Fernando Ferrer asegura que el nombre de Aniseta no tiene nada que ver con el anís. | Arguiñe Escandón

Ca s’Aniseta, como se conocía antiguamente, es una de las destilerías con más tradición de Ibiza. Fue fundada en 1925 por los hermanos Joan i Vicent Ferrer Roig, que decidieron montar su propia fábrica para la elaboración de licores tradicionales como las hierbas ibicencas, la Rumaniseta o el aperitivo Palo. Su sobrino, Fernando Ferrer (Eivissa, 1955) empezó a aprender el oficio con 14 años y fue el primero en introducir ramas secas en las botellas de hierbas. Desde 1980, la fábrica está a su nombre y ahora su hijo David Ferrer (Eivissa, 1993) sigue sus pasos y ya ha sacado su propia ginebra.

¿Cuándo empezó la historia de Aniseta en Ibiza?
— Empezó mi abuelo con una carbonería que estaba en el carrer des Passadís, dentro de Dalt Vila, y ya se llamaba Aniseta, por lo que el nombre no tiene nada que ver con el anís, sino que es el apodo con el que se le conocía. En el año 1912 o 1913 abrió una tienda de comestibles delante del Mercat Vell donde tenían licores, torraban café y tenían de todo. Después mis dos tíos, que eran sus dos hijos mayores, empezaron con la distribución de licores porque tenían representación por toda la isla. Entonces les picó el gusanillo de montar una fábrica de licores y en 1925 compraron un local en la avenida Santa Eulària, donde estamos ahora, y montaron la fábrica.

¿Cómo fueron los inicios?
— Compraron el alambique que tenemos en la tienda de exposición y que debe tener más de 100 años. Según me dijeron, se lo compraron a un farmacéutico de Can Marroig, de Formentera. Primero se informaron a través de un fabricante de Barcelona sobre la elaboración de los licores y después ya empezaron a hacer las destilaciones y a fabricar todo manualmente.

¿Cuáles fueron los primeros productos que sacaron?
— Empezaron con el licor de romaní (la Rumaniseta), el anís dulce, el palo, la absenta y las hierbas ibicencas. Cuando abrieron empezaron con estos productos y estuvieron así varios años. Empecé con ellos en 1969 y todo se hacía manualmente. La gente del campo venía aquí con las botellas con las ramas ya dentro para rellenarlas de anís, porque antes se vendía a granel. Entonces, en esos momentos se me ocurrió embotellar las hierbas y poner las ramas secas dentro, que creo que fuimos los pioneros en todas las Baleares. Entonces hacíamos producciones muy pequeñas de unas 100 botellas y todo manualmente, hasta las etiquetas.

¿Cuándo empezó a crecer la producción?
— Con los años empecé a aumentar la producción y la venta, compramos máquinas semiautomáticas y ya empezamos con otros licores como tequila -cuando se podía hacer-, vodka, coñac, ginebra, absenta, cremas de café, cacao o plátano.

¿Las recetas que se utilizaban para hacer los licores eran de la familia?
— Eran recetas que mis tíos fueron perfeccionando con los años. Como habían estado dentro del mundo del licor, ellos tenían bastantes ideas. Iban a recoger las plantas o se las traían gente del campo y aquí lo que hacíamos era destilar las diferentes hierbas y las mezclas para hacer el licor.

¿Se conserva el mismo sabor de las primeras recetas?
— Se han ido mejorando, pero la forma es la misma que hace años. Desde que abrieron, la destilación de las plantas se hace igual y lo único que cambiamos es introducir las ramas dentro de las botellas.

¿Cuándo pasaron la fábrica a las instalaciones del polígono de Can Bufí?
— En octubre hará 13 años que empezamos allí. Tuvimos que empezar casi de nuevo porque nos exigían un montón de cosas. Allí tenemos la fábrica y en la avenida Santa Eulària seguimos con la tienda para la venta de nuestros productos, así como de vinos, licores y otros productos típicos.

¿Cuánta producción hacen ahora mismo?
— Es difícil de calcular porque trabajamos con varios formatos, pero más de 50.000 botellas. Tenemos formatos pequeños, miniaturas, petacas, botellas de medio litro, de litro o litro y medio, y la cantidad va cambiando cada año.

¿Quiénes son los clientes que más compran Aniseta?
— Donde más vendemos es en restauración y después los distribuidores reparten por todo. Somos fabricantes y no podemos abarcar todo, por eso tenemos la ayuda de los distribuidores.

¿Exportan fuera?
— No, solo vendemos en Ibiza y Formentera. A través de la tienda online que montamos hacemos ventas al exterior a países como Alemania, Inglaterra o Italia.

¿Siempre tuvo claro que se dedicaría al negocio familiar?
— No, mi padre me preguntó si quería estudiar o trabajar. Como estudiar no quise, me dijo que podía ir a la fábrica a ayudar a mis tíos. Al principio me costó mucho porque ellos tenían una mentalidad muy antigua, no querían reformar ni renovar nada y cada cosa que quería hacer eran peleas. Cuando empecé tenía 14 años, por lo que llevo 49 en el negocio y aún me quedan algunos.

