Arco Madrid 2017.

Poner precio a una obra de arte suele ser una experiencia un tanto difícil, cuando se han de tener tantas cosas en cuenta. El iva, el tanto por ciento del intermediario, el amor del artista, el saber si la obra se va a vender, la consciencia de que si el artista muere, la obra incrementará su precio… Casi se me olvida el material y las horas empleadas para la elaboración de la obra. Si es un simple lienzo, da la sensación que el valor se centra en la propia obra. Si estamos hablando de mármol o bronce, la cosa cambia. ¿Cómo se calculan los honorarios del artista?

Calculando un lienzo por puntos, a mayor tamaño, mayor precio. De alguna manera es injusto. ¿A quién no le ha llamado mucho más una obra más chica que una inmensa? A parte que no caben en la mayoría de los hogares, no debería aumentar el precio con el tamaño. Independientemente a las horas empleadas, el valor de una obra debería surgir según la impresión conseguida, y no por valores pedigree.

Si el coleccionista invierte en arte con el fin de enriquecer a medida que sus creadores fallecen, podemos considerar que el negocio ha logrado una vez más sorprendernos con el afán del poder, de tener más que otros, de pisar duro a costa de los demás.

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Este mundo está lleno de anécdotas. Unas tan absurdas como otras llenas de sarcasmo. Arco considera profesional, al intermediario, al presentador, al dirigente pero no al creador, a la persona que posibilita precisamente eso, que exista el arte. Valora más a quien trata, a quien es tratado. Claro, sí es figura, está todo resuelto, pero si no es figura, solamente puede acceder cuando acceden los amantes del arte. ¿Por qué no? Han puesto precio, límites, incluso marcado su propia decadencia. Quien realmente visita este marco expositivo por gusto y no por afán, seguramente gana en todos los sentidos. Tampoco nos acercamos a un museo para ganar en riqueza.

Bueno, no es cierto del todo. Sí ganamos tras cada visita y la única inversión viene a ser el tiempo invertido durante el disfrute. Y no solo durante la visita, sino que la experiencia de vivir el arte nos acompaña y acompañará siempre. Un claro ejemplo son los coleccionistas millonarios que finalmente optan por compartir su riqueza con los demás, lanzando su inversión en fundación al público.

Uno de los espacios que me sorprendió, no solo por el envoltorio, evidentemente también por su contenido, es la fundación Joan March en Palma. Valorar la contemporaneidad y también la cercanía es tarea necesaria e imprescindible en un marco cultural consciente. Como consciente es quien admira y quien es admirado, aunque en ocasiones no exista sincronía en el tiempo que tampoco es impedimento para que el ir y venir de lo compartido cuaje.Logramos revalorizar lo que los orígenes han aportado, tratando con sintonía el dar y recibir, conseguimos sumergirnos en un logrado equilibrio, que capacita sin duda una relación casi de calidad / precio entre las partes. El regalo no se valora hasta que consigue precio, ciertamente y por pena. Pero seamos sinceros. ¿Es necesario poner un valor económico a un resultado resultante de una laboriosa búsqueda de valores? ¿No duplica el valor, sí el compromiso del aprecio es mutuo? Mutuo en el sentido de la reciprocidad expuesta, en cuanto que una obra de arte sobrevive al tiempo, y con ello se garantiza la eternidad del creador, que precisamente gracias a valores ajenos a los monetarios, logra arraigo. Es así como que poner precio a una obra sería innecesario y saldría de contexto.