Tal vez a muchos lectores no les suene el nombre de Mar Aranda. Su nombre no está entre el de otras cantantes que venden millones de discos por todo el mundo ni su música aparece constantemente de forma machacona en las grandes emisoras de radio. Sin embargo, el trabajo de esta valenciana desde hace más de treinta años y su pasión por recuperar la música antigua la han convertido en una de las voces más respetadas entre sus compañeros de profesión, los críticos y sobre todo, en un referente entre lo que desde hace tiempo se ha bautizado como «música de Radio 3».

Ha investigado y cantado músicas turcas, griegas, occitanas y músicas antiguas, medievales y sefardíes que ha plasmado en casi una veintena de discos de excelente factura que le han hecho merecedora de premios y reconocimientos por parte del público y los medios especializados. En 2017 lanzó Sefarad en el corazón de Marruecos, el primero de los cinco discos que dedicará a las principales geografías de la diáspora y con el que ha conseguido el premio al Mejor disco europeo del año. En los cuatro restantes cantará a Turquía, Grecia, Bulgaria y la antigua Yugoslavia. Mientras, mañana domingo, a las 22.00 horas, pasará por la sede de la UIB, en la antigua comandancia militar, para actuar en el ciclo Nits de Tanit que organiza el Consell d’Eivissa.  

—¿Cómo se siente cuando le dicen que es una de las grandes referencias de la música histórica después de 30 años?
—Después de 30 años tengo una fijación terrible en derribar el muro de ignorancia, intolerancia, prepotencia, falta de humanidad y ética de ciertas instituciones, entidades, estamentos en la sociedad o personas. Y no es crítica, es simplemente observación.

—¿Y lo consigue?
—No es fácil. Lo hago a golpe limpio de canción, con un empeño que roza la locura. Hay que acabar con ese muro de campañas mediatizadas que tienen envenenada a la población con la difusión y creación de algún enemigo. El diferente, al que odiar.

—¿El miedo a lo diferente?
—Sí. Se siguen creando y generando chivos expiatorios y por eso la sociedad debe darse cuenta de que somos algo más que una sociedad que va en el mismo saco. Hay que empezar a ser responsables de nosotros mismos, como individuos, y mirar qué hay dentro de esa cáscara reseca a la cual han inutilizado para pensar por sí misma. En realidad somos corderos, a los que han esquilado y puesto una marca en el lomo y un chip en el cuello y nos han dejado vulnerables y desprotegidos, indefensos y dependientes de un diablo vestido de pastor que nos guía en este infierno

—¿Entonces no sólo es una cantante?
—Mi posición me da también un sentido de la responsabilidad mayúsculo. Es lo que me concede la entidad para decir estas cosas y que lleguen a más gente.

—¿Hay que ser muy valiente, muy osada o un poco loca para dedicarse a este tipo de música?
—Creo que sí. Hay una pizca de todos estos ingredientes en los que decidimos seguir esta pedregosa montaña arriba, sin sendero trazado ni camino alguno practicado, entre zarzas con afiladas espinas y vegetación que se defiende de la invasión de su territorio virgen.

—¿El trayecto ha sido duro?
—Si. Hemos acabado con la ropa hecha jirones por los enganchones en retorcidas ramas y maleza. Hemos terminado con los las suelas tan desgastadas que se nos meten las piedras y tenemos que parar. Hemos terminado con la piel quemada por la intemperie, unas veces apacible y otras desencadenada en furiosa tempestad, y con los ojos cansados de ver un paisaje infinitamente hermoso pero cuyo precio por verlo en su naturaleza esencial es el sufrimiento y un desgaste casi permanente.

—¿Tan dura es la vida?
—La vida, para coronarla con éxito requiere de un viaje de sufrimiento y de pérdidas para encontrar la simple bondad, la paz y la coherencia en lo que se hace.

—Logró el mejor disco de Europa en 2017 y el 9º mejor disco del mundo también ese año. Sin embargo, parece alejada de las listas de música comercial y de la que sale en las radios convencionales... ¿No se ha sentido tentada por otros estilos?
—Nunca pero si que me han tentado. Cuando estaban en auge algunos grandes grupos de worldmusic me ofrecieron girar con ellos y aprovechar su fama para darme a conocer a más público. Les dije que no porque eso haría que mi proyecto vital, ese en el que te dejas piel de tu piel y sangre de tus venas, se convierta en un «producto’. La industria podría manipularla a su antojo, cambiar músicos en la formación, elegir productores para mejorar las composiciones, es decir, someterme a un proceso de maquillaje extremo para potenciar mis cualidades y hacerme más vendible en los stands de cualquier superficie comercial.

