El neurólogo José Luis Perajua.

Confiesa con sinceridad que nunca tuvo vocación de médico. Fue fruto de una casualidad en el servicio militar lo que marcó el destino profesional de este veterano de la medicina que ahora también ayuda en Pediatría de Can Misses tras la marcha del neuropediatra. Lleva más de 30 años trabajando en Can Misses. «Ja estic normalitzat. Tengo un hijo ibicenco», asegura con esa ironía que le caracteriza.

¿Por qué hizo Pediatría y después se decantó por Neurología?
—Muy sencillo, por motivos ’burrocráticos’. En la carrera ya me gustaba la neuropediatría. Las plazas de neuropediatra se las daban a pediatras pero, de repente, cambió la ley en el año 1980 y pasaron a los neurólogos. Dos años después, los pediatras dieron un golpe de estado y volvieron a recuperarlas, pero ya me quedé en Neurología. Cuando llegué a Ibiza me hice cargo de todo la Neurología, tanto adultos como de niños, durante muchos años. Aquí no hubo neuropediatra hasta que creció la población.

¿Cómo recuerda sus inicios en el mundo de la medicina?
—Cuando acabé la carrera tenía curiosidad de conocerlo todo y me fui a un pueblo de Toledo, Yuncler. Fue un experiencia espantosa por la ignorancia absoluta; ya ves las tonterías que tienes en la cabeza. Toledo está muy cerca de Madrid e hice todos los trámites por teléfono. Dije que quería un pueblo que tuviera cerámica porque eso me gustaba mucho, pero no hacían botijos sino tejas y ladrillos. Al lado había una fabrica de cemento y todos padecían de los bronquios. En mi vida he trabajado tanto. Era un locura. Entonces era un idealista y había un caciquismo brutal; en los pueblos sólo te relacionabas con el alcalde y el boticario. Me pareció muy duro. Además, no me ha gustado nunca la cirugía y era el médico del pueblo donde había corrida de toros.

¿Tuvo que atender alguna cornada?
—No, porque conseguí que alguien hiciera la guardia. No tenía experiencia quirúrgica y fíjese lo absurdo que era que el médico del pueblo tenía que ser el de la plaza. Dije que no era para mí. Se ganaba bien, el pueblo tenía mucha gente, pero para un recién acabado era espantoso. Iba corriendo de un lado a otro, pero es una experiencia y a esa edad tienes fuerzas.

Tuvo claro que lo suyo no era la medicina de familia.
—No, pero ya lo conocí y durante dos años tuve una consulta de Pediatría en Alcorcón. Vivía en San Rafael, en Segovia, era un lugar bucólico pero me pasaba todo el día en la carretera para ir a trabajar. Una vez fui a un taller y me preguntó el mecánico si era viajante porque iba cada dos semanas a cambiar el aceite. Entonces me surgió la oportunidad de ir a Burgos y me fui allí a hacer la residencia de Neurología. Es una provincia muy bonita y tengo muy buenos recuerdos de allí, pero en invierno no podía salir, hacía mucho frío.

¿Por qué vino a Ibiza?
—Trabajaba en Burgos como neurólogo y por motivos personales surgió la posibilidad de cambiar de sitio. Fue como un deseo de cambiar a ciegas y salió bien.

Pues fue un cambio radical venirse de Burgos a una isla.
—Tenía plaza en Castilla y León, pero quería un cambio. Fue rocambolesco. Vine a examinarse a Mallorca. Era un examen duro y el mismo día te daban los resultados. De repente, me vi con una plaza en Balears y recuerdo que llamé a mi exmujer, se lo conté y nos venimos.

