Un cocinero elabora uno de los platos que se sirve durante el performance gastronómico a base de atún. | Tamas Kooning Lansbergen Ibiza

Imagine por un instante que se le brinda la oportunidad de participar en el primer performance gastronómico del mundo. E imagine que tiene que relatarlo. Ante esta tesitura estoy yo e intentaré describir lo que durante tres horas vivimos un grupo de 12 periodistas hace unos días en el comedor de Sublimotion, ubicado en Hard Rock Hotel Ibiza, en Platja d’en Bossa.

Previamente hay que explicar que Sublimotion arranca este verano su quinta temporada. Cada noche tan solo 12 comensales privilegiados se sientan en una mesa blanca y desnuda, alrededor de la cual se desarrolla una experiencia culinaria, aunque no solo es eso. El hilo argumental de todo el espectáculo es gastronómico. Alta cocina. Pero eso no basta. Con cada plato cambia el escenario, cambia la ubicación, cambia la cubertería y la vajilla. Incluso cambian los olores de la sala -un plató de 70 metros cuadrados- y en ocasiones la distribución de los participantes.

Somos conejillos de indias a quienes se les saca el instinto más primario e incontrolable, propio de todo ser humano: la curiosidad. ¿Qué es esto? ¿Dónde estamos? ¿Qué va a suceder ahora? Y naturalmente todo resulta divertido, rico y agradable. Y sorpresivo. Toda una experiencia nunca antes vivida.

Los prestigiosos cocineros Paco Roncero, Dani García, Diego Guerrero, Toño Pérez y el repostero Paco Torreblanca, a quienes este año también se suma David Chang, con su sabiduría y su experiencia, acreditadas con un total de 10 estrellas Michelin (que se dice pronto) no ofrecen una decena de platos con sus correspondientes espectáculos asociados, de la mano del estudio creativo Vega Factory y Eduardo Gonzales.
Otra novedad esta temporada es la incorporación del italiano Marco Fadiga, chef de la Maison Dom Pérignon. Y es que en efecto, el champán Segunda Plenitud P2 del año 2000, con 16 años de elaboración a cuestas, es el caldo espumoso con que se maridan casi todos los platos. Un vino intenso, vibrante y preciso. Sublime.

La alta tecnología en esta experiencia es tan importante como los platos que son elaborados por los 25 profesionales que llenan la cocina y que también interactúan con los comensales. Proyecciones en 360 grados que nos trasladaron desde el Teatro Real hasta el salón de ceremonias del mismísimo infierno, pasando por el fondo del océano rodeados de orcas y tiburones, Central Park de Manhattan, la cabina de pasajeros de un jet privado y un cabaret parisino.

La realidad virtual nos permitió experimentar un salto en paracaídas o viajar por parajes nunca imaginados colgados de un helicóptero, todo ello después de degustar dos snacks sin verlos, aunque los ingredientes sobrevolaban el plato.

Como maestra de ceremonias, la actriz española Iris Lezcano (“Sin tetas no hay paraíso”), bellísima y amabilísima, que se cambió de vestido tantas veces hasta hacernos perder la cuenta.

Como de lo que se trata es de sorprender en todo momento, no podía faltar un número de magia a cargo del famoso ilusionista Jorge Blas, que dejó a todos boquiabiertos. Y aún más cuando una camarera partida por la mitad, rodeó la mesa en la que estábamos. Alucinante.

Salimos del comedor habiendo degustado: gazpacho cítrico, huerto con verduritas, piedras y arena, vieira asada con manzana macerada, palomitas de foie y maíz, tartar de gamba roja, tartar de vaca vieja y erizo de mar, lenguado, puré de patata y caviar con ajo blanco y ajo negro, atún con boniato, minicráter de ravioli de frutos del mar y de postre, un delicioso Sweet Monster de chocolate y no sé cuántas cosas más. Y seguro que me dejo algo, porque la experiencia es desbordante y cuesta mantener la cordura.

También participan en el espectáculo el conocido DJ y productor, Wally López. el ilustrador y escultor Juan Carlos Paz (Bakea), diseñador del mostruo que nos comimos como postre. El compositor Alfonso G. Aguilar, que ejerce de director musical.

Es tanta la creatividad y el talento que aglutina Sublimotion; tanta la gente que se rebana los sesos para crear un espectáculo único y diferente, que sorprenda y tenga en vilo al espectador, que el precio debe ser acorde con todo ello: 1.650 euros por comensal.

Se dice que es el restaurante más caro del mundo. Y en efecto es carísimo, pero no es un restaurante. Es mucho más. Y confieso que resulta frustrante, porque por más que se cuente, si no se vive la experiencia -que no está al alcance de la mayoría, como ya se ha dicho-, es imposible hacerse una idea ni remota siquiera de lo que es Sublimotion.