—No parece que ese sea su mundo...
—No. Para mí es otro de esos muchos mundos paralelos, habitados por seres que, como decía antes, tienen la misma apariencia que yo morfológica pero no compartimos más que nuestra carcasa. Somos el día y la noche.

—¿Y cómo pudo ser premiado como mejor disco europeo? ¿Fue un milagro?
—(Risas). Que va. En realidad los medios especializados con periodistas entrenados, con buena formación y mentes preclaras, siempre han dado soporte a mis trabajos. De hecho mis cuatro últimos álbumes publicados han sido galardonados como mejores discos de folk en sus años de lanzamiento. También ha habido un público minoritario, muy fiel, que ha tenido en mucha consideración mi trabajo. Son académicos, historiadores, profesores, filólogos, antropólogos, investigadores, lingüistas y público exigente, con buen oído, que no se conforma con cualquier estímulo sonoro que les brinde un soporte fonográfico.

—¿Cuánto le lleva hacer un disco?
—Mucho. Los hago con un trabajo de estudio extremo, sobre todo cuando se refieren a repertorios históricos. El último de ellos ha sido prologado por José Hinojosa, catedrático de Historia de la Universidad de Alicante, experto en historia medieval y premio Samuel Toledano por su libro La judería de Valencia en la Edad Media. Además, la etnomusicóloga Susana Weich, Medalla al Mérito Civil, también prologó la parte musical del libreto de casi 100 páginas que acompaña al disco, y Esther Bendahan, de la casa Israel-Sefarad nos introdujo en las vivencias de su familia, de origen sefardita de Marruecos.

—También tengo entendido que viaja y vive un tiempo en los países a los que luego dedica la música.
—En este caso, para recabar información hice un viaje de dos semanas de estudio a Jerusalén para visitar la librería fonográfica más grande del mundo y hacer una cuidada selección del material para los próximos discos y ampliar el repertorio repetido hasta la saciedad de canciones sefardíes que van copiando distintos grupos. En este sentido, creo que es necesaria mayor responsabilidad a la hora de la transmisión de la tradición y que los que quieran interpretar estos repertorios hagan trabajo de búsqueda y no se solamente en Los 40 Principales de la música sefardí. Hay miles de canciones esperando para volver a la vida.

—Tras trabajar con discográficas ha editado discos autoeditados... ¿Tan mal está la música en España actualmente?
—No es que esté mal, es que tenemos intereses diferentes. Para la industria mi proyecto es un producto. Hoy el artista es una foto en un catálogo que se ofrece a compradores y clientes que te eligen entre cientos y una cara bonita en un portada de un disco pensada para comprarlo antes de oírlo. Es marketing agresivo que usa al artista cuando rentabiliza y lo tira cuando caduca. Cambian las caras y la estética de los artistas, según las tendencias de la moda pero la noria sigue girando porque tienen bien montada la empresa.

—¿El negocio lo ha invadido todo?
—Claro. Si pones dinero en la mesa entras en sus listas de grandes éxitos que suenan repetidamente en las emisoras. Cuando has oído dos veces el estribillo del nuevo artista con la nueva canción ya la has hecho tuya y te han ganado. Si tienes un mínimo de sensibilidad, honradez y criterio seguramente maldecirás el día en el que entraste en esa rueda. En fin, no compartimos el mismo modus operandi.

— Es especialista en música histórica, ¿qué podemos aprender de la música?
—La música tiene la capacidad de llegar a lugares del cerebro donde no llegan otros estímulos. Está conectada con lo más primario e instinstual de nuestra esencia y se usa en muchos trastornos neuronales severos, entre otro variado tipo de disfuncionalidades y patologías. Todo tiene sonido: el río, el viento, las hojas de los árboles bajo la brisa, las olas del mar, los animales en su defensa, cortejo, ataque o dolor…No se qué podemos aprender cada uno de la música porque todos somos entidades diferentes que alquimizamos cada estímulo de manera distinta. Pero sí sé que hay un canto que nos conecta a través del sonido con la belleza de lo más nuclear, del milagro de la vida que se nos ha dado. Pero para llegar a ello hay que hacer muchos cálculos, pruebas, errores, dar muchos traspiés y sobre todo acercarte a infinidad de tradiciones musicales y modos de ver y de sentir, de expresarse a través de ellas.

—¿Se puede acercar este estilo de música a los jóvenes?
—Mi labor es de una tremenda responsabilidad con la sociedad porque implica dar testimonio de unas tradiciones que necesitan encontrar urgentemente manos que agarren el testigo que ahora porto en mis manos. Tradición viene del verbo latino tradere, entregar. Por eso, en los últimos años me he centrado en llevar la música y los instrumentos musicales del medievo a colegios, institutos o universidades para que los que conozcan. Todos los instrumentos del siglo XXI tienen sus antecesores y una historia que contar y si el hombre va borrando su historia jamás aprende de ella y de sus errores.

