Ramón Canet trabaja en Can Misses desde hace más de veinte años.

Ramón Canet es uno de los profesionales de medicina más veteranos. El actual jefe de Servicio de Medicina Interna del hospital Can Misses cuenta cómo se hizo médico, sus primeros años de experiencia y desvela algunos detalles de su vida profesional, como que su primera opción fue la Pediatría.

Iba para pediatra pero acabó en Medicina Interna. ¿Cómo fue?
—Al acabar Medicina me quedé un año en Barcelona en la Escuela Profesional de Pediatría. En ese momento había varias opciones para hacer la especialidad y una de las que contemplaba era Pediatría. Mientras me preparaba el MIR estaba en el departamento de Pediatría del Clínico y estuve trabajando. Me presenté al MIR y saqué primero Medicina Familiar y Comunitaria. Estuve dos años en Bellvitge. Me volví a presentar y entonces saqué Medicina Interna.

La medicina ha perdido un pediatra pero ha ganado un internista.
—No sé si se puede decir así. Además, la última plaza de Pediatra del Clínico la cogieron 20 números antes de que me tocara elegir a mí. Al final parece que no estaba destinado a ser pediatra.

Dicen que los internistas saben un poco de todo.
—Se dice que es un médico que sabe poco de mucho y mucho de poco. Es como un director de orquesta que se conoce todos los instrumentos para poder dirigirla aunque seas virtuoso de uno solo. El médico internista sabe un poco de pulmón, riñón o corazón aunque, por ejemplo, sepas mucho de infecciosas o de sistémicas. El internista es el médico que mira de forma integral a un paciente adulto, generalmente en el hospital pero cada vez está más implicado en los equipos de asistencia fuera del hospital. Es como el director de orquesta.

Antes de trabajar en Ibiza estuvo en Barcelona.
—Estuve siete años en el hospital de Bellvitge, dos como médico de familia y cinco de internista. Presenté mi curriculum en Can Misses porque quería volver a Ibiza. En la isla les interesaba porque tenía una formación sobre el sida que en ese momento era necesaria en el hospital. Tardaron un poco más de la cuenta en contratarme pero a principios de febrero de 1997 me contrataron.

La medicina le viene de familia porque su padre era dentista.
—Sí, pero mi padre tenía a gala de recordar que antes primero era médico y después dentista. Él era médico estomatólogo y le gustaba mucho la medicina. Tenía influencia familiar paterna pero, por motivos personales, tenía mucho contacto con pediatras y ésa es una de las primeras opciones que contemplé. Pediatría, como decía un profesor, es la medicina total del niño y Medicina Interna, lo mismo del adulto.

¿No se quedó con la espinita de que podía haberse dedicado a la Pediatría?
—No más desde que soy padre. Me gusta la Pediatría pero desde que fui padre estoy contento de no serlo.

¿Alguno de sus hijos se ha decantado por la Medicina?
—No, mi hijo es profesor de Magisterio musical y mi hija está acabando Psicología, ha sido ‘abducida’ por su madre.

Volviendo a su trabajo, ¿qué le ha aportado su profesión?
—La satisfacción de haber podido ayudar a la gente y en otras ocasiones me ha quedado la duda de si he hecho todo lo posible. Me ha favorecido también la posibilidad de haber conocido gente joven que ha venido a formarse con nosotros y eso es un estímulo continuo para que estés al día en tu profesión. Recuerdo que cuando mi padre me acompañó el primer año de mi carrera a Lérida me preguntó qué era lo que iba yo a darle a la medicina y le contesté que menos el sueño, la familia y el hambre le iba a dar tiempo, pero no quería robárselo a la familia. La medicina ha sido una vocación aunque he tenido que dejar de lado otras cosas que me gustaban como, por ejemplo, la música pero he tenido un continuador en mi hijo.

¿Le gustaba la música?
—Tocaba la guitarra desde los siete años y llegado el momento tuve que ir dejándola de lado. Creo que no he renunciado a nada por la medicina porque pienso que en cada momento de la vida tengo unas prioridades y después se pueden ir recuperando otras actividades.

¿Ha vuelto a tocar la guitarra?
—Ahora poco porque ya se nota después de muchos años. La cojo de vez en cuando.
Usted es una de las personas que más sabe de sida en Ibiza por su trabajo en Can Misses.

¿Qué es lo que más le ha sorprendido?
—Me ha sorprendido gratamente que la investigación haya permitido ofrecer a unas personas que en ese momento tenían un mal pronóstico a largo o medio plazo que puedan recuperar su vida y tener proyectos de futuro. No somos capaces capaces de curar el VIH y en cambio sí podemos curar la hepatitis C. He tenido el privilegio de ver una enfermedad que empecé a ver los primeros casos en los últimos años de carrera y se vivía en una situación angustiosa a ver actualmente que es una enfermedad crónica y permite a las mujeres pensar en ser madres. Eso es lo que más me ha llamado la atención. Cada vez que veo un caso nuevo me pregunto qué no hemos sido capaces de comunicar para evitar que esta infección siga y no es por falta de información, pero quizás no lo hemos sabido transmitir. Se ha perdido el miedo y hasta que esto no se interiorice un poco más habrá la posibilidad de mantener la infección.

Cuando usted empezó a tratar a los primeros pacientes de sida se consideraba que era un estigma. ¿Cómo empezó a tratar la enfermedad?
—Fue muy curioso. Mientras estudiaba donde escuché por primera vez hablar de sida fue en el antiguo hospital de Can Misses. Terminé tercero de carrera y pedí hacer unas prácticas ese verano. Durante las prácticas se hicieron unos casos clínicos y vino un médico de Estados Unidos, un patólogo, que había estado en Ibiza y presentó un sarcoma de Kaposi, una de las enfermedades relacionadas con el sida. El primer caso de sida de mi vida científica curiosamente fue en Ibiza.

¿Qué recuerdos gratos tiene de su vida profesional?
—Todas aquellas veces que hemos conseguido que se recuperaran personas en situación de gravedad me llena de satisfacción. Cuando en un caso encuentras una solución, también. Me alegra ver que personas con VIH que han pasado por la consulta que no tenían un futuro nada claro y no sólo se han recuperado, sino que han sido padres.

¿Y lo peor?
—Pensar si hubiera podía haber hecho algo más por una persona. De vez en cuando vuelvo la cabeza atrás a algún caso y pienso qué más podía haber hecho. Antes se hacian las cosas con los medios que había y la información de que se disponía; quizás ahora sería diferente y esa persona estaría con nosotros.