La anestesista Rosa Picazo.

Madrileña por los cuatro costados, Rosa Picazo decidió un día cambiar la vida ajetreada de la capital por otro destino. Empezó a buscar a trabajo y entre las ofertas que recibió se decidió por la Policlínica del Rosario en Ibiza. De eso hace ya más de 17 años y aquí sigue. No ha tenido temor a afrontar nuevos retos esta mujer de ocho apellidos madrileños, la primera de su familia que tomó la decisión de salir a trabajar fuera de Madrid.
Su llegada a Ibiza es difícil de olvidar.
—Vine a Ibiza el 11 de septiembre de 2001. Estaba en el puerto de Denia con mi coche cargado de maletas y en un bar donde estaba comiendo vi el atentado de las Torres Gemelas. La cosa prometía (risas).

¿Por qué estudió Medicina?
—Siempre quise ser médico. Fui la primera de mi familia en hacer una carrera universitaria; recuerdo que siendo muy pequeña pedí a los Reyes Magos un disfraz de médico, con un fonendo y una bata. Ha sido mi pasión.

Tenía trabajo en Madrid pero decidió venirse a Ibiza. ¿Por qué?
—Trabajaba en La Paz y por entonces mi hijo tenía seis o siete años. Me pasaba el día en la carretera, tardaba una hora desde mi casa al hospital y viceversa; a mi hijo lo dejaba a las siete mañana en el colegio y lo recogía a las seis de la tarde. Mucha presión. El hospital de la Paz es muy grande y la carrera profesional de estos centros era muy dura. Otra cosa que no me gustaba es que si te hacías anestesista para poner epidurales en Ginecología te ibas a dedicar gran parte de tu vida a hacer esto y a mi siempre me ha gustado más la medicina desde un lado más integral. No me apetecía meterme en un quirófano y dormir sólo a pacientes con hernias o cesáreas. Quería buscar algo más humano o de contacto que permitiera criar a mi hijo, disfrutarlo, y no pasarme la vida en la carretera.

¿Qué hizo entonces?
—Eché curriculums, me ofrecí por Internet y se me colapsó el correo electrónico en 24 horas. Recibí ofertas hasta de hospitales de Suecia, Inglaterra, Francia y de todas las ciudades de España. Una de ellas venía de Ibiza, de la Policlínica del Rosario, y tuve curiosidad. Me pagaron un billete de avión y me vine un fin de semana. Me encantó la isla, el hospital y el proyecto, la visión global del anestesista que lo mismo duerme un niño que una cirugía torácica. Cambió mucho mi concepto que tenía de la medicina privada porque en Madrid tenemos la idea de que la privada es para cosas pequeñas que se hacen fuera de los grandes hospitales y cuando llegué aquí me encontré justo lo contrario.

¿Cómo se tomó su familia que con ocho apellidos madrileños se viniera a Ibiza con su hijo?
—Mi padre estuvo sin hablarme unos meses, no se lo tomó demasiado bien, pero luego empezó a ver que yo estaba feliz, encantada con mi trabajo, que tenía una casa preciosa y mi hijo estaba contento. Al final todo fue rodando. Mi padre nos dejó hace unos años pero mi madre, que tiene 82 años, pasa su vida entre Madrid e Ibiza.

Dejó un hospital grande en Madrid y se vino a Ibiza a uno más pequeño. Vaya un cambio.
—Fue una gran apuesta y lo vi como una gran familia, cálido y era lo que yo buscaba.

¿Sigue siendo así como hace 17 años?
—Me considero de la familia Vilás, me sigo sintiendo parte de ese proyecto y con nuevos retos.

¿Ha tenido ofertas de otros hospitales?
—Constantemente, por supuesto del hospital público de aquí. No me interesa, estoy muy cómoda y en ningún momento ha pasado por mi cabeza cambiar de trabajo.