—¿Sin historia no somos nada?
—Claro. Nos convertimos en una máquina útil al sistema, programadas el día que nacimos y con un pequeño vínculo y recuerdo que llega hasta los padres y abuelos, sin reparar en el resto de sus árboles familiares. La memoria es lo que nos diferencia y nos hace individuos y no masas informes, ejércitos de números vacíos preparados para obedecer órdenes.

—Pero la historia también se tiene que contar de forma imparcial...
—Es lo que nosotros hacemos en los centros educativos. Contamos la historia desde el punto de vista de alguien que no quiere perder ni ganar ya que los libros de historia precisamente los escriben los vencedores y está trucada. No es útil para aprender de ella.

—Es útil para manipular generaciones...
—Solamente hay que mirar los libros de texto de las escuelas de 2018 y los de hace 50 o 60 años. A partir de ahí haz cálculos de cómo funciona el tema de la historia de y lo fácil que es manipular a una generación, una sociedad e, incluso, el mundo.

—Se ha dedicado a la música sefardí, ¿la música es un magnífico instrumento para unir pueblos y conseguir la paz?
—La paz es una utopía hermosa a la que tenemos que acercarnos, vida tras vida. Pero una utopía. Mientras queden dos hombres sobre la tierra habrá enfrentamiento, guerra. Hay una especie de chip o código corrupto en nuestra genética que nos hace inservibles para la paz duradera.

—Su proyecto Diáspora, ¿está más de actualidad que nunca con todo lo que vemos actualmente en el Mediterráneo?
—Lo que vemos ahora en el Mediterráneo no ayuda a la cultura porque cuando no se tiene un pedazo de pan que llevarse a la boca, ni una manta para guarecerse o simplemente te persigue un ejército, hay otras prioridades. Es un pez que se muerde la cola. Sin cultura no se puede desarrollar la sensibilidad de ese hombre primario y agresivo.

—¿Cuál es la solución?
—Creo que optar por la solución del muy querido Federico, del que hace unos días recordábamos su fusilamiento, el 18 de agosto «Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan sino que pediría medio pan y un libro».

—¿Es su primera vez en Ibiza?
—Sí. He investigado a la diosa Tanit, ya que el concierto es en el marco del festival Nits de Tànit. Su culto está documentado en muchos otros lugares del Mediterráneo, incluida Ibiza hasta la cristianización de la zona. Además, el concierto se celebrará bajo la luna llena de agosto a la que están asociadas diosas madre como Tànit. Así que espero que nos bendiga.

—Canta en castellano, valenciano... ¿Qué importancia tiene la lengua como medio de expresión en su música?
—El valenciano es mi lengua materna. Cuando compongo lo hago en la lengua que me remite a mi madre y esta a la suya…retrocediendo…a miles de madres por un cordón umbilical invisible e inexplicable. Con estos repertorios he viajado por toda Europa y se han coreado las canciones sin ningún problema ni complejo. Nunca me han preguntado porqué canto en valenciano.

—¿Y en España?
—Creo que es un problemilla interno porque no acabamos de asumir que todas son lenguas oficiales y hay que darles un soporte igual. Además, algunos ciudadanos también parecen empeñados en percibir las diferencias como algo negativo en lugar de algo que nos puede permitir conocer al otro, contrastar, aprender. Yo se lo digo porque como persona amante de la Historia cantó Cántigas de Santa María compuestas en galaico-portugués o piezas de trovadores en occitano y o sefarditas en judeo-español. Las llevo escuchando casi desde la cuna y son lenguas hermanas.

—Presentó Microkosmos en Ràdio 9, un programa sobre músicas antiguas y tradicionales. ¿No le pica el gusanillo de volver a intentarlo?
—La radio es maravillosa también desde dentro. Estuve algo más de un año produciendo, dirigiendo y presentando Microkosmos, combinando la música con el desglose de un tema concreto en cada programa, música, psicología, historia, medicina... Tenía total libertad en el contenido, sin censura ninguna. Pero cambiaron los cargos políticos, que a su vez cambiaron a los regidores de los programas y me rindieron.

—¿Las cadenas públicas dedican el espacio necesario a la cultura?
—No, aunque hay programas que se salvan muy honrosamente de la quema. Hay cadenas que personalmente suprimiría, de raíz. Pero no programas concretos sino emisoras íntegras con todo su contenido. En radio tenemos la misma situación aunque afortunadamente hay programas como Radio Clásica, con más de 50 años de andadura que siguen incrementando audiencia y que aunque su nombre alude al género clásico, también emiten folklore, jazz, flamenco, pedagogía, literatura o danza.

—Tras más de un cuarto de siglo en la música, ¿con qué se queda especialmente?
—Con el silencio.