La paella empezó a repartirse poco antes de las 20 horas. Fotos: MOHAMED CHENDRI | MOHAMED CHENDRI

La berenada que se celebra en Vila cada 8 de agosto con motivo de las fiestas de Sant Ciriac no sería lo mismo sin todos aquellos mayores que se acercan a Puig des Molins, año tras año, para seguir con la tradición.

Así, un grupo de músicos inició el recorrido desde Vara de Rey para finalizar en la playa, donde centenares de personas se agruparon para merendar en familia con vistas al mar.

Sa Berenada, como cualquier tradición, no entiende de edades. De hecho, ayer las rocas de Puig des Molins se llenaron de niños y niñas que, en un futuro, serán los que mantengan viva la fiesta. «Hacía años que no venía, pero he aprovechado que este año están mis nietas aquí para venir y que lo vieran», contó Clara Valverde, una mallorquina asentada en Ibiza desde hace décadas.

La verdad es que esta celebración tan típica del 8 de agosto en Vila es para la gente de la isla; es difícil ver algún turista disfrutando de una merienda con familia o amigos a no ser que algún ibicenco le haya avisado de su existencia.

Aún así, las cosas han cambiado con el paso del tiempo. Fueron muchos ayer los que recordaron cómo hace «muchos» años se acercaba el triple de gente que ahora hasta Puig des Molins. También dijeron que ahora la zona está «más acotada» y hay menos espacio que antes.

«Me da una pena tremenda que ya no sea lo mismo. Yo me acuerdo de hace años cuando bajaba gente de casi todos los pueblos», lamentó Evelio Marí, un ibicenco muy ligado a esta fiesta. «Nosotros preparábamos todo con una semana de antelación y ya lo traíamos hecho, menos la paella que la hacíamos aquí». Según relató Marí, sus padres junto con sus amigos hacían tres paellas grandes a las que se sumaban el resto de platos que llevaba la gente. Lo más típico eran las tortillas, ensaladas, sandías y melones, algo que ayer también se pudo ver.

Lo que ya no se hace es la ‘guerra de sandías’. «Los jóvenes antes se lo pasaban de maravilla. Se tiraban al mar haciendo volteretas y cuando salían del agua hacían una guerra con las sandías», apuntó Marí. Un juego del que también se acordó Joan Tur y que, dijo, ahora se ha transformado.

Se refirió a los juegos con los que los más pequeños se entretuvieron ayer por la tarde en la playa. Entre ellos destacaron los fanalets y es que ningún niño quería ir a casa sin uno. Según explicó uno de los organizadores de la actividad, habían llevado 36 melones, pero «siempre nos quedamos cortos».

Para quien no lo sepa, se trata de vaciar los melones para dejarlos huecos y meter una vela en su interior. Lo bueno es que el contenido de la fruta se lo pudieron llevar a casa y las pepitas se guardaron para seguir plantando melones.

Además, hubo tiro con arco y un juego parecido a la piñata que consistía en tapar los ojos de los más pequeños para que estos diesen, con un palo, a un jarroncito de cerámica con el objetivo de que cayese al suelo; dentro tenía caramelos escondidos entre harina.

El plato fuerte de la jornada, nunca mejor dicho, llegó poco antes de las 20.00 horas cuando se empezó a repartir la paella. Para su elaboración se usaron 130 kilos de carne (100 de pollo y 30 de costilleja), marisco, guisantes, judías, pimiento rojo y verde y 100 kilos de arroz. Todo ello cocinado a fuego lento y con mucho mimo durante tres horas.

Olía tan bien que la cola para coger un plazo empezó a formarse casi media hora antes. De hecho, al ir a preguntar a la primera persona que estaba en la fila por la tradición del 8 de agosto en Vila dijo sin darse cuenta: «La cola está al final, no te cueles que llevo aquí un rato». Sin embargo, nadie se quedó sin su plato ya que se hizo paella para 800 personas.