¿Cómo recuerda su inicio en el mundo laboral?
—Fue en el hospital Clínico. Me encantaba tanto el trato con el paciente que cuando era estudiante me metí en el departamento de Medicina Interna. Estaba tutelada por médicos adjuntos y residentes, pero veía mis casos, estaba enamorada de mi profesión. Empecé en Medicina Interna pero también me encantaban las urgencias, la medicina intensiva. Pensé qué especialidad era que lo abarcaba todo y, además, hay que ser muy rápido, las situaciones pueden ser muy graves, y decidí entonces hacerme Anestesista.

¿Cuál ha sido su mejor experiencia profesional?
—Cada día es un nuevo reto. Hace un par de años cuando después de tanto tiempo en esta profesión podía decir que ya estaba asentada, la doctora Montse Viñals montó la Unidad de Dolor Crónico, que antes llevaban anestesistas de Barcelona pero hace dos años se decidió que la lleváramos nosotros. En un momento de relax fue un nuevo impulso. Volví a Madrid, me formé y ahora tenemos una unidad fantástica con mis otros tres compañeros. Hacemos asistencia y una atención de dolor crónico, que es muy interesante para la población pitiusa porque parece que el hospital público no puede abarcar todavía ese área social que me parece básica para la población ibicenca.

¿Y la peor?
—Se me quedó clavada la muerte reciente del ciclista Dani Viñals. Venía agonizante pero se me murió, conmigo en el quirófano. No puedo quitarme esa muerte por injusta y dura. Fíjese que he tenido otros fallecimientos, pero una persona joven y por una situación tan desgraciada e injusta es algo que aún hoy no puedo sacarme de la cabeza. Me pregunta algo duro y me sigue viniendo la cara de Dani, le sigo viendo.

Es duro vivir momentos así en su profesión cuando cree que lo ha visto todo.
—Sí, porque llega un momento en el que asumes que a la muerte no le rescatas nada, que haces lo que puedes, pones todo lo que sabes, lo das todo cada día y dejas de creerte Dios. Llega un momento de madurez que asumes que eres un elemento más, de ayuda, que puedes hacer muchas cosas pero no eres Dios y la vida y la muerte están por encima de ti. Asumes esas muertes no como un fracaso sino que tenían que ser, revisas, recurres a todo pero no ha podido ser y lo vas asumiendo, pero hay cosas como esta que no asumes por edad, por injusticia y situación.

¿Quiere jubilarse en Ibiza?
—Mi hijo tiene 27 años. Ha acabado su segunda carrera y está trabajando en Ibiza. Es médico tradicional chino. Hizo Acupuntura y está acabando Nutrición y Dietética. Tenemos una consulta en la que nos dedicamos a los trastornos de alimentación. Jubilarme es una palabra que ni siquiera me entra en la cabeza. No me veo jubilada, seguiré incordiando mucho tiempo más. Lo ideal para mí sería compatibilizar Madrid e Ibiza.

¿A qué se hubiera dedicado si no hubiera sido a la Medicina?
—Cuando llegué a echar la matrícula había que coger tres opciones y para Medicina te exigían una nota brutalmente alta. Todo el mundo ponía Biología o Farmacia, como segunda y tercera opción, por si no entraba en Medicina. Mi segunda carrera fue Arquitectura. Era médico o arquitecto. Me apasiona la arquitectura.

Aún está a tiempo para el cambio.
—No lo creo. La medicina está muy unida a mí. Tengo unido el ser humano a mí. Terminaré mis días intentando ayudar al ser humano desde donde pueda o donde sepa. He hecho muchas cosas dentro de la medicina, aparte de las puramente académicas, siempre buscando una forma más humana de acercarme al paciente y lo sigo haciendo. Ahora estoy haciendo técnicas de aproximación gestaltica y corporales para ser capaz de entender el dolor de otra persona. A veces los médicos nos estiramos demasiado y nos parapetamos detrás de nuestra ciencia para que no nos llegue el dolor.

Es decir, que no le llegue el sufrimiento humano.
—Pero tampoco nos llega el amor y eso es algo que he decidido romper, quiero que me llegue el amor humano, quiero darlo, porque creo que también entra dentro de lo terapéutico y por ahí van todavía mis pasos.