Imagen de Gema Rodríguez.

Gema Rodríguez no para de saludar a todas las mujeres con las que nos cruzamos durante un breve paseo previo a la entrevista. Esta ginecóloga habla de su trabajo, de su familia, de sus pacientes y del cáncer con esa naturalidad y espontaneidad que le caracteriza.

¿Cómo decidió venir a Ibiza?

—Fue casualidad. No había mucho trabajo cuando acabé de estudiar. Una compañera de La Paz, Gloria Gálvez, y yo nos presentamos a un trabajo que había en Manacor; pensamos que si no nos cogían a quien contrataran dejaría una vacante. Contrataron a dos que estaban en la Policlínica y presentamos el curriculum. Nos hicieron la entrevista y nos contrataron a las dos. Ella se fue después a Madrid y trabaja ahora en el Montepríncipe.

¿Le ha costado mucho a una burgalesa adaptarse a Ibiza?

—Es una ciudad de provincias y pequeña, en eso no hay mucha diferencia. Cuando era pequeña mi sueño era vivir en Sevilla porque en Burgos hace mucho frío y yo quería ir a sitios cálidos. El clima de Ibiza me encanta. He estado muy unida a mi familia y eso es lo que más me costó. Tuve la suerte que mi novio, que era madrileño, encontró trabajo en Ibiza y eso hizo que nos quedáramos. A la pareja de mi compañera Gloria no le gustaba Ibiza y acabó yéndose, pero al que ahora es mi marido le encantó y eso hizo que me adaptara muy bien.

¿Ha pensado en regresar?

—Creo que no podría, me costaría mucho.

Y cómo fue lo de estudiar Medicina.

—Cuando era pequeña quería ser misionera, por ayudar a los demás. Pensaba que cuando fuera médico me iba a ir a las misiones. Tenía un tío que se murió en un accidente de tráfico cuando yo tenía cuatro años y estaba muy unido a la familia. Mi madre siempre me hablaba de mi tío, de lo bueno que era. Era médico en un pueblo y mi madre decía que era tan bueno que en vez de pagarle le regalaban dos gallinas, a mí me parecía que lo más era ser médico como mi tío Ángel. De hecho, tengo una hermana gemela que también es médico, es cardióloga.

¿Cómo recuerda sus inicios?

—Recuerdo que atendía a poca gente porque me veían muy jovencita, pero siempre muy bien. Me acuerdo una vez que programamos una cirugía y la paciente me preguntó la edad: tenía 28 o 29 años pero le dije 35. Cuando volvió a la revisión me contó que le había dicho a su nuera que se había dejado operar por una doctora de 35 años. ¡Anda que si le llego a decir mi edad! Al verte nueva no confiaban en ti pero poco a poco se van haciendo a que les atiendas.

Imagino que acumulará muchas experiencias, tanto positivas como negativas.

—La negativa me costó mucho superarla y positivas he tenido muchas, sobre todo cuando haces tratamientos de fertilidad y consigues embarazos. Te da mucha felicidad. Hay quien piensa que las cosas negativas en nuestro trabajo no nos afectan, pero nos cuesta muchísimo.

Imagino que me habla de la muerte.

—Sí, me costó mucho curarme y cerrar esa herida. Pasé una temporada mala, pensaba que no me compensaba este trabajo, este sufrimiento, pero hay que seguir adelante y te das cuenta que no todo sale bien.

¿Qué le aporta su trabajo?

—Durante muchos años ha sido mi prioridad, antes que mi marido e incluso a veces que mis hijos, pero después de operarme de un cáncer de mama han cambiado mis prioridades. No me cogí ni la baja. Ahora pienso que el trabajo es importante pero hay que disfrutar un poco de la vida y pensar en la familia. El trabajo ha sido antes que todo. Ahora somos seis o siete ginecólogos en la Policlínica y hubo una época que éramos dos y muchos años, tres. Trabajaba muchísimo. Te metes en una rueda que no te das cuenta y lo ves normal, pero hay vida después del trabajo, sobre todo cuando te pasan estas cosas.

Está muy bien que visibilice su enfermedad.

—Sí, sobre todo cuando las pacientes ven que yo he pasado un cáncer, que estoy muy animada y tengo mucho optimismo. El otro día vino una señora a la consulta que tenía lo mismo que yo y estaba muy deprimida. Le dije que no se podía poner así, que iba a ir todo bien y tenía que ser positiva. Mis pacientes me han ayudado a encajarlo porque yo las veo bien y viceversa, me miran y me dicen que estoy bien.

¿Cómo se encuentra?

—Bien, aparte de los efectos secundarios de la medicación.

¿No recibió quimioterapia?

—No me llegaron a dar porque fue un estadio muy temprano. Ahora soy muy consciente de las revisiones, de pedir la mamografia o la ecografia de mamas. A mí me ha salvado hacer un diagnóstico precoz. Una de cada seis mujeres, es mucho, vamos a padecer un cáncer de mama y aquí no se acaba la vida, ni mucho menos, se opera y a seguir adelante.

¿Qué ha cambiado de su vida tras la enfermedad?

—Quizás ahora trabajo un poco menos, me lo he planteado pero no he hecho nada especial. Eso sí, hago deporte, camino, cuido la alimentación, pero tampoco me quiero obsesionar.

Volviendo a su trabajo y por lo que me ha contado con 20 años en Ibiza, imagino que cuando va por la calle se cruza con muchas de sus pacientes.

—Conozco a todo el mundo, cuando entro en una perfumería o en cualquier sitio hay muchas caras conocidas.

¿Le gusta o le molesta que no sea tan anónima?

—No me molesta en determinadas situaciones como cuando entras en una tienda. Cuando mi hijos eran pequeños y los llevaba el parque yo quería ser una mamá más con sus niños, pero no podía porque era la que había atendido a mitad de las madres que había. Me ha pasado estar en un restaurante y preguntarme alguien sobre un tratamiento o explicarme determinadas molestias.

Ahora entiendo que no pueda desconectar de su trabajo.

—A mi hermana que está en Cuenca y es cardióloga le pasa lo mismo. Voy con ella por la calle, la conoce todo el mundo y eso que al cardiólogo no va a todo el mundo. No puedes evitarlo.

¿Alguno de sus hijos quiere ser médico?

—Ninguno de los dos. Guillermo quiere hacer Ingeniería Industrial y Alejandra es muy pequeña aún, pero dice que médico no. Sin embargo, los dos hijos de mi hermana quieren ser médicos y otra sobrina, también. Me hubiera hecho ilusión que alguno hiciera medicina.