Imagen habitual de Cala Saladeta. Una joven llega con su ropa, se la prueba y en apenas unos minutos vende decenas de productos. | MOHAMED CHENDRI

El titular de esta noticia es que no hay noticia. La vida sigue igual en Cala Saladeta. Posiblemente este texto cuente lo mismo que hace un mes, un año o un par. Nada ha cambiado en esta pequeña playa del municipio de Sant Antoni y los vendedores ambulantes siguen desfilando tranquilamente ofreciendo todo tipo de productos a los cientos de turistas que prácticamente no dejan un centímetro de arena libre.

El pasado 26 de agosto de 2017 nuestra compañera Amàlia Sebastián escribía una noticia en este mismo periódico titulada Supermercado ambulante en Cala Saladeta. En ella se hacía eco de que «en el pequeño tramo de playa se puede encontrar una amplia variedad de productos, como empanadas, bocadillos, pareos o mojitos». Pues bien, ayer, once meses después, nos encontramos con la misma estampa. Parece que hemos entrado en bucle, y tal vez la única diferencia está en que en uno de los laterales una chica con algo más de visión comercial que el resto ha instalado un pequeño puesto a pie de arena, con una barra sobre unos palés, donde ofrece cócteles y mojitos hechos en el momento con las decenas de botellas traídas hasta allí.

El resto de vendedores prefiere pasear a lo largo de la playa vigilando con mirada experta en busca de algún cliente. Es el caso del que ofrece unos cocos que después abre con una facilidad asombrosa con un cuchillo que lleva en el lado derecho de su cintura, el que carga con una pesada nevera repleta de latas de refrescos, botellas de agua o cervezas, o los que venden bocadillos, empanadas y hasta croquetas.

Mención aparte merece la chica que vende ropa. Sin ningún pudor llega hasta la orilla, extiende un pareo, descarga su mercancía y se la va probando con gracia y elegancia delante de todos los presentes. En apenas unos minutos ha conseguido su objetivo y decenas de mujeres se acercan a observar lo que trae. Hay bañadores, pareos, trajes que simulan el encaje de la moda Adlib e incluso vestidos de esos que se pueden poner de varias maneras distintas. Se negocian los precios, muchas convencen a sus parejas para que vayan hasta la toalla y la sombrilla para regresar con la cartera y la transacción se cierra en apenas un minuto. Poco después, la vendedora recoge lo poco que no ha vendido y vuelve por donde ha venido, con el bolsillo lleno y sin necesidad de tener que pagar una tienda, un alquiler o los impuestos correspondientes. Un negocio redondo.

Parece que no importan las denuncias

Hay tanta proliferación de vendedores ambulantes que da la sensación de que a ninguno les importa lo más mínimo que la Policía Local de Sant Antoni interpusiera hace apenas tres días 6 denuncias por venta ambulante en Cala Salada, separada por apenas unos metros de Cala Saladeta.

Según informó el Ayuntamiento los agentes se incautaron de 1.800 kilos de productos, «entre los que había bastantes kilos de hielo, fruta, refrescos, bocadillos, bebidas alcohólicas y sombrillas». Ayer, si hubiera habido agentes disponibles, posiblemente la cantidad hubiera sido mucho mayor.

«Se que no está bien lo que hago y que habrá mucha gente que se queje, pero tengo que intentar sobrevivir como sea hasta que acabe el verano porque con el sueldo del trabajo que tengo por la tarde no me da para poder pagar el alquiler de la habitación», explica a Periódico de Ibiza y Formentera una de las jóvenes vendedoras que lógicamente quiere permanecer en el anonimato. «Entiendo que los que tienen tiendas se molesten y que la Policía Local nos pueda denunciar pero en el fondo no estamos haciendo algo tan malo, sólo ofrecemos bocadillos a los bañistas en una playa como ésta donde no hay ninguna tienda alrededor para comprar las cosas», continúa. «Y, sinceramente, prefiero arriesgarme a tener que robar. La situación en Ibiza está mucho peor de lo que la gente se cree cuando ve desde fuera tanto lujo», nos despide para seguir su camino cargada con su bandeja.

Ella es la única que quiere hablar. Algunos nos miran desconfiados porque saben que se les puede fastidiar el negocio aunque luego pixelicemos sus caras, y otros, simplemente, pasan de nosotros. No les importa lo más mínimo nuestra presencia ni la del fotógrafo. «Están más que acostumbrados y saben que tienen cierta impunidad porque van de playa en playa y es muy difícil cogerles», nos explica indignado Pepe, un jubilado que ha estado más de treinta años siendo repartidor. «Esto se tenía que cortar de raíz con unas cuantas multas fuertes y algún susto por parte de la Policía porque cada vez aumenta más y porque creo que se nos está yendo de las manos», concluye antes de irse a dar un baño.

Muchos bañistas están a favor

Sin embargo, la mayoría no opina igual. La mayor parte de los que pueblan ayer Cala Saladeta no ven con malos ojos la venta ambulante. Sobre todo desde que el acceso a las dos calas está restringido y sólo se puede hacer en autobús.

Al igual que se encontró nuestra compañera Amàlia Sebastián hace once meses, ayer muchos aseguran que prefieren comprar refrescos, cervezas, agua, bocadillos o empanadas sin moverse de la toalla antes que tener que bajar cargados con mochilas o neveras. «Es una playa donde no hay ningún supermercado cerca, lo más el Lidl de la rotonda de entrada de Sant Antoni o el Mercadona del pueblo, y es un incordio tener que entrar en el autobús repleto de gente con las bolsas y después subir con la basura de vuelta», argumenta Carlos, un joven que pasa sus vacaciones junto a sus amigos de Zaragoza. Ellos, además, añaden otro argumento. «Prefiero pagar el dinero que me piden aquí que no tener que pagarlo a precio de oro en cualquier tienda un domingo, cuando no hay nada abierto».

Precisamente el precio que piden los vendedores ambulantes también sirve de argumento a otros bañistas que no ven tan mal la situación de Cala Saladeta. Miguel y Gema, pareja de Madrid, no ven mal lo que les piden por un mojito, «recién hecho, fresquito y viendo el mar», y Laura y Marina, de Girona, prefieren comprar sus vestidos allí. «Lo siento por los dueños de las tiendas pero aquí es mucho más barato y además te ahorras el tener que dar mil vueltas para aparcar el coche en el centro de Sant Antoni o de Ibiza».

Opiniones parecidas se repiten una y otra vez con el denominador común de estar a favor de la venta ambulante. Lo mismo que hace un año y hace un mes. Lo mismo que le dijeron a nuestra compañera Amàlia Sebastián en agosto de 2017. Y es que aunque nosotros cambiemos, la vida sigue igual en Cala Saladeta.