¿Cuál ha sido su mejor experiencia en el mundo sanitario?
—No lo sé, no lo recuerdo. Supongo que la primera vez que me dieron las gracias. Soy como un niño pequeño, me asombro por casi todo. Me sigue pareciendo asombroso que sea médico porque es una casualidad; no he tenido vocación en la vida. Hice lo que se llamaba Selectivo de Ciencias, que incluía cinco asignaturas distintas, Matemáticas, Física y Química, Biología y Geología y en segundo entrabas en algunas de estas carreras. Yo recuerdo que a mí me gustaban los lepidopteros; mi padre me preguntó que quería hacer y le dije que quería ser lepidopterólogo. Debió de ver que no razonaba muy claramente y me apuntó de voluntario al Ejército. Haciendo el campamento conocí a un chico que había cambiado el expediente a Medicina, no sé si fue el sol de agosto de Móstoles pero le dije a mi padre que lo cambiara a Medicina y así empecé. El segundo año y mitad de tercero de carrera lo pasé en el Ejército. Era ordenanza de un general del Estado Mayor, Villaescusa, que lo secuestró el Grapo. Me tocó toda aquella época. Sólo había generales allí y un coronel no era nada. Era un sitio muy curioso, estaba muy cerca la época de Franco. Era un chico muy raro, había estudiado ruso y lo sabían [risas]. Había un coronel de León que venía a chapurrear conmigo.

¿Cómo se le ocurrió estudiar ruso?
—Muy sencillo, soy de impulsos. Fui un día a la academia de idiomas a matricularme de inglés y había una cola muy grande, pero en la de ruso no había nadie. Había leído muchos libros de literatura rusa y me apunté. Éramos muy pocos y eran como clases particulares.

¿Se planteó quedarse en el Ejército?
—No tengo ese carácter de sumisión. Soy incapaz. No me he afiliado nunca a nada, por eso mismo, para ser independiente.

¿No le ha acarreado problemas ese carácter en su trabajo?
—Muchos, sobre todo en dirección. Me he llevado bastante mal con muchos gerentes y, sobre todo, con algunos con buena fama, que no han cuidado Ibiza. Mi asombro fue que la gente fuera sumisa a Mallorca y no pidiera para Ibiza.

¿Cómo se lleva con la gerente actual?
—Ahora muy bien, pero porque me voy [risas]. He prorrogado un año la jubilación, por casualidades de la vida. Desde hace dos años vamos a Formentera y me llamó mucho la atención que estaban en procesos muy avanzados. Tenía su lógica que no hubieran venido antes porque tenían que coger el barco para una consulta normal. Una de cada cinco personas va a tener una demencia y se me ocurrió hacer una consulta para familias, por la experiencia que tuvimos en Formentera. Coincidió con el plan de atención a la cronicidad, me apoyaron y cuando me dieron el visto bueno era cuando me tocaba irme. Desde mayo tenemos esta consulta piloto, es una experiencia que me encanta, hablar con las familias.

¿Sabe que es conocido como ‘el fantasma de la segunda planta’ porque es el único médico que aún tiene despacho en el antiguo hospital?
—Cuando llegué a Ibiza me dieron ese despacho. No tenía ventanas y no supe por qué. Hablé con un albañil y me hicieron una ventana. Cuando abrió el nuevo hospital me encontré que no habían hecho despachos y, como no era lejana mi marcha, decidí quedarme aquí. Es una maravilla. Hago muchos kilómetros paseando. Te acostumbras a todo.

¿No se siente solo?
—Para trabajar está muy bien, es perfecto, porque no hay interrupciones.

¿Recuerda alguna experiencia dura en su trabajo?
—Es importante que sepas empatizar con la gente en Medicina, pero no hasta el extremo que sufras si pasa algo. A veces me asombro de la cantidad de gente que he conocido, he apreciado y ha fallecido y hay que ser capaz de sobrellevarlo. Al principio me costaba mucho, supongo que tenía más corazón y se me ha debido encoger. Enfermedades como la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) son muy crueles.

¿Qué piensa hacer cuando cuando se jubile? ¿Tiene algún proyecto?
—Seguir viviendo. Ya ve que yo me muevo a lo que salga, si es el cometa Halley, me engancho a la cola [risas].