Aunque se presenta como un punto de venta de productos relacionados con la agricultura y de animales domésticos y de granja, la botiga Torres Costa, a punto de cerrar para siempre, es mucho más que una tienda. Antonio Torres Costa, un hombre de campo de Santa Eulària decidió abrirla en 1967, dos años antes de lo que señala el cartel de la entrada, para vender sacos de pienso y otros productos agrícolas que, en los primeros años, se amontonaban en este comercio histórico del barrio de es Pratet de Vila y que los payeses cargaban en sus carros tirados por animales que aparcaban en la puerta.

Sin embargo, su pasión por el campo hizo que esta tienda acabara convirtiéndose en «un punto de información básico» para mucha gente de Ibiza y Formentera, según define su hijo Toni Torres, actualmente al frente del negocio. No solo a la hora de pedir información sobre los productos fitosanitarios que el fundador de este comercio estudiaba minuciosamente para poder explicar a los payeses cómo debían utilizarlos sino también de otras cuestiones más cotidianas como la necrológica del día o los horarios de partida del autobús que hacía la ruta de Vila a Sant Joan.

Objetos básicos para el campo

En el interior de esta tienda, la única de estas características en Vila, se pueden encontrar objetos básicos para la vida en el campo que, a partir de ahora, serán más complicados de conseguir. Aparte de avena, trigo, cebada o maíz, se venden desde jaulas y nidos para pájaros hasta toneles o un limpiador de botellas que alguien confundió con un árbol de Navidad. Pero, sin duda, uno de los objetos más ‘exóticos’ para los urbanitas es un artilugio que utilizan los apicultores para quemar carbón, adormecer con su humo a las abejas y poder trabajar con ellas.
Para constatar que los tiempos cambian, Toni Torres explica que hay algunos objetos cuyo uso ha evolucionado con el paso de los años: «Vendemos estropajos de esparto que antes se utilizaban para fregar bañeras y que ahora los piden para hacer peelings».

A Toni Torres le brillan los ojos cuando habla de la historia de la tienda y de su padre, fallecido hace tres años, especialmente cuando relata su amor por el campo: «Mi padre estaba orgulloso de esta tienda y le hacía mucha ilusión haber transmitido su pasión por el campo y lo que representa». De hecho, recuerda que, con 10 años, ya acompañaba a su padre a montar ordeñadores de vacas a las granjas.

Toni es licenciado en Filología y abandonó la enseñanza hace quince años para ponerse al frente del negocio cuando a su padre le empezaban a flaquear las fuerzas. Apunta que, su afición por la cultura le viene por su progenitor que no solo ponía durante todo el día música clásica y jazz en la tienda sino que compraba colecciones enteras de libros de poesía o de teatro para que sus hijos las leyera e incluso creó el concurso infantil de redacción y dibujo Torres Costa, en el que participó más de una generación de alumnos de Ibiza y Formentera durante dos décadas.
«Todo lo que sé lo he aprendido aquí, esta ha sido mi mejor academia», asegura Torres, sobre todo con el trato a los clientes que, según sus palabras, «aportan mucha riqueza humana». «Si las buenas sensaciones cotizaran en bolsa, esta tienda estaría en lo más alto del Ibex 35», bromea.

Afirma que esta relación tan cercana con los clientes es la que diferencia el pequeño comercio de las grandes superficies: llamar por su nombre a los clientes para recibirles o desear ‘buen viaje’ al payés que va a coger la barca para regresar a Formentera. «No me imagino diciendo esto a un empleado del Corte Inglés», señala.

Sin embargo, es consciente de que estamos en una nueva era en la que ahora la gente acude mayoritariamente a las grandes superficies a comprar la comida para sus animales domésticos. O que, si tienen alguna duda, antes que llevar las plantas con sus maceteros a la tienda para que les digan qué le pasa como hacían antes, ahora lo consultan por internet.

Medio siglo después de su apertura, Toni Torres cuenta con tristeza que la tienda cierra por la jubilación de Eulària, la encargada del comercio después de 40 años trabajando con ellos. «Sin ella y sin mi padre faltan las dos piezas clave de la tienda. Si a esto añadimos la crisis del pequeño comercio, la opción más lógica era cerrar», explica Toni, quien, a partir de ahora, va a descansar y a dedicarle más tiempo a su pareja y a Carles, su hijo de 21 años que estudia cine en la Sorbona de París.

En apenas unos días, la tienda bajará la persiana definitivamente con el objetivo cumplido de no haber traicionado el espíritu con el que nació. Prueba de ello, son las palabras que, en las últimas semanas, ha podido escuchar de sus clientes. «Nos dan las gracias por haber existido y eso me hace sentir importante», afirma.

EL APUNTE

Los pollitos, el producto estrella de esta tienda

Procedentes de una granja de Tarragona, los pollitos acabados de nacer eran el producto estrella de este comercio de es Pratet. Llegaban partidas de hasta 4.000 animales que se podían vender en un solo día. Eran tantos que el sonido que emitían cuando piaban se oía desde la calle y atraían a los niños que obligaban a sus madres a entrar a la tienda para verlos.

También eran tradicionales los bunyols que cada sábado se ofrecían a todos los clientes que entraban por la puerta.