Margalida mira a la cámara tras el álbum de fotos de su centenario. | Marcelo Sastre

Margalida Marí Torres nació en Sant Vicent de Sa Cala cuando en el pueblo todavía no llegaban carreteras y los caminos dejaban mucho que desear. «Era el pueblo más abandonado que había en la isla», recuerda riendo. Corría el año 1918. El pasado jueves 28 de junio se convirtió en centenaria y lo celebró por todo lo alto con una misa y un convite al que acudieron su familia, amigos y algunas de sus alumnas. Con Margalida aprendieron a leer y escribir la mayoría de las personas mayores de Santa Gertrudis y muchos en Ibiza e incluso en Formentera.

«No me considero todavía una esclava de la vejez, veo personas que tienen ochenta y pico años y aparentan ser mucho más viejas que yo. Yo todavía miro mis brazos y mis manos y veo que son los mismos de toda la vida», cuenta con un discurso muy lúcido. La vista ya no le permite dedicarse a coser o bordar como solía hacer antes. Lo demuestran las cortinas y manteles bordados en hilo que hay en su salón, todos obra de sus manos.

Sa Cala

A Margalida la conocen hoy día como sa mestra o doña Margarita, pero en su momento ella era Margalida d’en Xic d’en Guimó. Nació en una familia humilde, en Can Xic des Guimó, la cuarta de cinco hijos, cuatro chicas y un chico. Su padre era zapatero, hacía espardenyes.

Empezó a ir a la escuela en la Casa de sa Iaia, que no era escuela, sino «una casa payesa que le cedieron a una maestra de fuera», recuerda. Se le daban bien los estudios, así que a los 15 años sus padres le permitieron que se fuera a Barcelona con su maestra, Pepita Busquets, que la animó a dedicarse a la docencia.

Maestra itinerante

Sin tener los estudios de magisterio, ella ya empezó a dar clases en Sant Carles o en Sa Cala, donde hacía sustituciones puntuales a pesar de que todavía no podía ejercer. En la Mola de Formentera hizo una sustitución de un año. «Cada día iba en barco, me bajaba y en el puerto había militares que me llevaban a la escuela», explica.

Aprobó las oposiciones y obtuvo plaza de profesora en Santa Gertrudis, donde fue la primera maestra propietaria. «Todo el mundo iba conmigo a la escuela, pero al principio tenía sólo unos 10 alumnos. Si la gente no sabía que una maestra había estado ejerciendo más de medio año no se fiaban demasiado, y al principio algunos enviaban a sus hijos a particulares».

Más adelante pidió plaza en Ibiza cuando su hija tenía nueve años y su hijo cinco. Le dieron plaza en Sa Graduada, donde enseñó durante el resto de su vida profesional. En aquel momento vivía en Dalt Vila, al lado del Ayuntamiento. Sa Graduada estaba a las afueras de la ciudad y allí impartía clase a niñas.

En 2015 recibió la medalla de oro que el Ayuntamiento de Eivissa concedió a los docentes de la ciudad mayores de 80 años. Impartieron clases en un momento en el que, según recuerda Margalida, sencillamente se enseñaba a leer, a escribir y matemáticas básicas. A las niñas también se les enseñaba labores. «Las madres y las hijas estaban muy contentas con las clases que daba de coser y bordar, y más adelante alguna alumna todavía me comentaba que tenía en su casa algún mantel que había hecho conmigo y que era el más bonito que tenía», dice con una sonrisa.

En blanco y negro y en color

Recuerdos que iban surgiendo mientras pasaba las hojas del álbum que había elaborado su ahijado Toni. Imágenes digitalizadas de su casa, de sus padres e incluso de sus abuelos, cuando la fotografía todavía era un proceso complejo de luz y productos químicos. Las imágenes pasan del blanco y negro al color según van modernizándose, y en la última hoja se puede ver a una de sus nietas embarazada de su segundo bisnieto que nació el pasado día 24 de junio.

Dice no tener un secreto para vivir 100 años. «Trabajar, comer y vivir», ese el secreto, si es que hay alguno. Un trabajo que desempeñaba en la escuela y en casa cuidando a sus hijos y a su suegra. Ahora la cuida Catalina, que indica que es muy fácil tratar con ella, ya que no pone nunca pegas respecto a la comida.

Su familia y sus antiguas alumnas le acompañaron el miércoles en Santa Gertrudis en una celebración sencilla. Una misa en la iglesia y un convite para celebrar sus 100 años. Con la misma sencillez con la que vive ella el simple hecho de ser centenaria.