El arquitecto Joan Planells Ramon con el casco que le regalaron los arquitectos de Mallorca tras su colaboración en el desastre de Sant Llorenç de Cardassar.

El pasado martes 9 de octubre de 2018 una devastadora tormenta que descargó 220 litros por metro cuadrado en apenas unas horas dejó la localidad mallorquina de Sant Llorenç des Cardassar, de unos 8.000 habitantes, totalmente devastada. Además, el desbordamiento del torrente de Ses Planes dejó a su paso diez fallecidos en la zona del Llevant mallorquín.

Con la tragedia aún fresca, una semana después acudió hasta allí el arquitecto técnico ibicenco Joan Planells Ramon para ver si podía echar una mano. Estuvo apenas unas horas, desde las 09.30 a las 15.30 horas, pero fue suficiente para ayudar a personas que lo habían perdido prácticamente todo y para vivir una experiencia que le ha marcado para siempre. «La idea de ir para allá me salió directamente desde el alma cuando vi todo lo que había pasado y cuando me enteré que el Colegio de arquitectos de Mallorca pedían voluntarios para ayudar a través de su perfil de Facebook no me lo pensé ni un segundo», aseguró ayer el protagonista a Periódico de Ibiza y Formentera.

Le contestaron y le propusieron que acudiera un viernes. Miró su agenda, hizo lo posible para que le cuadrara, se compró unos billetes y se plantó en Sant Llorenç de Cardassar. Cuando llegó se encontró un panorama desolador pero también se le quedó grabado para siempre «el ejemplo perfecto de colaboración entre el voluntariado de profesionales y la administración que viví en apenas unas horas». De hecho resalta con una gran sonrisa que, «en tiempos de catástrofes todas las mano son buenas pero si son de profesionales y están bien coordinadas tienen mucho más efecto».

Cada día participaron unos 50 profesionales de forma voluntaria y ese viernes, junto a Planells, ayudaron unos 35 o 40 arquitectos técnicos que en parejas y con su casco blanco iban recorriendo las zonas que les habían asignado para ver como habían quedado los edificios tras la tormenta. En el caso del ibicenco y su compañero, un arquitecto de Palma, su espacio de trabajo estaba muy cerca al torrente de Ses Planes, considerada como la zona cero. «Visitamos una antigua escuela que ahora era un centro social, muy cerca de la iglesia, y unas cuantas viviendas unifamiliares pareadas y lo que más nos impactó es que la marca del nivel del agua había llegado hasta los 1,80 metros», explica Planells. Incluso, se encontraron, como en el caso de una casa de unos alemanes «como las tomas de la electricidad habían quedado totalmente inutilizadas debido al barro que se había acumulado sobre ellas».

La labor de todos los arquitectos voluntarios en Sant Llorenç era visitar los edificios, presentarse a sus dueños, acreditarse y luego decidir entre tres opciones, apuntalar, desalojar o demoler. A pesar de lo duro que pueda parecer esto y de que «los propietarios estaban casi todos en estado de shock» Planells se sorprendió y no olvidará nunca «lo bien que nos recibían, la esperanza que vi en sus miradas y las cientos de veces que nos dieron las gracias por nuestro trabajo cuando nos marchábamos tras haber colgado el cartel de inspeccionado en las persianas de su vivienda».

«Esto puede pasar en cualquier sitio»
La experiencia en Sant Llorenç le ha marcado tanto que explica sin tapujos que aún no ha conseguido aceptar lo que vio. «Yo nunca había visto algo tan espectacular y tan devastador como las marcas del agua a una altura de 1,80 metros, porque en Ibiza nos colapsamos cuando un local se inunda con unos 20 centímetros».

Ahora Joan Planells «tiene como principal objetivo» concienciar a la población y a las administraciones de que esto puede volver a pasar en cualquier lugar, entre ellos, Ibiza. Por ello se muestra convencido de que hay que instaurar en nuestra sociedad «una cultura preventiva que pase por la limpieza de los torrentes, el arreglo de los pozos que están abiertos en suelo rústico, las casas que están en ruinas, las paredes de piedra seca abandonadas, los postes de la luz que están junto al asfalto en las aceras o los bosques que no se limpian y que pueden arder muy fácilmente cuando llega la época de los incendios».

Sin embargo, se trata de un tema de difícil solución en Ibiza porque todo el mundo se lava las manos y echa las culpas al vecino. De esto es consciente el veterano arquitecto «porque en Ibiza somos mundialmente conocidos y personalmente desconocidos» pero no se da por vencido. «Después de lo que he visto en Mallorca me niego a quedarme con los brazos cruzados porque están en juego muchas vidas y aunque la naturaleza no la podemos controlar porque es imprevisible si que podemos aportar nuestro granito de arena para que luego lleguen los lamentos y las pérdidas irreparables».