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¿Le gustó el trabajo desde el principio?
— Sí, siempre me ha gustado y he tenido ese gusanillo de querer siempre ir a más y sacar nuevos productos. Mi hijo David, que es el futuro seguidor de la empresa, ya está metido con nosotros desde hace tres años y está sacando productos y formatos nuevos y le está gustando mucho también. Hace un año sacó una nueva ginebra que está muy bien lograda y está teniendo bastante aceptación.

De esta forma, ¿Aniseta tiene asegurada la continuidad generacional?
— Si no nos ponen muchas trabas, sí, porque es complicado mantenerse en este mundo. Las microempresas o empresas pequeñas del sector tenemos que llevar muchas contabilidades, muchos libros de aduanas o gestionar los temas de sanidad y agricultura. Te exigen las mismas obligaciones fiscales que a las multinacionales y para las pequeñas empresas es complicado aguantar. Además, los costes son muy elevados, pero mientras podamos, seguiremos.

¿Cuántos productos tienen?
— De producción propia, en cuanto a gama tenemos unas 30 referencias y de línea de producto, nueve variedades (hierbas normales, hierbas artesanas, hierbas secas, anís, absenta, frígola, palo, ginebra y la Rumaniseta). Las tradicionales se hicieron desde un principio y a partir de 1975, como había otras demandas, se empezó a hacer tequila. Aún estaba permitido hasta que México dijo que solo se podían importar. Con las hierbas ibicencas también se hizo una reglamentación porque, por ejemplo, venían hierbas ibicencas de Mallorca.

Durante esta larga trayectoria de la empresa, ¿también han pasado por dificultades o momentos en los que pensaban que tenían que cerrar?
— No, nunca ha pasado este caso. También he sido una persona muy conservadora y nunca me he querido estirar más de la cuenta, iba sobre las posibilidades que tenía. No hemos subido mucho, pero nos mantenemos. El único momento complicado que hemos tenido ha sido el traslado de la fábrica. La teníamos montada en un sitio con toda la reglamentación, pero cuando te trasladas te exigen cuarenta mil cosas, es una inversión grande y te tienes que adaptar.

¿Cuál es el secreto para durar tantos años?
— El secreto es ponerle mucha emoción y mucho trabajo. Ha cambiado todo mucho; me acuerdo que al principio venían las botellas en sacos con pajas y teníamos que limpiarlas todas con unas tinas y era mucho trabajo. Ahora te llegan las botellas limpias recién sacadas de la máquina.

¿Ha cambiado mucho los métodos de elaboración?
— La elaboración de los licores no ha cambiado, los sistemas sí, porque antes era todo muy manual y removíamos las bebidas con unas palas. Hemos ganado en tiempo y con las máquinas puedes llenar un montón de botellas en una hora. También nos estamos pasando al autoetiquetaje adhesivo, ya que hasta ahora teníamos unas etiquetadoras que deben ser unas reliquias de hace más de 60 años.

¿Cuáles cree que han sido los mejores años de la empresa?
— Quizás en los años 90, porque había empresarios con muchas tiendas de souvenirs y la gente te hacía compras grandes. En agosto te decían que en octubre subían los impuestos y en un mes y medio teníamos 1.500 cajas por fabricar, embotellar y distribuir. Éramos poca gente y era mucho trabajo.

¿Qué es lo que más ha afectado al sector?
— Las restricciones aeroportuarias han hecho mucho daño. No solo en productos locales, sino en todas las bebidas y destilados. Ahora los souvenirs han recortado espacio de bodega y venta de licores porque no dan rentabilidad. Antes la gente se iba cargada con diez o quince botellas porque antes no había problemas, pero todo esto se ha acabado. Además, también se han reducido los equipajes con los vuelos de low cost. Por eso hemos ampliado los pequeños formatos para que se los puedan llevar.

¿Tienen ahora algún proyecto de futuro?
— De producto, no, pero ideas hay. Lo último que sacamos es la ginebra que a nivel de restauración está teniendo buena rotación. Al final no puedes parar de sacar cosas porque las necesidades del consumidor van cambiando y te tienes que adaptar al mercado para seguir siendo visible. Cuando se podía vender a granel, también hacíamos botellas de vodka, coñac, ginebra o ron, pero debido a la competencia, con precios a bajo coste, tuvimos que dejar de fabricar.

¿Volvería a ser empresario?
— Sí, siempre me ha gustado. Sin asumir riesgos porque no me gustan los riesgos, pero haría otra vez lo mismo.

¿Cuáles son las principales dificultades que ha encontrado para ser empresario?
— Las trabas burocráticas. Es muy triste que tengas que pedir una licencia de apertura para una fábrica que ya estaba montada y que solo se pide un traslado y tener que esperar siete años para tenerla. No es justo, pero menos mal que no dependíamos de ello y podíamos seguir trabajando donde estábamos.

Cuando se jubile, ¿sabrá desconectar del negocio?
— No se si sabré desconectar porque son muchos años dentro. Lo intentaré, pero es difícil desconectar de una cosa en la que llevas metido desde los 14 años.