San Antón levantara la cabeza alucinaría literalmente con la cantidad de gente que acude año tras año a la Villa de Portmany para que sus animales reciban el agua bendita entre una marabunta de teléfonos móviles ansiosos por no perderse ni un segundo del maravilloso momento.

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Otra cosa que a San Antón seguramente le llamaría la atención es la gran cantidad de perros que se dan cita en esta fiesta. No sabemos si en la época en la que vivió nuestro santo había mucho animal exótico o si por el contrario en Egipto el animal extraño era el perro, pero lo cierto es que año tras año cuesta mucho encontrar en Sant Antoni alguien que no vaya acompañado de su respectivo can. Por ello, ayer los que despertaron más interés por parte de los fotógrafos, cámaras de televisión o asistentes fueron, por ejemplo, Juan y su hija Jaiza que acudieron con su canario Curro; Taisa, Adrián y Nerea con Missy, «una gatita dormilona y divertida a la que le encanta jugar con sus ratones de juguete»; Dani y Dora, un pequeño hamster siberiano que cumple años el 1 de febrero, el mismo día que su dueño; Gris, un conejo de granja de 8 años que se escondía vergonzoso en brazos de su propietario Nicolás a pesar de haber sido bendecido ya seis veces en Sant Antoni; las tortugas de Adriana, Tortu y Terri, hembra y macho y «que viven desde hace 9 años en pareja, con sus problemas lógicos de convivencia»; la cabra Karmele que acudió por segundo año seguido con sus María, Alex y Toni; o Goku, una chinchilla con la que Almudena cerró la comitiva antes de la llegada de los carros y los caballos. Fueron unos quince, entre carros de barana, otros tirados por ponys y tres elegantes ejemplares montados por sus jinetes. Todos se comportaron con total dignidad, aguantando estoicamente al numeroso público que se acercó a verlos y al agua que les echó encima el señor obispo, dejando únicamente un par de recados involuntarios sobre la calzada.

Palomas, misa, procesión y ‘ball pagès’

Y tras el momento de la bendición, fue el tiempo para la tradicional suelta de palomas a cargo del Club Colombófilo Portmany. Ante la sopresa de muchos de los presentes y de algún que otro niño que echó una lagrimilla del susto, el momento volvió a resultar espectacular dejando algunas de las imágenes más bonitas de la jornada.
Además, y como en todo día grande que se precie hubo procesión, en esta caso corta por las calles adyacentes a la iglesia de Sant Antoni y en la que volvió a brillar por encima del resto de las imágenes la Virgen del Rocío, seguida por decenas de fervientes seguidores de la Hermandad Rociera de Sant Antoni, y ball pagès. En este caso los encargados de dar el punto más ibicenco a la festividad fueron la quincena de balladors y sonadors de distintas edades de Sa Colla de Can Bonet, perteneciente al barrio del mismo nombre muy cerca del pueblo.